campiña ecijana

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domingo, 14 de agosto de 2016

De mí no me olvido


En el Puente de Hierro la perdí de vista

 
 
  
         No es necesario que leas esto, son cosas de la nostalgia o del “duelo” que algunos  llevamos en nuestra existencia  y aunque sean “realidades” mantenidas de la vida propia, al que le suene de cosa lejana o no sufrida, solo le aportará tal vez algo de tristeza y ¿Para qué?  No te molestes en “vivir” estas cosas, ello va en reconocimiento de otros tantos que quizás le sirvan para entender que no son solos y que alguien les recuerda, por haber pasado las mismas o parecidas penalidades.
         Para aquel que una noche se despidió de la novia con el alma en un puño, cuando fue a recogerla “an ca Caracuel” porque ella soñaba con el devenir de un día bonito, donde pudiese lucir lo que andaba aprendiendo en aquel taller de bordados y costuras. Al día siguiente saldría en el  “Marchenilla”  de las dos y media camino de Córdoba a la búsqueda del “sevillano” y por ahí saldría de la trinchera del hambre y a campo abierto se enfrentaría  con su enemigo en otras tierras donde vencerle y reconstruir su futuro. Saldría harapiento y destrozado en el ánimo, dejando atrás a tantos  como quería y a ella, temeroso de perderla porque era “su ilusión” y con la firme promesa de volver  para llevarla a su “castillo” una vez  iniciada la obra.
         También para aquellos  más chiquitos que salieron despidiéndose de sus amiguitos del colegio del Carmen, La Merced, Parroquial de Sta. Mª, la calle Mayor  o la calle Alamillos,  porque sus padres le llevaban a otro mundo donde podrían desayunar con jeringos, merendar chocolate y dibujar con lápices de colores; lugares de fantasías, ensueños  inmensos,  grandes y lejanos donde además de otras maneras de hablar,  se contaban  aventuras como en los libros que aún ni habían leído; los que ni siquiera iban a la escuela o andaban con Rafalita Campoy, Dña. Valle, Carmen Cañete…  de “migas”, también irían a  “la fiesta” que se anunciaba a bombo y platillo y todos por igual, saldrían desperdigados  en cientos de remesas en aquel  convoy de “la Providencia” .
         Lágrimas llenas de sentimientos en  el andén de la estación y el “último beso” con el pie en el estribo, mientras aquel “monstruo de hierro” soplaba con brío y dejaba con agudeza un silbido en el viento  como despedida. Los brazos al aire y en forma de  manifestación quedarían allí parados, mientras grandes y chicos no cabían por las ventanillas diciendo adiós. Los tarajes del río y las cruces de hierro del puente sobre el río, serían el primer estorbo en la visión de aquella perspectiva de un lugar que tardaríamos en volver a ver y  en adentrándose aquel “pueblo en marcha” sobre dos hilos interminables de brillante acero por medio del olivar, se acabaría de perder por tiempo indefinido. El sordo y acompasado  “tran, tran, tran…“  de las viejas traviesas, medidos al azar en grupos de notas marcadas por el silbar de la máquina que iba la primera,  sería como un “Bolero de Ravel in crescendo” y en adelante,  la música de fondo o banda sonora de aquella  aventura que había dado comienzo.
          En “el frente” de aquella batalla no sería poca la leña que se dio, unos más y otros menos, como todo en la vida, pero ninguno escaparía de las penas y sacrificio que costó remontar el vuelo. Aún y así todavía queda quien no repuesto de la reyerta vive en la gran duda y aquí  no cuentan ya, los que  quedaron en tierra que no era la suya y con el sueño frustrado de volver  “triunfante” aunque fuese a temporadas, pero no hay vuelta atrás.
          En talleres, fábricas o en obras; mostradores de tiendas, en la costa de taberneros y en hoteles; aljofifando suelos de escaleras y haciéndoles la vida más fácil a los pudientes (aquí también hubo siempre señoritos) durante interminables jornadas, de día y de noche, haciendo horas extras y destajos para reventar y aguantando no pocos desprecios y abusos (de esos también se daban) dejarían la juventud y una vida entera haciendo “Patria” para quienes no lo valoraron nunca. Aún  y así cada uno como pudo rehízo su charnaque.
         Serían recibidos en la estación y pasados por la aduana o fielato radiografiándolos y mirándoles el hambre de dentro de la maleta; al que no tenía a nadie a su espera o “mal aspecto de cara”…       ¿Cómo pretendía que llegara quien venía apaleado y con todo perdido? Sería puesto en cuarentena allá arriba por Monjuit hasta decidir qué hacer con ellos y a los de menos suerte les indicarían el camino de vuelta.
          Cierta modernidad en  forma de tractores y cosechadoras, junto con unos dirigentes anclados en la edad media, donde vidas y haciendas les pertenecían, hicieron aquella criba y reajuste dándole más al que ya tenía algo y a la presa fácil, que éramos nosotros los desahuciados de aquella España, nos mandaron a tapar bocas inconformistas y “protestonas” en el norte y dos de un tiro contuvieron para su tranquilidad.
          Dicen que el tiempo lo va borrando todo…    ¿Cuánto tiene que pasar para olvidarse de uno mismo?
Montero Bermudo.
S. Juan Despi, vísperas de la Virgen de Agosto de 2.016
 
 
 

2 comentarios:

  1. No sé cuánto tiempo tiene que pasar para que uno se olvide de si mismo,lo que si sé que yo nunca me olvidaré de ti.Gracias por ser como eres.

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  2. ¡¡Toma ya!! Esto sí que es un piropo. "De tal palo tal astilla" dice el refrán. Soy persona con la "penosa carga" de mucha memoria y las cosas que me afectan dentro de lo "más mío" las vivo por siempre y aún reconociendo que muchas veces no sería deseable... es como el color del pelo (cuando lo tenía). Gracias a ti, ya sabes que de nadie de los míos me olvido nunca y tú lo eres porque tu padre me lo dijo: esta es como yo -decía- ...trocito de pan que yo ya me había dado cuenta.

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