campiña ecijana

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domingo, 18 de septiembre de 2016

La sigo queriendo


La Luna sabe cuánto la quiero.


          Y aquella luna se fue con los años, pero vinieron más y la vida me enseñó  que era la misma. ¡Ya me lo parecía!  Pero uno, imberbe y poco ducho en estas lides, donde acampan bobos acareados nutriéndose de amores de los que atontan, me dio por pensar aquello que dicen los “modernos y bien informados” que todo cambia y se transforma para empezar de nuevo y si hace falta, por distintos derroteros...  y  no me aclaro.

          Sobre mi existencia cuando la veo allá en lo alto y me sonríe, me causa ternura porque fue testigo y lo continua siendo de mi verdad. Sigue girando y en procesión, cuando le toca, la veo pasar seguida de estrellas iluminando y dando alegría a la gran dicha que en su presencia, apareciera entre nosotros como un designio  que de “Lo Alto” me fuese confiado  y Ella,  que desde el comienzo en cierta forma, la tengo como  cómplice o madrina, lo sabe y ronronea  por lo bajito haciendo guiños cuando la miro y mientras momentos de plata me circundan y visten de gala con su presencia, la luz especial que del firmamento cae como aleluya o regocijo, es convertido en el maná que fortalece y da sustento a viejos quereres actualizándolos con su presencia, porque Ella, la Luna, los renueva.

         Los años pasan pero el recuerdo de aquella noche sigue vigente y el coexistir continuo en lo cotidiano, no hizo otra que el buen abono de aquel jardín que para dicha y ventura mía, sigue ofreciendo  la floración que ya quisieran avezados jardineros de mil amores como los míos.

         Cuentan los “vivos” que no hay amor con resistencia  o prolongación a  muchos   plazos, que finiquita, que se despacha en cuando arden los finos brotes y que en fogarata queman ligero en corto periodo,  aquello que para mí, no es más que:  pira de abriles,  fantasía, farfolla  o  pobre “falla”.

         Rodaran mis huesos al retortero por este mundo hechos mantillo y mientras cumplan su cometido de ser abono para otras vidas, de ellos florecerán lo más bonito en cualquier rincón llevando tu nombre, tu color y tu dulzura, porque mi alma te seguirá anhelando, no habrá de perderse vagando en el infortunio ni en el naufragio por el universo,  yo vine aquí por algo y está bien  claro, porque la luna me lo dijo.

           La Luna fue la que nos vio cuando nos vimos y sabe bien de mis ilusiones que no son otras que estar contigo. Se van los años, pasan y firme sigue aquel propósito dentro de mí, no es un esfuerzo, es un deseo, una necesidad que se complementa con tu presencia y aquellos frutos de primaveras que Dios nos dio, fueron la muestra de que existimos y cada uno donde quieran que anden, serán felices, porque no hay rama con más contento y el que es mayorcito lo sabe, que aquella que mueve el viento  cogida  al tronco del árbol  que sale.

Montero Bermudo.

S. Juan Despi,  “en plena vendimia”  de 2.016

 

 

 

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