campiña ecijana

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sábado, 5 de noviembre de 2016

Victoria?... la de Samotracia


Viaje a Paris


          Hoy traigo aquí a este cuadernillo de notas, recuerdos de aquella  visita a Paris por el verano de  1.981   

          “…como viaje fin de curso de un colegio de Cornellá junto con otros tres o cuatro más, que no éramos maestros, nos  invitaron  a dicho viaje (pagando)  agregados como “personal docente” o cosa parecida…   nos saldría bien de precio.

          Saldríamos de Cornellá a medio día y lo haríamos en dos autocares. Junto con mi compadre  y el profesor de pintura que también se apuntó  al viaje, saldríamos por la Junquera y en dirección París por la autopista y allá sobre la una de la madrugada, más o menos, andábamos cerca de Valence a unos cien Km. de Lyon, la mayoría adormilados…  en plena autopista, a esas horas  de la noche totalmente a oscuras el paisaje y después del trajín de todo el día, cae uno  rendido…  yo iba en el lado izquierdo junto a la ventanilla y ya la conversación con mi compadre se había hecho tan relajada que poco hablábamos…   De pronto el vehículo hizo un gesto extraño, el conductor justo delante nuestro, un hombre joven y corpulento, se incorporó del asiento y casi de pie cogido con las dos manos al volante bregaba violentamente dando vaivenes, mientras la doble rueda trasera izquierda la vi por delante de los faros dando saltos por la carretera delante nuestra y el vehículo haciendo zigzag al tiempo que arrastraba la carrocería, echando fuego, según nos dijo después el chofer del otro autocar que venía justo detrás nuestro. Transcurridos unos momentos tensos y de preocupación mientras veía como se cruzaba lo mismo a derechas que a izquierdas, pudo aquel hombre hacerse con él…  fue visto y no visto, algunos cuando abrieron los ojos ya estaba el autocar parado y el chofer del otro vehículo se asomó por la puerta  ¡Venga, venga! Todo el mundo al otro coche ¡Vamos, vamos!  Bajamos corriendo, tampoco entendíamos mucho las prisas…    si nos quedamos ahí y llegan los gendarmes, no llegamos a Paris en tres días. Así de claro lo vio aquel hombre experimentado en estos viajes y acostumbrado a salir casi de continuo al extranjero, según supimos después.

          Se partieron todos los tornillos que sujetaban la doble rueda, se salió de golpe y mientras el autocar seguía la inercia arrastrando sobre el eje y los bajos de la carrocería, el chofer hizo por detener el vehículo y dicha rueda siguió la inercia a toda velocidad carretera adelante. Luego supimos que era la segunda vez que le ocurría y era nuevo el autocar (¿?)  Se quedaría el chofer y uno que sabía francés con el vehículo para arreglar aquella situación y nosotros seguimos viaje a Paris  todos juntos en el mismo. Todo el mundo sentado  en el pasillo, en los escalones de las puertas y en la parte trasera que había un hueco…   que nadie se levante ni aunque afloje la marcha o pare – decía el chofer – si nos quedamos ahí no nos dejan seguir hasta que no se arregle o venga alguien a recogernos, pero si nos ven aquí con la gente de pie y sin asiento…  así se explicaba aquel “aventurero” del volante que luego resultó ser una persona bastante campechana, con mucha veteranía en estas y otras cosas en carretera, con media Europa “pateada” de continuo buscándose la vida y que todo ello sabríamos porque antes de acostarnos por las noches echábamos nuestros ratitos de charla  unos cuantos de los mayores…    

          Aparecimos por Paris tempranito y algo cansados, después de  una noche mal sentados e incómodos y algo preocupados por la situación; los niños se reían…   y nosotros los mayores haciendo cábalas de lo que pudo ser,  andábamos con la sonrisa más tensa. Llegamos a la puerta del hotel, que lo recuerdo pegado a una placita, a unos quince minutos andando de Galeries La Fayette y la madame no nos dejó ni descargar las bolsas, hasta que no dieran la diez o las once (no recuerdo bien)  ni bajar del autocar. Por fin cuando pudo ser nos situamos cada uno donde nos tocó, luego de leernos la cartilla aquella “sargento” con cara de malas pulgas y  salimos dando una vuelta a comer  en una especie de  self service…  ya libre, nos fuimos a pasear por Paris.

