campiña ecijana

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martes, 20 de julio de 2021

Écija siempre fue de cine


 

Cosas de cine en Écija

         Aguantando el tipo y calculando las pisadas para no dar un traspié y con los huesos a retortero, bajaba por aquella carretera bacheada y pedregosa del Barrero, lo que bien podría ser un guardia civil “completo”, con sus botas y su tricornio incluido, iba solo, no lo hacía en pareja ¿”Pa qué”? pero con unos aires…  “ves a darte una vueltecita y que se te haga el traje al cuerpo, que se quiten las rayas de la plancha de los perniles y que se avenga a lo natural…  cuidaíto con estropear nada de la ropa que no cobras”  - le dijeron -  allá arriba, por encima de la laguna y la cantera, pegado al chozo, donde Ana Mariscal, según tengo entendido, andaban a la briega con la grabación de unas escenas de película. Era un extra…

      Cruzaba el paso a nivel…  ¡Ay el tren!, aquel tren de Écija que se nos fue, cuya historia habrá que contar algún día, con toda la carga que supuso de beneficios, alegrías, sin sabores, e historias particulares cargadas de tanta tristeza como penas, pero que fueron nuestras y el tiempo parece borrarlas irremediablemente…    a lo que íbamos:  ya de cara a las tapias de la Doma y los niños de “Los chozos” que se distraían de todo, incluido el hambre, mientras jugaban a piola ¡qué tiempos! corrían a resguardarse, porque el miedo es libre (quizás lo único en la época) y aquella figura “verdosa” con tanta diligencia y taconeo, no era paisaje para degustar. Algunas madres se resguardaban a medias, agarradas a una mano de la cortina de saco y la otra en una “hiladilla” de pelotes que daba forma al quicio de la puerta, mientras con el cuerpo dentro, dejaban solamente asomada con disimulo la cabeza entre los pliegues del yute, fuera del habitáculo…  “esse e nuevo, no e daquí” murmuraba una, mientras casi dando la espalda tendía ropa en un hilillo sujeto con dos palos entre chozo y chozo; el alfiler pillado entre los dientes ayudaba a no descifrar bien las palabras, aunque entre ellas se entendían… “po tiene cara de esaborío y tó, por mu tiesso que vaya”.

       Dejó Los chozos y el mosqueo entre aquellas criaturas atrás y a la altura del fielato, donde quizás alguna que otra vez cruzara bien ligerito y encogío por mor de las cuatro vainas de habas o garbanzos que cogiera del allá de la Prensa Vega o el Cucarrón, no lo delataran; miró confiado y orgulloso, dando unos buenos días que sonaban más a desafío, que a un saludo respetuoso. ¡Buenos días mi teniente! Le respondería con guasa y una mirada de reojo, el inquilino de aquel “quiosco de hacienda”, que sentado en la puerta y liando un cigarro a la manera que ahora hacen muchos un porro, pero con mejor traza, aquel que supiera ya de sobras de qué se trataba el asunto, estando al corriente desde días antes del tema de la película en cuestión y cruzó entre lo que fuera parte del huerto San Agustín, dejando atrás la Doma y “Rastra higos” a la búsqueda de Zamoranos.

       “Los garbanzos niña…  guardá los garbanzos” se escuchaba desde los rebates de algunas puertas, donde las mujeres aljofifaban o quitaban cagajones de los borricos de mitad de la calle. Los garbanzos que tantas fatiguitas costaban rebuscar y en las peores horas, con tal de que no te vieran y no te los quitaran después de tanto sacrificio por dar de comer a los niños. Él, ensimismado y metido en el personaje, taconeaba por el caño de la calle, sintiéndose observado y “temido”. Entre macetas de gitanillas, claveles y hierbabuena, alguna que otra mano de uñas pintadas se agarraba con disimulo a las rejas apretando por no gritar…     ¿er solo y tan bien maqueao?... “Ese payo no e ceví”  -dijo otra a la altura de Caleros - reconociendo algo el panorama y el semblante del “figura” …   ¡marditasalamarequelapar…¡ e elermano sssshico de Pepa “la leona”, er que trabajha en lo ayúa de La Comarcá; er suhto que moa dao…   “quillóooo… ¿ande a sacao er trahe humío?, verá turmana cuando te vea aparesé pol la tienda…  er sarto que va pegá va sé menúo”.

    Iba a “pasar revista” a casa de su hermana la mayor, la que hiciera de madre desde bien chico, porque el pobre la perdió y era ella la que nunca dejó de echarle “la miraíta” que a todos nos hace falta en muchas ocasiones y hacer las veces siempre que pudo. Se reirían todo lo que pudieron y más y aquello, quedaría como una anécdota que se recordaría siempre en la familia.

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     Apoyado justo en la esquina de María Guerrero, de cara a la tienda de Luis González y al ensanche de la barrera Compañía, esperaba turno porque su cuadrilla se encontraba de puertas; trabajaba en la carga y descarga de La Comarcal, cuyas oficinas quedaban allí pegadito, en lo que era conocido por “El sindicato” y mientras llegaba la llamada de turno, esperaban en el patio de dentro sentados, en la trasera del Casino, el “bar Chico” o por la acera de aquella corta calle distrayéndose con el ambiente.  Alguien que no era de allí, paró en un coche y le dijo que, si quería vestirse de guardia civil, que se presentara en El Barrero y allí haría de extra en una película y le pagarían bien… 

       “Actuación”, trabajo o anécdota que pasará de manera anónima por la historia del séptimo arte, cuyo nombre no constará por no tener cabida en los créditos de dicho film, por eso lo pongo yo aquí y, porque era mi padre.

Montero Bermudo

…en tiempos de calores y de pandemia. 2021


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