campiña ecijana

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sábado, 12 de noviembre de 2016

El tren como recuerdo


Como reliquia de aquel tren

         Campos de mirasoles  por donde cruza el camino  y que desde lo alto de la loma  llegan hasta  el arroyo.  Por la linde de la tierra de labor, ya casi a orillas de unas charcas que formaban el cauce de la torrentera, alguna que otra piedra y mastrantos  camuflaban de la vista una vieja  traviesa olvidada, maltrecha y despreciada;  resto abandonado de lo que fuera reyerta perdida, ante la incipiente modernidad que se prometía y que a la postre,  en “pan para hoy y hambre para mañana” quedaría.

          La curiosidad que siempre va conmigo, la que me zarandea de continuo y  me frota las pestañas como entreno para que mire todo cuanto me rodea  y que en momentos llega a rozar la osadía, me la enseñó  y  desde el camino que antes fuera la antigua vía, bien pasado el Caño y siguiendo el curso del Chaparral, hoy “Verde” denominada, allí la vi casi cubierta en su abandono y clavando los pies sobre aquel arcilloso y algo húmedo terreno , bajé el pequeño desnivel  por una de las “calles” del sembrado. Mientras salteaba la vista entre el color de las flores de las pipas y el punto donde me dirigía, haciendo vaivenes intentaba mantener el equilibrio andando por los terrones de lo labrado, intrigado por verla de cerca y comprobar en qué estado  se encontraría.

             Los panales ya cubiertos de fulgurante amarillo hacían el entorno emotivo y muy agradable, la naturaleza mezclada con los bonitos recuerdos de otras etapas de la vida, donde la niñez lideraba el tiempo,  se funden por momentos sin pretenderlo  y surgen los sueños que dan libertad a la imaginación, elevando al ser humano por encima del momento real hasta depositarlo sobre otro más sublime, bello, intrigante y deseado.

           ¡Cuánto está esto de alterado!  Desde aquellos años de la niñez…   junto a mi tío y  el perro  tras un puñado de cabras; la talega y el garrote, los sueños y la fe...   tras todo ello: el alma.  Todo cambiado y desconocido, antes,  el tren entre olivos  por estos lugares corría, mientras resoplando en cada  repecho y dejando a  Écija en la lejanía, el tren avanzaba  nervioso cumpliendo su cometido;  conejos y liebres, perdigones y bichas cruzaban la vía; nosotros, algo escondidos  lo veíamos pasar, mientras tanto las cabras comían.

          Iba de paseo curioseando el paisaje, como de costumbre, pero con ciertas intenciones porque buscaba una, siquiera de recuerdo; el tren, ese tren que me sacó del natural hábitat, siempre me sedujo y con él, todo cuanto lo compone. Me dijeron alguna vez que pregunté por estas cosas, que por  la  zona sería posible encontrar alguna, pues cuando desmontaron la línea férrea quedaron desperdigas buena parte de ellas por estos lugares, pero cuando pude acercarme se las habían llevada y no di con ninguna. Esta vez puse más énfasis  en mi rastreo y al final recogí frutos. Había alguna más ya metida en el arroyo, pero destrozada e incompleta, en todo caso yo solo quería una y esta era recuperable, así, que con la ayuda de mi primo que venía conmigo, la cargamos sobre los hombros y por medio de los panales la sacamos al camino…   luego en casa él la trabajó de carpintería y la traté de barniz y demás acabados y desde entonces: decora, embellece y da carácter, junto a otras “antigüedades” de mi pequeña colección, un rinconcito de ese “refugio astigitano” que siempre me espera, manteniendo además  a la vista,  un trocito de “alfombra de roble” por la que pisara mi particular historia.

Montero Bermudo.

S. Juan Despi,  en tiempos de poda de 2.016.

      

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