campiña ecijana

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domingo, 24 de julio de 2016

¡¡Bella Italia!!


Viaje a Italia


 

          Ahora en estas fechas veraniegas, cuando el personal va de aquí para allá, sale o vuelve de vacaciones, de viajes al pueblo o de visitas por cualquier sitio donde “sacudirse las pulgas”, otros muchos  que no lo haremos, aquí andamos intentando relajarnos y esperando ocasiones y posibilidades más favorables. Mientras tanto, se “distrae” uno recordando   esas otras veces en las que sí pudo ser  y entre otras, andaba yo pensando en la primera vez que salí lejos. A Italia nada más, pero para el que no pasó nunca los Pirineos, ya era bastante.

          Treinta y ocho años ya de aquel viaje, precioso y siempre recordado. Italia en general, siempre fue plato de gusto de todo aquel enamorado del arte y uno, que ya por aquellos entonces soñaba y hacía sus pinitos con los pinceles, andaba deseoso de encontrarse frente a frente con: Leonardo o con Tiziano, con Rafael o Miguel Ángel, Tintoretto, Fra Angélico, Botticelli, Massaccio…  y por fin pudo ser.

        A principios de aquel verano del 78, cuando próximo a coger mis días de vacaciones  (los dueños de la empresa donde trabajaba eran falangistas y las empezábamos el 18 de julio) comentábamos  como todo el mundo estas cosas y en el grupito que nos juntábamos por Cornellá surgió la idea de un viajecito por Italia. Francisco Hidalgo, maestro de escuelas él y componente del grupito, propuso la idea, pues ya lo había hecho anteriormente y sabía más o menos de cómo podíamos realizarlo.

       Ni que decir tiene que el viaje a Italia y en aquellas fechas, para mí era poco menos que un imposible, pero pudo ser. Hoy después del tiempo pasado  recuerdo en cierta manera, aquella vida, hasta con tristeza  ¿De dónde veníamos? ¿Cuánta miseria y cuánto atraso? ¡Qué tiempos! Ahora la juventud se ríe cuando te escucha opinar de aquellos años y los anteriores. A lo que vamos,  se puso todo en marcha: me saqué el pasaporte, fuimos al consulado italiano y al RACC,  apañamos los bonos de autopistas, gasolina, carta verde, mapas, guías, un carnet de entrada a los museos nacionales (me costó 50 pesetas para todo el año), cambio de pesetas en liras y en francos…    para mí una aventura, pero “el maestro” ya sabía de qué iba y nos fue enseñando.

        Fuimos cinco en el coche de mi compadre Pulido, un R 12 rojo. Salimos sobre media   tarde  (en cuanto  me pude escapar del trabajo y que ellos me esperaban)  cruzamos por la Junquera y camino de Lión nos desviamos allá por Nimes y la Ruta del Sole que nos llevaría por: Arles, Aix-en-Provence, Niza y Mónaco, donde nos detuvimos a pie de carretera y desde lo alto echamos  un ojeo al panorama (seria media noche, pero estaba todo iluminado)  todo muy bonito y desconocido, intrigante, expectante y lleno de curiosidad;  continuamos hasta Ventimiglia,  frontera con Italia y de ahí, cruzando una infinidad de túneles y puentes impresionantes aparecimos por Génova  un poquito antes de amanecer;   paramos a tomar café y cuando el sol aún no había despegado del todo  del horizonte, estábamos en Pisa con  las manos en la frente como viseras por  el contraluz que nos sorprendía  en la Porta Nuova, lugar por donde entramos a la  Piazza   del Duomo o dei  Miracoli, como también es conocida.

          Asomar por aquella entrada, hecha en la muralla allá por el XVI (aunque le llamen Nuova) y que rodea el conjunto de edificios de aquel lugar, es una de esas impresiones agradables de las que no se olvidan, sobre todo de la primera vez y cuando no se tenía acceso a películas y fotos con la facilidad que se dispone   ahora. Compramos algunos carretes de fotos allí fuera de la muralla, en cuanto terminaron de montar el tenderete y nos adentramos encandilados en el recinto; El Duomo, El Battisterio, la Torre…   a la que subimos dando golpecitos con los hombros sobre los laterales; desde arriba se divisaba una vista preciosa del conjunto, incluido el cementerio y el caserío. Dimos un paseo por los alrededores y nos acercamos hasta el Arno, el rio que pasa por la Ciudad  y cuando nos pareció, salimos camino de Florencia.

