campiña ecijana

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jueves, 13 de julio de 2017

La Sartén de Andalucía


 Écija,  “tierra de calores”


 

          “Gaspaaaaaaaa,   ¡qué diíta llevamo!   hoy san dao en  Ésiha sinco minuto dafisssia…    hasta lo gorrione san caío de lo sarbole fritito”.

            Con estos comentarios, hechos a cierta distancia y por ello en un tono elevado, o sea a voces, apareció uno cruzando por medio del melonar, mientras se dirigía a nosotros: resoplando,  haciendo gestos de sofoco y  quitándose la gorra a dos manos  igual que espantando  avispas,  como si viniera por encargo a traernos el parte meteorológico y una crónica de las consecuencias de la jornada en el pueblo ¿Pensaría quizás que  nosotros vivíamos allí  dentro de una vitrina con nieve? 

          Sería  sobre  final de julio de aquel caluroso verano  del  60, nada, nada que “envidiar” a este que nos ronda y era también de los que llamaban de “pronóstico” o “de pipa armendra”; mi abuelo y yo andábamos aparejando la mula delante del chozo, porque mi abuela y mi tío ya hacía un ratito que salieron  por el medio del sembrado cortando  “el material”  para el día siguiente y yo era el encargado de ir recogiendo.

          “Este viene a que le de algún meloncillo”

          . Me dijo mi abuelo  en voz baja -   mientras desde la carretera, venía a nuestro encuentro  aquel a quien yo no conocía, pero mi abuelo, por lo visto, sí.

           “¿Qué vamos asé Curriqui?  Está to mu malamente repartío y la criatura se la buscan como pueen,  parrimal le argo a lo niño.”

          Por supuesto mi abuelo, después de saludarlo le dio un par de melones y aquel hombre se marchó camino del pueblo...   con algo menos de “calor”.

           Para hablar de la “grandeza” de mi abuelo, necesito bien poco, solo con recordar algunas palabras sueltas o consejos de Él  y  que los guardo como tatuajes por la cara de dentro del pellejo,  serían suficiente.

           Eran tiempos muy malos y de apreturas…   de los que dejan huella y no solo por el calor.  De esto hace ya algunos años,  aunque  a mí me parece que fue la semana pasada y cuando salen conversaciones entre unos y otros, haciendo referencia a las altas temperaturas que se dan por estas fechas en Écija y sus contornos (ayer en Posadas  490, según me informaba  mi amigo Hidalgo y hoy por Écija veo fotos de termómetros con la misma temperatura)   no puede uno sujetar la imaginación y la película: “Mi vida, que no la de nadie” se pone en marcha…   vamos a  lo de “la caló”, que es a lo que iba.

           Siempre fueron malos y sufridos los extremos y Écija en la temperatura destaca hasta coger fama. Por aquellas fechas, con el mercurio a niveles más o menos como los de ahora, pasábamos los veranos, sin playas, sí, sin acercarnos a Benalmádena ni a Fuengirola ni  a ningún sitio de esos tan frecuentados hoy en día por buena parte de ecijanos; muchos no habíamos visto ni el mar ni sabíamos de esos lugares; el baño de lata galvanizada puesto en el patio a la hora de la siesta, el río, el Barrero o la alberca de “Curro el cojo”, poco más. Las cositas frescas eran las que poníamos al pozo, no teníamos frigoríficos y el aire nos lo echábamos con abanicos, no había ventilador  ¿Agua? Agua había que hacer, no pocas colas en la fuente para traerla en cántaros o cubos de lata y no es que no existiera, que había manantiales, pozos y el río, pero  el “grifito interminable” que tan poquito se valora hoy dentro de las casas,  solo estaba al alcance de algunos pudientes y las fuentes públicas claro.

         Después del martirio o la penitencia que cada uno sufriera en la jornada (el horario, las condiciones, así como  el “ritmo y el compás” lo marcaba el señorito o el manijero) lo que   quedaba era el paseíto por la “Calle Nueva” para los mocitos y mocitas…   el cine de verano, la plaza de toros y algunas verbenas que se dieran; el dulce, el helado, los chochos, las “arvellanas”, el cigarrito “liao” o las pipas, cada uno y ello   sujeto al “poder económico”;    la puerta con la silla de enea para los demás. Y como colofón a todo, cuando ya no quedaba más remedio que acudir al “catre”, un colchón de sayos de mazorcas  te esperaba en un caluroso cuarto, donde un ejército de chinches hacía horas que tenían “la mesa puesta”.

Montero Bermudo

S. Juan Despi, 23 de Julio de 2.017

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