campiña ecijana

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domingo, 21 de mayo de 2023

La envidia y el desconocimiento


 


Velázquez y sus interioridades

           La vida de Velázquez hace mucho tiempo que forma parte de esas necesidades imperiosas en averiguaciones, sobre su particular existir. Importa hasta lo infinito en algunos que, conociendo, o creyendo conocer, parte de su obra pictórica, les va en ello inmiscuirse también en lo privado para poder enjuiciar, valorar o “dominar” en conocimiento, sobre algo en lo que habría de suponerse necesario y que no lo es. Velázquez apareció a la vida de nuestras curiosidades o afinidades, por haberse dedicado al “oficio” que nuestra sensibilidad personal se apuntara algún día o muchos, en nuestras vidas. Él se dedico a ser pintor. Estudió, aprendió y a diario se superó en el desarrollo de su “trabajo”, llegando a superar al final de su vida, todo lo conocido hasta la fecha y vamos camino de entender, de lo que siguió a él hasta nuestros días.

       Cuando uno se adentra en ese mundo de la pintura que él representa, la curiosidad embarga y sobre pasa cualquier medida. Mientras más avanzas en el conocimiento de su obra, más te inquieta el saber del porqué de muchas cuestiones que lo relacionan con esos resultados. Su pintura intriga y despierta interés y, una vez coges la punta del hilo, antes de averiguar ni calcular el grueso de la madeja, no lo sueltas ni, aunque de calambres, porque cada tironcito de esa secuencia representa un descubrimiento, una ventana abierta a un mundo y forma nueva de concebir algo tan enorme a su vez, como la creación de unas maneras de hacer arte. Vamos tarde, nos lleva siglos de ventaja y esto, aun requiriendo de una explicación, es comprensible de no esperarla del todo, de momento ¿Quién te la va a dar?

       Hemos visto y leído sobre él, conocemos o creemos conocer buena parte de su obra ¿Y su vida? ¿Nos valdría de mucho saber de particularidades o intimidades suyas, fuera del oficio, para una mejor comprensión de lo que pintó? La frustración en algunos curiosos al no entender ni saber qué hacía este hombre cuando a diario se levantaba a desayunar, discutía con su esposa, orientaba a sus hijos, conversaba con los bufones de palacio o le hablaba a su yerno de su anterior vida en Sevilla…  les hace ponerse en el camino de la creación fantástica o de la ficción. Del complejo personal, la poca hombría y capacidad, se desprende esta actitud.

       Atendiendo a los “frustrados”, a los que menos deberían de importarme, porque son ellos quizás de los que menos se pueda aprender, al margen de: la maldad, la envidia, los celos, los rencores… y el complejo de inferioridad al que con ello buscan su defensa. Acudo al trapo perdiendo el tiempo, seguramente, sí, pero es verdad que algunas veces te tiran de la lengua y no te puedes contener.

       Ellos, los estudiados, ilustrados y viajados que partieron por esta travesía del arte, olvidando el alma del conocimiento, hablan de su pereza, de su flema o pachorra, de su “servilismo”, de su frialdad, del misterio y ocultismo personal, de los celos y de su envidia, de lo presuntuoso, de su trepa arribista y vividor, de su apego al vino y otros vicios, de su “amargura” y pesadumbre por andar falto de superaciones personales (era un inconformista). No fue amigo de la risa ni del contento, pero sí putero, machista, déspota y sobre todo clasista. “Copiaba” con frialdad y “detenía” el tiempo y a sus modelos, en su antojo para ser capaz de reproducir o calcar lo que otros se inventaban. Él no era capaz…

       Hace muchos años que un amigo entendido me puso en sobre aviso de su pintura, una vida llevo dedicado a quererlo, porque a Velázquez se le quiere cuando te acercas y descubres siquiera una pizca de lo suyo y si es verdad que en ocasiones me he preguntado por esas curiosidades personales de su existir, nunca me importó el fondo de tal cuestión. Soy respetuoso.

       Cuando miro: a Margarita, a Baltasar Carlos y a Felipe Próspero y su perrito, a sus bufones, a esos retratos del hombre más poderoso de la tierra, que era además su amigo (merece un respeto el que presumiera de ello) a su ayudante Juan, a la miradita que echara desde la Villa Médicis con sus pinceles, dejándonos dos trocitos insuperables; al “demonio” de aquel papa que nunca las viera más gorda, por quedar en la historia representado cual pirámide egipcia; A Juana y Francisca, pilares íntimos, al margen de su taller, como a su maestro y que aparecen por su obra de manera discreta, pero deslumbrante al mismo tiempo…  su Rendición de Breda; Las hilanderas, Las meninas o el lacito que sostiene Cupido ante el espejo donde se mira complacida quien le diera a “su Antoñito”, según calculan algunos… 

       Se me olvida toda existencia, solo me interesa aquello que miro, aquella pincelada y su recorrido que, a modo de Guadiana, se me pierde y aparece de nuevo jugando con lo más sagrado que conocí en arte y hecho con un virtuosismo desmedido e incomprensible. Al margen, las intimidades de su particular vida y, la grandeza va implícito en ello para mí. Lo demás, no me preocupa, porque no me enseñaría nada.

Montero Bermudo, en el mes de las flores de 2023