          Cogeríamos el metro en Cadet y haciendo transbordo en Franklin  iríamos a Trocadero y ahí cogimos un catamarán que nos pasearía por el Sena; muy bonito todo, pero la azafata habría que haberla echado al agua, pues con mucho desprecio con el gesto hacia nosotros,  vi como le decía al timonel que éramos españoles…  dejémoslo ahí total ella sería francesa. Cuando ya nos cansamos de todo aquel trajín, cogimos el metro nuevamente y nos bajamos en Franklin para el transbordo. Íbamos separados algo en dos grandes grupos, para poder controlar mejor a los niños, que algunos eran bastante traviesos y de educados…   el director se reía, pero si ese fuese mi trabajo, la vergüenza a mí  me quitaba la risa.

          Yo me encargué de controlar a la mitad… por una deficiente megafonía se escuchaba hablar, más  entre las risas y charlas de los niños y que ninguno sabíamos nada de francés…   entendí que algo pasaba y me dirigí a una garita donde vi a una señora que algunas señas me hizo cuando miré, me fui hacia ella y a través de los cristales le quise preguntar…   sin darse siquiera la vuelta, una señora gorda que no sé cómo se pudo meter allí, con el cigarro en la comisura de una boca, de labios gruesos pintados a brocha con rojo bermellón, hacía gestos despectivos con un brazo señalando para arriba…    a la rue, rue… me pareció entender. Se había terminado el horario del metro y nos tuvimos que salir sin saber ni donde estábamos. Menuda papeleta…   había cogido un pequeño mapa-plano en el hotel al entrar (mis manías por leer todo papelito que se me pone delante) y gracias a ello comencé a orientarme y tirar del grupo y con un poco de suerte  supimos atinar y  llegar  todos al hotel, menos al profesor de pintura, que junto con un matrimonio mayor que venía y que alguien que pasaba se ofreció a llevarlos con coche. Nosotros llegamos a las doce y algo, pero ellos bastante después; el profesor, que “conocía” París, porque ya había estado alguna vez,  cuando aquel buen hombre los dejó, prácticamente en la esquina, porque era contra dirección, siguió su camino y D. Raimon Llort empezó a dar vueltas y más vueltas…    todo el día anterior y la noche liados con el viaje, más el día en Paris y casi esa noche dando vueltas unas personas mayores de sesenta y tantos  años o quizás setenta, terminaron hechos polvo.

          Nos repartimos y nos encontraríamos a medio día (no todos) para la comida y luego para la cena. Nosotros: mi compadre, D. Florentino, un cura primo hermano de uno de los profesores del colegio que vivía y ejercía en Tejado (Soria) y que vino al viaje como nosotros, Raimon Llort  algunas veces, y yo; dedicaríamos el mayor tiempo posible en ver pintura, escultura…   los demás se desenvolvieron sobre los planes que se habían hecho. Fuimos a Versalles, subimos a la Torre Eiffel, visitamos la tumba de Napoleón (cosa fea en el mundo) Montmartre;  Sacré-Coeur;  Notre Dame, subiendo a su torre; el museo Rodin,  el Louvre, el Centro Pompidou y el Jeu de Paume, que todavía entonces guardaba buena colección de impresionistas; además de callejear lo que nos permitieron aquellos cinco días por la ciudad. Alguna comida de medio día la haríamos nosotros solos por aprovechar el tiempo y la que  hicimos en la Plaza Vendome, nos atendió una camarera  de la provincia de León y  la familia (nos contó) no la dejaba venir a España porque aún no se sabía porque estaba muriendo gente por muchos pueblos no lejos del de ella; luego se descubriría el problema del aceite de colza.

