campiña ecijana

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sábado, 30 de julio de 2016

El "Inocencio X" de Velázquez

 El Papa Inocencio X y yo.

           No le reprocho, ni le afeo  nada a mi memoria, nos conocemos desde siempre y sé  de buena tinta que ella, hasta ahora por lo menos, nunca me abandonó. De aquel imponente palacio en la Via del Corso de Roma, no acuden a mi evocación  imágenes algunas, solo recuerdo vagamente  la entrada por una placita haciendo casi rincón y que creo era allá por el Colegio Romano; por ahí entré yo las veces que fui, aunque   la principal del edificio anda por la Via antes citada. Sé de algunas cosas del lugar por documentación fotográfica y porque de vez en cuando lee uno algo al respecto, pero siendo honrado…   no consigo acordarme prácticamente nada del edificio ni de las muchas obras de arte en su interior expuestas, esa es la verdad. Cuantas veces  fui solo llevaba en mente localizar el cuadro que allí me llevaba y no podía perder el tiempo  en fijarme en: fachadas,  patios, columnas, escaleras…   ni siquiera en otras pinturas, de mucha categoría, que en teoría conocía y sabía de su existencia en el sitio.

          Recuerdo subir unas escaleras y en uno de los  ángulos  que formaba  el  corredor, encontrarme de frente en un saloncito de medianas proporciones, con el retrato de Inocencio X de Velázquez. Ahora quiero referirme a la última vez, la que quizás fuese algo más consciente de lo que me iba a encontrar. Desde el momento que lo tuve ante mí, se me olvidó ni por donde había entrado, ni siquiera que me tendría que ir en algún momento; no recuerdo nada que no fuese otra cosa que el afán por  adentrarme en la tela y con infinidad de interrogantes de mucho tiempo atrás preparadas,  entablar el diálogo que me fuera  posible con aquella  majestuosa muestra de capacidad artística de un Hombre con mayúsculas, que fue pintor y como nadie en el mundo lo habrá sido, esa es la diferencia.

       No sé qué tiempo estuve allí, cuando me di cuenta, recuerdo verme sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared de frente al cuadro, a mi derecha una especie de pedestal o columnita con un busto de mármol, que Bernini hiciera del mismo personaje, ni que decir que seria y será buena, pero yo no tenía ojos para tanto. Me encontraba solo, mi mujer que me acompañaba en el viaje estuvo allí lo que le pareció y se fue  a pasear y mirar cosas  por las demás dependencias; seguramente habría cámaras de vigilancia o alguien en algún momento se asomara, yo no vi nada ni a nadie,  solo recuerdo que estábamos los dos, el Papa y yo.

         Tanto más  me iba adentrando en el diálogo con aquella obra, más me alejaba de la realidad que podría rodearme, hubo momentos que dudo si los ojos los cerraba o los abría; mirando el conjunto de la figura del personaje vi a la Maestá de Giotto con toda su esencia y misticismo;  la plasticidad y el colorido veneciano pincel en ristre iba repartiendo Tiziano por doquier y en los blancos del ropaje sobre las faldas, Piero de la Francesca dejaba pasear la finura de la Reina de Saba que había venido al encuentro con   Salomón y  “El sueño de  Constantino”   seria el mío, que mientras atónito   observaba  aquella maravilla,  condensada en ella toda la historia de la pintura y  ante tanta trascendencia,  esperaba la aparición  de esa   “cruz luminosa”   que me ayudara a vencer  tanta ignorancia de la que era portador  y entender algo más.  La confusión reinante que ofrecía a mi delirio los reflejos del rojo gorrito papal sobre su frente, me hicieron ver por momentos viejos bisontes de Altamira, donde la impregnación de la materia grasa con la piedra junto con el misterio de la mano del hombre hacía el momento indescifrable. 

           Bajo la diestra mano que proyecta sombras tan sutiles como de garras vi arrancar de su atmósfera trocitos por Goya para llevarlos a S, Antonio de la florida y entornando la mirada por no saber ya,  como salir de mi asombro, en los planos de raso rojo de la casulla papal me encontré con Mark  Rothko que no quiso perderse el espectáculo. Ahí fue cuando me descompuse casi por completo y dirigí la mirada  hacia las pupilas incisivas del “curita endiosado” y me dije  ¡Esto no puede ser!  Y en la picara de la suya vi la injusticia y el engaño de la vida, el poder de unos seres contra otros y la falsedad de un mundo que supo captar de manera prodigiosa aquel que fuera el más completo de todos los que pintaron en el mundo del que tenemos consciencia. Salí de mi aturdimiento decidiendo dejar allí la experiencia y con la imagen que me ofrecía aquel personaje  y que no era otra que la misma de Munch en su  “Grito” me dirigí hacia el Salón de los espejos, donde mi esposa esperaba pacientemente sentada a que yo terminara “mi guerra”. No hay vez que yo hable de pintura que no me vengan a la  memoria tantas y tantas imágenes como se me cruzan mirando a este Genio,  en el que están reflejados todos aquellos que algo fueron,  antes o después de Él, porque Él, Velázquez,  ha sido el más bueno de los alumnos y el mejor  de los maestros.

Montero Bermudo.

S. Juan Despi,  30 de Julio de 2.016

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