campiña ecijana

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jueves, 23 de junio de 2016

Un cuento para la verbena


          La Ratita presumida.

 

          La la la. larita, barro mi casita; la la la,  larita barro mi casita…   así de esta guisa,  tarareaba toda contenta una hermosa ratita al salir escoba en mano por la puerta de su morada y que no era otra que una enorme alcantarilla;  alegremente como todos los días  andaba entretenida y ensimismada en sus quehaceres cotidianos una ratita muy re que té bonita, para asombro de todos cuantos por su vera transitaban.

          ¡Qué barbaridad!  Donde hemos llegado,  - decía uno que pasaba repartiendo por las puertas propaganda electoral…   había elecciones, otra de tantas -  Pues ahí anda a diario,  - le contesto otro que en sentido contrario iba que se las pelaba a sellar el paro  y se cruzaba con la escena-  Hasta los animales son más limpios que las personas, - murmuraba una buena mujer que mientras quitaba las hojas secas y regaba las macetas de la ventana…  no se perdía detalle.-

          Ella, la ratita, coqueta y presumida pero sin alardeos; iba muy pulcra vestida: faldita grana de capa con vuelos  ribeteado los bajos de  puntilla de bolillo; una preciosa blusa de gasa blanca con labor de bodoque alrededor del escote, adornado este con abalorios de cuentas de coral en un tono quisquilla,  con manguitas cortas “bombachas” fileteadas con un lacito de preciosos hilos a juego con el collar y que en lazada con abertura se adaptaban a sus bracitos. Sobre ello, un modesto y limpio delantal blanco ribeteado a un dedito del filo con hilo de perlé entre grana y carmesí, haciendo un fruncido.  Cubrían sus piececitos una bellas manoletinas y sobre el rabo, recortadito el pelo con gracia y sin llegar a depilar,  un lazo de raso planchado bien anudado  y en color a juego con lo demás y para no arrastrarlo, colocado sobre la mitad. Poca cosa más en su atavío, arregladita pero discreta; no usaba de zarcillos, coloretes, ni sus hermosas pestañas necesitaban de rímeles, solo un pequeño  toque frambuesa sobre los labios y era la bambalina delantera de un palio de Virgen…   ¿Para qué más?

       Meneaba el culillo y el rabo barre que  barre y se adentraba en sus pensamientos entonando, entre otras, algunas coplillas  de Marifé  “… Noche sin luna, rio sin agua, flor sin olor…   todo es mentira, todo es quimera”.  Y en su “Torre de arena” que no era otra ni había más pena que la de cualquier mortal, se lamentaba de lo sucia que es la gente: cuidado que hay que ser guarrones, la cantidad de papelajos, plastiquitos, chicles  y sobre todo colillas que tiran por todo alrededor los parroquianos de esta taberna que ya me tienen aburrida, desde que prohibieron fumar dentro…     cualquier día no podrá una salir de la alcantarilla con tanta inmundicia, luego dirán de nosotras las ratas…   ¡que poquito cuesta el critiqueo! La porquería solo pasa por el culo ajeno…  Como me harten,   soy capaz de colarme una noche por debajo de la puerta y comerme los cables de las tragaperras o de las neveras.

 

          Toda ella digna de un cuento de hadas y princesas, pero claro, era una ratita y en ese tipo de cuentos estos animales no se acostumbran a colocar, como no sea con desprestigio, pero yo que soy el cuentista, la pongo aquí porque es digna de ello.

          Ahí, en los cuentos tradicionales y que ya huelen a rancios,  todo va de bellas princesas, que no es otra cosa que niñas rubias bobaliconas con mucho pavo,  generalmente con los pies levantados del suelo y a falta de un hervor. Nada real, por muy princesas que se digan y las otras: señoras pasadas de fumeteo de todas clases de hierbas y otros brebajes. Además del recurrente “Príncipe azul”, comúnmente niñatos que viven colgaos de la paga del padre, sin estudio ni oficio conocido, muy relamidos a base de exceso de peine y gomina, blancos de piel como los champiñones y a caballo medio amanerado, que dicho sea, más parecen gacelas con crin en el cuello y cola que  bellos corceles y que fijándose bien, duda uno si tendrían vigor para darle la vuelta siquiera alrededor del castillo. ¡Venga ya!  Que a estas alturas ya sabe uno lo que es un caballo…  y un príncipe claro.

