campiña ecijana

campiña ecijana

viernes, 15 de julio de 2016

El que no quiere a sus viejos...


Mi Mumá Dolores.

           Figura en negro  y algo encorvada por la indumentaria y por los trances de una dura vida. Echada sobre el quicio de la puerta de su cuarto, empapada en sollozos y profundos suspiros su imagen se  recortaba sobre aquella tirita de encalada pared, entre los goznes y el retorcido tronco  de una parra que era pérgola y refugio en los días calurosos,  gloria de palio o dosel vegetal sobre el empedrado del patio de la casa de mis abuelos maternos; plaza de abasto de avispas y surtidor general de un aporte alimenticio y azucarado  en forma de uvas a racimos, las que tan ricas estaban y  de las que el tiempo con sus modernidades, como a Ella,  finiquitó.

          A punto de cumplirse  53 años  de aquellos amargos momentos, como tantas y tantas   veces recuerdo a la abuelita de mi madre, mi bisabuela Dolores, figura respetada aunque aparentemente desapercibida y a la que la numerosa y  gran familia que formábamos rendíamos especial respeto  y a la que tengo presente. Para mí nadie de los míos ha sido nunca anónimo, todos y cada uno son y fueron en primera persona y ellos, los mayores que hace tanto que no están, todavía más.

         Imbuida en su impotencia,  llena de pena y amargura  lloraba mi mumá Dolores y mientras a duras penas se sostenía sobre sus piececitos hinchados,   entre sus  arrugaditas manos palpaba un blanco pañuelo que llevaba y traía bajo el brillante y grueso cristal de sus gafas  recogiendo el caudal del lagrimeo derramado  y entre suspiros  y leves gesticulaciones con pena y lamento   balbuceaba  de forma entrecortada:    “Ya no los veo más, ya no los veo más… ”   Y acertó.

           La sapiencia por la dureza del tiempo vivido  da experiencia y capacidad para mucho, nunca será bastante y aunque algunos viejos también dicen tonterías, el olfato y talento adquirido de sobras queda demostrado en muchísimas ocasiones. Ella nos vio partir  y en sus más que intuitivas cuentas, estaba claro el resultado: no  daría lugar a otro encuentro. “La cuenta de la vieja” y aquí que ni al pelo, no harían falta más números ni conjeturas, el resultado estaba cantado: no nos veríamos más.

          Nos íbamos buscando mundos donde el agobio por la necesidad fuese más llevadero, allí se hacía insoportable la resistencia, el hambre y el desespero frustraba cualquier planificación idónea de aguante. El futuro lo habían decidido otros por nosotros, éramos muy poca cosa, por no decir una mierda, que además de algo feo quizás hasta por ser poco no nos definía.

          Y hoy, como tantas veces en mi vida,  recuerdo lastimoso aquella escena de la que nunca me olvidé, como de Ella, anónima según sus cuentas…  “… yo ya no valgo pa ná, yo ya soy un estorbo…” pero que en esto erró, todo no lo iba a saber por mucha experiencia que tuviera. Alguien y seguro que no soy solo, la tendrá presente en su memoria y sonreirá junto con  el lagrimal húmedo pensando en ella y sobre todo, si sabe, como yo supe siempre de su historia.
Montero Bermudo, verano de 2.016   

No hay comentarios:

Publicar un comentario