Viaje a Italia
Ahora
en estas fechas veraniegas, cuando el personal va de aquí para allá, sale o
vuelve de vacaciones, de viajes al pueblo o de visitas por cualquier sitio
donde “sacudirse las pulgas”, otros muchos que no lo haremos, aquí andamos intentando
relajarnos y esperando ocasiones y posibilidades más favorables. Mientras tanto,
se “distrae” uno recordando esas otras veces en las que sí pudo ser y entre otras, andaba yo pensando en la
primera vez que salí lejos. A Italia nada más, pero para el que no pasó nunca
los Pirineos, ya era bastante.
Treinta y ocho años ya de aquel
viaje, precioso y siempre recordado. Italia en general, siempre fue plato de
gusto de todo aquel enamorado del arte y uno, que ya por aquellos entonces
soñaba y hacía sus pinitos con los pinceles, andaba deseoso de encontrarse
frente a frente con: Leonardo o con Tiziano, con Rafael o Miguel Ángel,
Tintoretto, Fra Angélico, Botticelli, Massaccio… y por fin pudo ser.
A principios de aquel verano del 78,
cuando próximo a coger mis días de vacaciones (los dueños de la empresa donde trabajaba eran
falangistas y las empezábamos el 18 de julio) comentábamos como todo el mundo estas cosas y en el
grupito que nos juntábamos por Cornellá surgió la idea de un viajecito por
Italia. Francisco Hidalgo, maestro de escuelas él y componente del grupito,
propuso la idea, pues ya lo había hecho anteriormente y sabía más o menos de
cómo podíamos realizarlo.
Ni
que decir tiene que el viaje a Italia y en aquellas fechas, para mí era poco menos
que un imposible, pero pudo ser. Hoy después del tiempo pasado recuerdo en cierta manera, aquella vida, hasta
con tristeza ¿De dónde veníamos? ¿Cuánta
miseria y cuánto atraso? ¡Qué tiempos! Ahora la juventud se ríe cuando te
escucha opinar de aquellos años y los anteriores. A lo que vamos, se puso todo en marcha: me saqué el pasaporte,
fuimos al consulado italiano y al RACC, apañamos los bonos de autopistas, gasolina,
carta verde, mapas, guías, un carnet de entrada a los museos nacionales (me
costó 50 pesetas para todo el año), cambio de pesetas en liras y en francos… para mí una aventura, pero “el maestro” ya
sabía de qué iba y nos fue enseñando.
Fuimos cinco en el coche de mi compadre
Pulido, un R 12 rojo. Salimos sobre media
tarde (en cuanto me pude escapar del trabajo y que ellos me
esperaban) cruzamos por la Junquera y camino
de Lión nos desviamos allá por Nimes y la Ruta del Sole que nos llevaría por:
Arles, Aix-en-Provence, Niza y Mónaco, donde nos detuvimos a pie de carretera y
desde lo alto echamos un ojeo al
panorama (seria media noche, pero estaba todo iluminado) todo muy bonito y desconocido, intrigante,
expectante y lleno de curiosidad; continuamos
hasta Ventimiglia, frontera con Italia y
de ahí, cruzando una infinidad de túneles y puentes impresionantes aparecimos
por Génova un poquito antes de amanecer; paramos a tomar café y cuando el sol aún no
había despegado del todo del horizonte, estábamos
en Pisa con las manos en la frente como
viseras por el contraluz que nos
sorprendía en la Porta Nuova, lugar por
donde entramos a la Piazza del
Duomo o dei Miracoli, como también es
conocida.
Asomar por aquella entrada, hecha en
la muralla allá por el XVI (aunque le llamen Nuova) y que rodea el conjunto de
edificios de aquel lugar, es una de esas impresiones agradables de las que no
se olvidan, sobre todo de la primera vez y cuando no se tenía acceso a
películas y fotos con la facilidad que se dispone ahora.
Compramos algunos carretes de fotos allí fuera de la muralla, en cuanto
terminaron de montar el tenderete y nos adentramos encandilados en el recinto;
El Duomo, El Battisterio, la Torre… a la que subimos dando golpecitos con los
hombros sobre los laterales; desde arriba se divisaba una vista preciosa del
conjunto, incluido el cementerio y el caserío. Dimos un paseo por los
alrededores y nos acercamos hasta el Arno, el rio que pasa por la Ciudad y cuando nos pareció, salimos camino de
Florencia.
