Mi Mumá Dolores.
Figura en negro y algo encorvada por la indumentaria y por los
trances de una dura vida. Echada sobre el quicio de la puerta de su cuarto,
empapada en sollozos y profundos suspiros su imagen se recortaba sobre aquella tirita de encalada
pared, entre los goznes y el retorcido tronco
de una parra que era pérgola y refugio en los días calurosos, gloria de palio o dosel vegetal sobre el
empedrado del patio de la casa de mis abuelos maternos; plaza de abasto de
avispas y surtidor general de un aporte alimenticio y azucarado en forma de uvas a racimos, las que tan ricas
estaban y de las que el tiempo con sus
modernidades, como a Ella, finiquitó.
A punto de cumplirse 53 años de aquellos amargos momentos, como tantas y
tantas veces recuerdo a la abuelita de
mi madre, mi bisabuela Dolores, figura respetada aunque aparentemente
desapercibida y a la que la numerosa y
gran familia que formábamos rendíamos especial respeto y a la que tengo presente. Para mí nadie de
los míos ha sido nunca anónimo, todos y cada uno son y fueron en primera
persona y ellos, los mayores que hace tanto que no están, todavía más.
Imbuida en su impotencia, llena
de pena y amargura lloraba mi mumá
Dolores y mientras a duras penas se sostenía sobre sus piececitos hinchados, entre sus
arrugaditas manos palpaba un blanco pañuelo que llevaba y traía bajo el
brillante y grueso cristal de sus gafas recogiendo
el caudal del lagrimeo derramado y entre
suspiros y leves gesticulaciones con pena
y lamento balbuceaba de forma entrecortada: “Ya no los veo más, ya no los veo más… ” Y
acertó.
La sapiencia por la dureza del tiempo vivido da experiencia y capacidad para mucho, nunca
será bastante y aunque algunos viejos también dicen tonterías, el olfato y
talento adquirido de sobras queda demostrado en muchísimas ocasiones. Ella nos
vio partir y en sus más que intuitivas
cuentas, estaba claro el resultado: no
daría lugar a otro encuentro. “La cuenta de la vieja” y aquí que ni al
pelo, no harían falta más números ni conjeturas, el resultado estaba cantado:
no nos veríamos más.
Nos íbamos buscando mundos donde el agobio por la necesidad fuese más
llevadero, allí se hacía insoportable la resistencia, el hambre y el desespero
frustraba cualquier planificación idónea de aguante. El futuro lo habían decidido
otros por nosotros, éramos muy poca cosa, por no decir una mierda, que además
de algo feo quizás hasta por ser poco no nos definía.
Y hoy, como tantas veces en mi vida,
recuerdo lastimoso aquella escena de la que nunca me olvidé, como de Ella,
anónima según sus cuentas… “… yo ya no valgo pa ná, yo ya soy un estorbo…”
pero que en esto erró, todo no lo iba a saber por mucha experiencia que tuviera.
Alguien y seguro que no soy solo, la tendrá presente en su memoria y sonreirá
junto con el lagrimal húmedo pensando en
ella y sobre todo, si sabe, como yo supe siempre de su historia.
Montero Bermudo, verano de 2.016
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