campiña ecijana

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domingo, 9 de julio de 2017

Ainsa "La Perla del Sobrarbe"


       Recuerdos de Ainsa.  

           Mi hermano, el niño chico, me trae recuerdos de unas fechas que no mucho, pero quedaron atrás, porque los años van que se las pelan. Nosotros, aún y así, nos mantenemos jóvenes. Cada uno a su medida guarda en la memoria todo aquello en lo que encontró algo de interés y puso atención y para mí este rinconcito del Pirineo Aragonés, por muchas razones y vivencias las tuvo y las tiene.

           “La Perla del Sobrarbe”,  Ainsa y su entorno tan pintoresco, espectacular y entrañablemente evocador, cargada de historia y que nos traslada al medioevo con solo nombrarla. Balcón donde se participa del abrazo enternecedor del Ara y el Cinca; dos hermanos como nosotros que se juntan para un caminar más animoso y que con la opulencia ganada por  su unión,   se abren orgullosos a un Mediano como gran laguna, dando con ello un  mejor provecho de las tierras  que los esperan.

    Alrededores por los que disfrutamos respirando hondo y “gravando” bellezas inolvidables para una vida en futuro y que hoy damos muestra de ello, como aquél rinconcito de Banastón, donde la ilusión diaria daba comienzo con el café con leche y  un surtido plato de dulces y magdalenas  en la desaparecida Fonda Julia. El Pueyo de Araguás y la Peña Montañesa, con aquella panorámica donde disfrutara con los pinceles;  Las Cambras y Gerbe, donde  pinté la iglesia desde unos sembrados en uno de ellos y que ahora no recuerdo cual;  Fiscal junto al río, done haría noche alguna otra vez cuando fui solo,  a la vista del cuartel de los civiles cuando estaba ahí y para más tranquilidad; Javierre de Ara…  Boltaña precioso mirador al Ara  y desde donde se divisaba  la torre de Siese, algo más alto y al otro lado del valle; entre ellas y la de Ainsa, junto con otras encadenadas, hacían de vigías  y se comunicaban o avisaban de los posibles peligros o necesidades, por aquellos tiempos remotos donde la soledad y el aislamiento invitaba u obligaba a ello.

           … Tarde aquella maravillosa, la que empezara bajo los arcos de la plaza y que  al cobijo  de aquellas antiguas  piedras que eran amparo de la tormenta nos resguardamos y llovía, llovía torrencialmente y el gran espacio ante nuestras miradas, centro y punto de reunión cotidiano de los lugareños, era un mar para nosotros y entre la bruma se divisaban arcos y más arcos de la otra orilla y bordeando aquella “playa” de ordenadas piedras cargadas de historia, paseábamos a la espera de un amaine y  mientras  embobados comentábamos  tal aventura viendo llover,  alguien que nos escuchara  salió al encuentro y nos dio aposento provisional para aquel trance.

           Por una pequeña ventana que daba al valle por donde el Ara discurre, veíamos llover hasta con prisas, caía agua, mucha agua, mientras sentados al pie de la lumbre de aquella  vieja chimenea  hacíamos tertulia.  Entre bocado y bocado de aquella invitada e inesperada merienda,  asistíamos a una clase de historia improvisada,  la que nos diera algo de conocimiento de aquellas tierras y junto al confort  y la distensión de la charla o coloquio,   atendíamos casi embobados  mientras los unos a los otros ofrecíamos sin pretenderlo, fantásticos semblantes donde eran reflejadas las llamaradas de aquellos troncos incandescente de la  chimenea  y que nos daban calorcito como el vinillo de la bota tan selecta que aquella familia guardaba solo para contadas ocasiones…

          ¡Cuántas historias  sabrán aquellos “mayores” que nos la contaban!   ¡Qué ratito junto a la lumbre aprendiendo historia!   ¡No hay mejor escuela que la propia vida!   ¿Qué será de todo aquello y aquella gente?  Algo sacamos de provecho poniendo atención  y lo disfrutamos cada uno en positivo y como pudimos.     

Montero Bermudo.

S. Juan Despi,  mañana de recuerdo, Julio de 2.017  

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