A media tarde ya estábamos en la
Capital de la Toscana, Firenze… por los
alrededores de Sta María Novella, dejamos el coche al resguardo en una cochera
y cogimos pensión en la Via Dei Fossi,
allí mismo cerquita de la Piazza. Estaríamos
un par de días, lo que nos permitió ver
algo; además de callejear por toda la ciudad y disfrutar de aquel ambiente
cosmopolita, charlar y reírnos con todo y de todo sentado en los escaloncitos del
Duomo, en la cúpula de La Catedral o en cualquier otro rincón; de paseo por el Puente Viejo, los Jardines de
Boboli, el Piazzale Michelángelo… todo lo que pudimos y nos dio tiempo.
Quedarían impresiones muy gratas y
para siempre de todo aquello. El David de Miguel Ángel y Los Esclavos
inacabados para la tumba de Julio II, en la Academia, cortan la respiración; el
David de Donatello en el Bargello; El Nacimiento de Venus de Boticcelli, el
Tondo Doni de Miguel Ángel, La Anunciación de Leonardo, La Virgen del jilguero
de Rafael… y Fra Angélico, Filippo
Lippi, Duccio, Giotto, Pollaiolo, Pontormo, Parmigianino… todo y
miles de ellos más en la Galería Ufizzi.
La Adoración de los Reyes Magos de
Benozzo Gozzoli en el Palazzo Médici-Riccardi
es de un gusto exquisito y las terracotas vidriadas de Andrea de lla Robbia
en el hospital de los Inocentes… del
Palazzo Pitti, recuerdo una cantidad de pintura impresionante y de primer
orden. La Trinidad de Massacio en Sta.
Mª Novella, la que quizás no supe apreciar en aquella ocasión, pero que en otros viajes posteriores la pude disfrutar junto con los frescos de la
capilla Brancacci que está en el Carmine.
De allí nos marcharíamos a Siena ¡Ay su Catedral! ¡Cuánta historia! Y la Maestá de Duccio… Y la
Piazza del Campo con forma de vieira o
abanico, en cuyo alrededor se corre el Palio de Siena: carrera de caballos de origen medieval y que está presidida por el Palazzo Pubblico con su Campanile, rodeada toda de un
conjunto de edificios que la hacen especialmente bonita y por si fuese poco sus entradas, sus terrazas y
cómo no, la Fonte Gaia… precioso todo.
Allí mi amigo Hidalgo que hizo de guía o cicerone, se enfadaría un poquito
conmigo; nos sentamos en una terracita de la Piazza y pidió una pizza para cada uno, pero yo no podía
comerme aquello... años más tarde mi
utrerana se encargaría de que me gustara. Visitamos todo lo que se pudo, compré
una bandera de uno de aquellos
barrios que corren el “Palio” como recuerdo y nos marchamos.
Nos fuimos a Roma y al volver camino
de Venecia pasaríamos a visitar
Arezzo (creo que fue este el orden, ahora, después de otras tantas veces y en
distintas formas, no lo recuerdo, pero esto no tiene mayor importancia). Fuimos
a buscar alojamiento por la plaza de España, pero no pudo ser, había poco y
además caro; lo encontraríamos aceptable junto a la Estación de Termini, en
Piazza República. Todo lo visto hasta el momento era de encandilamiento, pero
Roma… ahí, se terminan o empiezan los
caminos. Siempre dije que si me echan de España que me busquen en Roma, hace
muchos años de la primera vez y las demás sirvieron para afianzar la primera
impresión, es simplemente la “Ciudad Completa” quiero suponer que el turismo en
aumento considerable de estos años y los políticos no haya terminado por
estropear también aquello.
Visitamos todo lo posible, aunque en
forma de turista pobre y de prisita, pero a mí me sirvió por lo menos para
darme pistas de muchas cosas, además del viajecito que fue de lo más agradable.
Veríamos los museos del Vaticano, El
Panteón, S. Luis de los franceses con las pinturas de Caravaggio, la Piazza
Espagna… preciosa, La Fontana de Trevi, Las Termas, el Coliseo, Piazza Navona… comimos helados y tomamos capuccinos, como
cualquier hijo de vecino.