          A media tarde ya estábamos en la Capital de la Toscana, Firenze…   por los alrededores de Sta María Novella, dejamos el coche al resguardo en una cochera y cogimos pensión  en la Via Dei Fossi, allí mismo cerquita de la Piazza.  Estaríamos un par de días, lo que  nos permitió ver algo; además de callejear por toda la ciudad y disfrutar de aquel ambiente cosmopolita, charlar y reírnos con todo y de todo sentado en los escaloncitos del Duomo, en la cúpula de La Catedral o en cualquier otro rincón;  de paseo por el Puente Viejo, los Jardines de Boboli, el Piazzale Michelángelo…      todo lo que pudimos y nos dio tiempo.

          Quedarían impresiones muy gratas y para siempre de todo aquello. El David de Miguel Ángel y Los Esclavos inacabados  para la tumba de Julio II,  en la Academia, cortan la respiración; el David de Donatello en el Bargello; El Nacimiento de Venus de Boticcelli, el Tondo Doni de Miguel Ángel, La Anunciación de Leonardo, La Virgen del jilguero de Rafael…  y Fra Angélico, Filippo Lippi, Duccio, Giotto, Pollaiolo, Pontormo, Parmigianino…  todo  y miles de ellos más en la Galería Ufizzi.

         La Adoración de los Reyes Magos de Benozzo  Gozzoli en el Palazzo Médici-Riccardi es de un gusto exquisito y las  terracotas vidriadas de Andrea de lla Robbia en el hospital de los Inocentes…     del Palazzo Pitti, recuerdo una cantidad de pintura impresionante y de primer orden.  La Trinidad de Massacio en Sta. Mª Novella, la que quizás no supe apreciar en aquella  ocasión, pero que en otros viajes posteriores  la pude disfrutar junto con los frescos de la capilla Brancacci que está en el Carmine.

          De allí nos marcharíamos a Siena  ¡Ay su Catedral!  ¡Cuánta historia! Y la Maestá de Duccio… Y la Piazza del Campo  con forma de vieira o abanico, en cuyo alrededor se corre el Palio de Siena:  carrera de caballos de origen medieval  y que está presidida por el Palazzo  Pubblico con su Campanile, rodeada toda de un conjunto de edificios que la hacen especialmente bonita y  por si fuese poco sus entradas, sus terrazas y cómo no, la Fonte Gaia…    precioso todo. Allí mi amigo Hidalgo que hizo de guía o cicerone, se enfadaría un poquito conmigo; nos sentamos en una terracita de la Piazza y pidió  una pizza para cada uno, pero yo no podía comerme aquello...   años más tarde mi utrerana se encargaría de que me gustara. Visitamos todo lo que se pudo, compré una bandera de uno de  aquellos barrios  que corren el  “Palio” como recuerdo y nos marchamos.

         Nos fuimos a Roma y al volver camino de  Venecia pasaríamos a visitar Arezzo  (creo que fue este el orden,  ahora, después de otras tantas veces y en distintas formas, no lo recuerdo, pero esto no tiene mayor importancia). Fuimos a buscar alojamiento por la plaza de España, pero no pudo ser, había poco y además caro; lo encontraríamos aceptable junto a la Estación de Termini, en Piazza República. Todo lo visto hasta el momento era de encandilamiento, pero Roma…   ahí, se terminan o empiezan los caminos. Siempre dije que si me echan de España que me busquen en Roma, hace muchos años de la primera vez y las demás sirvieron para afianzar la primera impresión, es simplemente la “Ciudad Completa” quiero suponer que el turismo en aumento considerable de estos años y los políticos no haya terminado por estropear también aquello.

         Visitamos todo lo posible, aunque en forma de turista pobre y de prisita, pero a mí me sirvió por lo menos para darme pistas de muchas cosas, además del viajecito que fue de lo más agradable. Veríamos  los museos del Vaticano, El Panteón, S. Luis de los franceses con las pinturas de Caravaggio, la Piazza Espagna… preciosa, La Fontana de Trevi, Las Termas, el Coliseo, Piazza Navona…   comimos helados y tomamos capuccinos, como cualquier hijo de vecino.

