Este fin de semana, mi perrita Lola pasó por la
peluquería.
Me recordé de la primera vez y en la que apunté la
crónica.
“…Pelamos a la perra
Bueno ya pasó
todo, menudo susto. Acordándome estaba
yo de aquella letrilla que Emilio “El Moro” cantara remedando otra de Manolo,
“El Malagueño” y que decía aquello de: ya
mi perro a aparecíooooo mirad mi alegría sin frenoooo.
Acabo de subir de retirar unos cartelitos que había colocado en los dos
o tres bares, la panadería y la droguería de aquí cerca de casa “se busca perrita color chocolate, de raza:
agua español y que atiende (a veces no) al nombre de Lola” así rezaba la nota.
A aparecido luego de limpiar todo el piso, encogida, arrecía y acobardada debajo de la mesa del comedor, no
se había perdido entonces, menos mal. El susto que nos hemos llevado los tres,
nosotros por temor a que le hubiese pasado algo y ella cuando se ha visto
reflejada en el cristal de la balconera.
Ya hacía días que queríamos pelarla, un día por otro… (ninguno con dineros) al final decidimos
pelarla nosotros mismos en casa, bueno digo nosotros, pero en realidad yo solo
la iba sujetando de las orejas mientras mi señora tijeras en mano daba con más
de media perra a retortero; al principio parecía que salía bastante pero poco a poco lo de bastante se convirtió en
muchísimo; sentados en medio del comedor, nosotros dos, ella tendida, casi sin
darnos cuenta el montón de pelos que iba desbrozando la tijera y que nos
rodeaba ya, dejaba en el comedor una escena como si hubiésemos extendido vegetal a secar; corta
por aquí, corta por allá… una tonga a
todo alrededor poco a poco elevaba su
altura como aquel que no quiere la cosa, lo mismo que si nevara, pero pelos; primero nos tapó los pies, y la perrita, entre
lo que se movía y las vueltas que yo le daba, parecido a como se emborrizan
albóndigas, conseguía con dificultad y pataleos mantenerse a flote, se iba saliendo y elevando por encima del
almiar en lo que se estaba convirtiendo aquello; cuando nos quisimos dar cuenta
el montón de pelos nos llegaba a la cintura y la perra por un momento dejó de dar
señales de existencia.
Nervioso y preocupado me puse de rodillas y en culo en pompa di una
cuantas de vueltas alrededor del comedor, rastreando y palpando con las manos a
la búsqueda de la Lola; estornudando con las orejas, los ventanillos de las
narices y la boca llena de pelos,
intentando silbar para llamarla, temiéndome algo malo y tropezando con todo… por fin salió “el bicho” junto a la puerta de salida al balcón estaba (buscaba
el animalito aire) ¡e ha! - Le dije a mi señora - repásale algo el “jopo” y la dejamos porque
mira la que andamos liando y esta la perdemos; así fue, en uno de aquellos
tijeretazos de “La Rupert” que andaba ya más que agotada después de casi siete
horas de tris, tras, tris tras, la Lola hizo un quiebro y se nos perdió otra
vez de vista, removí y removí el casi medio piso que cubría lo cortado a una
altura de no menos de tres cuartas, pero
fue infructuoso el esfuerzo. Nos pusimos de pelos… a mi mujer ni la conocía, ella que hace años
va con algo menos de media melenita, le caía la pelambrera por la espalda hasta
perderse en el montón, con la carita que siempre lleva nacarada y de piel
blanquita, ahora la tenía como un kiwi, por delante… una especie de hombre lobo (bueno la mujer
de éste) que con dificultad y a duras
penas se le podía descifrar los perfiles de la cara y yo, ¡ay! Yo… un
coco de cuerpo entero.
Nos pusimos a recoger y limpiar pensando que así aparecería, cogí un
biérgol que tenía colgado en la pared
del balcón como adorno y recuerdo,
como tantas cosas de cuando estaba en el pueblo y a golpe de dicha horca empecé
a amontonar sobre una sábana abierta y extendida para amarrarla con cuatro
nudos, palpando lo que iba echando por si iba la perra en uno de aquellos
viajes, aún faltó sábana, no tuvimos
bastante y llené dos bolsas de basura de las industriales; acordándome de
cuando llenábamos el pajar en el pueblo, acarreé al contenedor todo aquel
almiar de pelos y luego de barrer las escaleras y el zaguán de la finca donde
andamos atrincherados a la espera de que alguien venga a darnos queja (lo digo
por el contenedor, que se han quedado unos listos que viven aquí cerca desde
que los echaron de su pueblo por catetos, diciendo: llévate eso a la
incineradora hombre, no ves que va
quedar la calle como si fuera el “Corpus”) siempre hay quien ponga falta y por
un quítame allá esas pajas son capaces de montar otra República.
Bueno nosotros nos dimos un enjuague en el baño y entre: espantados, medio alelados, con cara
de asombro y mirándonos los tres a la cara aquí andamos intentando hacernos a
la realidad.
Montero Bermudo. …”
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