Sin pensarlo mucho (si lo piensa uno
de allí no sale) saldríamos camino de Venecia, como estaba previsto y
visitaríamos Arezzo. Preciosa Ciudad, con antigüedad hasta para regalarle a
Roma; hicimos la “visita de la suegra” a la ligera y para mirar de reojo todo
cuanto se ponía delante, pude ver los frescos de Piero della Francesca,
magníficos y alguna cosita más; seguiríamos hasta Bolonia, casi a la entrada de
la ciudad compramos una sandía a pie de carretera y nos la comimos; entramos por dos o tres veces, por
equivocación en la carretera, al final, después de preguntar alguna que otra
vez cogimos el camino bueno y un ratito después andábamos alrededor del
Castillo de Este en Ferrara, una inmensa mole de ladrillo rojo rodeada por un
foso y que su estampa no se pasa por alto fácilmente; una plaza muy grande
también allí cerca y un paseo lleno de árboles con mucha gente en bicicleta,
allí hasta los ancianos iban en bicicletas… poco más vimos, pero muy agradable
todo.
Pasaría algo del medio día cuando llegamos a Venecia. En una
explanada preparada para ello, dejamos
el coche y echamos pie a tierra (el poquito que allí se pisa) y entre unos pocos pegando voces ofreciendo
góndolas y qué sé yo cuantas cosas más, sorteándolos, nos dirigimos al “Vaporetto” que era (y será)
como el autobús de línea, pero en barco, que
nos metería por el centro de la ciudad. Entró por el Gran Canal y nos llevó
hasta S. Marcos; por el camino-acuático nos deleitamos con un paisaje
fantástico del que uno es imposible imaginar si antes solo ha salido de casa
para ir a la mili, como era mi caso. Palacios y casas señoriales a un lado y
otro, luz y color como en ningún sitio, barquitos, góndolas, motoras… todo de una particularidad que asombraba; el
Ponte Vecchio, donde nos vimos obligados
a parar porque vimos un banco abierto y nos hacían falta liras. Continuamos con
otro y aparecimos por la gran Piazza S. Marcos.
¡Toma ya! Como “El Salón” de Écija, pero arreglado. Una
sensación de esas raras que uno siente algunas veces en la vida y que ya nunca
la volverá a sentir allí, la sorpresa también cuenta. Impresionante abertura al
asomar bajo los arcos… al frente y casi
a todo lo que da la panorámica: Basílica de S. Marcos, a la derecha el
Campanile y a la izquierda la Torre dell´Orologio, delante un espacio inmenso
por el que deambulaban “embobados” como nosotros y muchas palomas, todo ello
entre una mezcla de asombro y luz especial de la que no todo el mundo está
capacitado para explicar… yo entre
tantos. Una estampa preciosa y digna de ver aunque sea una sola vez en la vida.
Recorrimos cualquier rincón que se puso a tiro, callejeamos sorteando aguas por
aquí y por allá, compramos unos detallitos de recuerdos y a dormir a Verona.
Broche de oro para un viaje entre
amigos y que aquí en esta preciosa Ciudad, dábamos prácticamente por concluido.
Bien podría haber sido en Siena o en Roma, pero fue aquí y el regusto de lo
exquisito sigue en la memoria para su paladeo. Entramos cruzando el Adigio por el Ponte Navi y nos adentramos en la población como la
inmensa mayoría en busca del balcón de Julieta, cumplida la “chominá” (a mí esto me suena a montaje novelesco) buscamos
alojamiento por los alrededores de la
Piazza delle Erbe y dimos unas cuantas de vueltas por el centro; de este ratito
recuerdo la entrada a la Piazza dei Signori por un gran Arco bajo los edificios
y donde se encuentra una estatua de Dante en el centro, ahí nos sentamos al pie
de ella y escuchamos a un pianista que tocaba en medio de una terracita de una
cervecería… esto antes de cenar y que lo
haríamos comiendo espaguetis, mientras éramos amenizados por un violinista ambulante; nos hartamos de reír y luego camino de la
Arena y cuando el Chianti empezó a surgir efecto nos reiríamos más. Las bromas
y el especial ambiente de la Ciudad en pleno Festival de la Opera de aquel año,
se hizo particularmente simpático, agradable y siempre recordado. Nos sentamos
en una placita que rodea el Anfiteatro romano a charlar y disfrutar del
ambiente engalanado de la noche, mientras tanto, la inmediatez de la opera que
se representaba nos iba salpicando estrofas y notas musicales para el
deleite. Disfrutamos lo que pudimos y
dormiríamos como niños, ya con la cabeza en el camino y deseosos de contar a la
familia lo vivido.
Montero Bermudo.
S. Juan Despi, verano de 2.016
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