          Sin pensarlo mucho (si lo piensa uno de allí no sale) saldríamos camino de Venecia, como estaba previsto y visitaríamos Arezzo. Preciosa Ciudad, con antigüedad hasta para regalarle a Roma; hicimos la “visita de la suegra” a la ligera y para mirar de reojo todo cuanto se ponía delante, pude ver los frescos de Piero della Francesca, magníficos y alguna cosita más; seguiríamos hasta Bolonia, casi a la entrada de la ciudad compramos una sandía a pie de carretera y nos la comimos;   entramos por dos o tres veces, por equivocación en la carretera, al final, después de preguntar alguna que otra vez cogimos el camino bueno y un ratito después andábamos alrededor del Castillo de Este en Ferrara, una inmensa mole de ladrillo rojo rodeada por un foso y que su estampa no se pasa por alto fácilmente; una plaza muy grande también allí cerca y un paseo lleno de árboles con mucha gente en bicicleta, allí hasta los ancianos iban en bicicletas… poco más vimos, pero muy agradable todo.

              Pasaría algo del   medio día cuando llegamos a Venecia. En una explanada preparada para ello,  dejamos el coche y echamos pie a tierra (el poquito que allí se pisa)  y entre unos pocos pegando voces ofreciendo góndolas y qué sé yo cuantas cosas más, sorteándolos,  nos dirigimos al “Vaporetto” que era (y será) como el autobús de línea, pero en barco, que  nos metería por el centro de la ciudad. Entró por el Gran Canal y nos llevó hasta S. Marcos; por el camino-acuático nos deleitamos con un paisaje fantástico del que uno es imposible imaginar si antes solo ha salido de casa para ir a la mili, como era mi caso. Palacios y casas señoriales a un lado y otro, luz y color como en ningún sitio, barquitos, góndolas, motoras…  todo de una particularidad que asombraba; el Ponte  Vecchio, donde nos vimos obligados a parar porque vimos un banco abierto y nos hacían falta liras. Continuamos con otro y aparecimos por la gran Piazza S. Marcos.

         ¡Toma ya!   Como “El Salón” de Écija, pero arreglado. Una sensación de esas raras que uno siente algunas veces en la vida y que ya nunca la volverá a sentir allí, la sorpresa también cuenta. Impresionante abertura al asomar bajo los arcos…   al frente y casi a todo lo que da la panorámica: Basílica de S. Marcos, a la derecha el Campanile y a la izquierda la Torre dell´Orologio, delante un espacio inmenso por el que deambulaban “embobados” como nosotros y muchas palomas, todo ello entre una mezcla de asombro y luz especial de la que no todo el mundo está capacitado para explicar…   yo entre tantos. Una estampa preciosa y digna de ver aunque sea una sola vez en la vida. Recorrimos cualquier rincón que se puso a tiro, callejeamos sorteando aguas por aquí y por allá, compramos unos detallitos de recuerdos y a dormir a Verona.

        Broche de oro para un viaje entre amigos y que aquí en esta preciosa Ciudad, dábamos prácticamente por concluido. Bien podría haber sido en Siena o en Roma, pero fue aquí y el regusto de lo exquisito sigue en la memoria para su paladeo. Entramos cruzando el Adigio  por el Ponte Navi  y nos adentramos en la población como la inmensa mayoría en busca del balcón de Julieta, cumplida la “chominá”  (a mí esto me suena a montaje novelesco) buscamos alojamiento por los alrededores de  la Piazza delle Erbe y dimos unas cuantas de vueltas por el centro; de este ratito recuerdo la entrada a la Piazza dei Signori por un gran Arco bajo los edificios y donde se encuentra una estatua de Dante en el centro, ahí nos sentamos al pie de ella y escuchamos a un pianista que tocaba en medio de una terracita de una cervecería…  esto antes de cenar y que lo haríamos comiendo espaguetis, mientras éramos amenizados  por un violinista ambulante;  nos hartamos de reír y luego camino de la Arena y cuando el Chianti empezó a surgir efecto nos reiríamos más. Las bromas y el especial ambiente de la Ciudad en pleno Festival de la Opera de aquel año, se hizo particularmente simpático, agradable y siempre recordado. Nos sentamos en una placita que rodea el Anfiteatro romano a charlar y disfrutar del ambiente engalanado de la noche, mientras tanto, la inmediatez de la opera que se representaba nos iba salpicando estrofas y notas musicales para el deleite.  Disfrutamos lo que pudimos y dormiríamos como niños, ya con la cabeza en el camino y deseosos de contar a la familia lo vivido.  

   Montero Bermudo.

S. Juan Despi,  verano de 2.016

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