          Con relación a todo lo que vi y de mi interés en aquel  viaje, posiblemente la imagen que con más nitidez conservo sea la Victoria de Samotracia, imagen desde  abajo de las escaleras que me impactó y que siempre que la veo, aunque sea en fotos o videos me recuerdan aquel viaje, amén de su hermosura y belleza. Los bodegones y algún pastel que pude ver de Chardín, preciosos y algunas cosas de Degás: delicado, fresco y muy agradable. El beso de Rodin, el Pensador y sus Burgueses colocados en el jardín de la casa-museo los recuerdos con complacencia. A la Gioconda de Leonardo me acerqué y subido en un pequeño estrado donde estaba colocada pude apreciarla de cerca, pero no valorarla, pues esas cosas se necesita estar en otro estado o disposición y no solo un ratito delante mirando.

         Nos acercamos a visitar a los impresionistas ¿Cómo no? Y en general me decepcionaron en cierta medida, pues si ya de por sí mantengo mis reservas con relación a este periodo del arte, en “vivo y en directo” siguieron quedándose donde siempre los consideré, o sea en un segundo plano con relación a la pintura  como a mí me gusta. Yo nunca he dicho que   sean malos pintores ni los menosprecio, otra cosa será lo que otros entiendan o crean sobre mis comentarios. Para mí es excesivo el lugar de primer orden al que han sido elevados; ellos hicieron su papel y removieron libertades dentro de aquel momento rancio y encorbatado en el que se encontraba la pintura (en Francia); aportaron a la “sociedad del arte” (la demás viene seguida) frescura, atrevimiento…  quitaron “polvo” a tanta burocracia en este mundillo y dieron rienda suelta a los sueños de muchos, frenados por los “capillitas” y señoritos de lo académico y del “porque yo lo digo”. Y esto no es poco, pero el término: pintura, su oficio, técnicas, “cocina”, su trayectoria, sus avances…   eso quizás vaya por otros derroteros. Comprendo la dificultad de que la inmensa mayoría entienda mi postura, pero yo sé lo que quiero expresar.

          Antes de ellos estuvo Goya y la frescura, destreza y modernidad del aragonés en los frescos de S. Antonio de La Florida o “Las Pinturas Negras”, por ejemplo, no la superaron. Y mucho antes pintó Velázquez: “El maestro de los pintores” en boca del propio Manet  y…   me ahorraré las comparaciones, que son odiosas según dicen y abismales en este caso, opino yo. Solo nombro a estos dos por españoles y porque en ellos  está buena parte de las raíces de sus “experimentos, formas o metas”  en curso. No digo más, sigo con el viaje.

          Al margen de unas cuantas de anécdotas y de la experiencia de un viaje así, donde tuve oportunidad de ver una Ciudad de esa envergadura y que, aunque no me gustara en general ni  me quedaran ganas de volver, hay unos flashes sobre imágenes que perduran en la memoria, cual aquella Victoria de Samotracia impetuosa y bella; Notre Dame y la vista desde arriba de sus torres; los jardines de Versalles; la Torre Eiffel dibujada en medio de aquella llanura del Campo de Marte y que me sorprendería gratamente…  de cerca y subido arriba del todo también;  los “pasillos mecánicos” en el metro y algunos trenes muy modernos y cómodos por aquel entonces para mí, la Tumba de Napoleón pomposa, extraña y de un dudoso gusto estético…   y una sensación de Ciudad “todo a lo bestia” por las enormes dimensiones, pero extraña y fría en todo caso para mi gusto y donde será difícil que me vean otra vez.

Montero Bermudo.

S. Juan Despí,  otoño de 2.016.

        

 
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