         El vecindario que la conocía respetaba y admiraba a la ratita y no solo la colmaban de piropos, agasajos, halagos y cucamonas; le hacían llegar de paseo por su puerta a todo tipo de animalitos  para darle compañía.

         Uno de aquellos días, enfrascada la ratita en sus quehaceres se acercó a saludarla un precioso borriquillo moruno, muy zalamero y bien apañado:            
 -     ¡¡Buenos días, preciosa!!

-         ¡Buenos días tenga usted Sr. Borrico!

      Ratita, ratita  ¿Te quieres casar conmigo?

-  ¡Cooooño!  (Perdón) Pues sí que llevas el guion ligerito, ¿Tu todo lo sueltas así? No sé qué clase de pareja haríamos los dos, tan grandote, esas orejas…  

-    ¿Y tú que harás por las noches?

-   Aaaaaaaaaa, hippppppp. Aaaaaaa, hipppp….  

-   ¡Ay! No, no que me asustarás.  ¡Qué barbaridad!

El borriquillo cogió el tole y se fue calle abajo contrariado. Ella siguió en lo suyo sin darle mayor importancia, pero no tardaría mucho en aparecer por allí un simpático gato (bueno ya sé que en esto exagero, los gatos salvo cuando chiquitines…) con unos bigotes  bien puestos, peinada cola y ronroneando, curioseando antes de saludar siquiera, este era autentico de angora y son así…    -  Miau ratita, miau.  

-         ¡Hola “Misifú”!

-         ¡Qué guapa estás ratita!

-         Po sí

Contestó algo irónica mientras seguía dando escobazos a un chicle que no había forma de despegarlo del suelo 

-         Ratita, ratita…  ¿Te quieres casar conmigo?

-         Precisamente con un gato…    mira que la ocurrencia.

Contestó la ratita siguiendo con su tono irónico.

-         Y digo yo: ¿Tú qué harías por las noches?

Dejando al gato cortado sin saber qué responder (no se lo esperaba y además este no se sabía el cuento)

-         Pues…   yo que sé…   miauuuuu, miauuuuu, miauuu…

-          ¡Ay!  No, no; quita, quita que me asustarás.

Y siguió el felino la senda del borrico con dos palmos de narices por el plantón. La ratita acostumbrada a constantes, lisonjas y  piropeos no parecía inmutarse por “ofertas” tan trascendentes y, claro está, porque ella si sabía que el cuento es así   -yo me atengo lo más fiel posible al original, soy un mero transmisor o narrador- Aún no había terminado del todo y mientras andaba dando un repasito a lo hecho, era muy limpia, se dejó caer por su puerta un gallo enorme, con un bonito plumaje color oxido rojo brillante y con algunas plumas blancas intercaladas, sobre todo en la cola, que además las tenía también negras; espolones como garfios, una impresionante cresta con sus ribetes de “espuma” plata y reflejos azules…   lo que se podría decir: un pedazo de  gallo.

-    ¡Buenaaaaaaas!

Galleaba en su presumido saludo (los gallos a estas alturas de sus vidas se lo tienen creído)  

-    ¿Qué haces “humío”? 

Le respondió la ratita hasta con desgana y ya un poco aburrida de tanta visita.

-    Pues yo que iba de paseo y me dije: voy a saludar a esta preciosa vecina, que como ella no viene por mi corral…    y ¿Tú qué? 

-    Pues mira, poniéndome los tacones y el vestido de gitana   que salgo para Utrera que ya es feria…   es que tienes unas preguntas…  pues barriendo como todos los días, no ves pamplinas.  

-   Bueno, bueno no te enfades ¿Ratita te puedo preguntar una cosa?  

-   Otraaaa  ¡Venga!  

-   Ratita, ratita  ¿Te quieres casar conmigo?

-   Y a mí que las plumas me han gustado siempre y no solo en Revistas de teatro, que en la almohada son de un gustitoooooo

-ya aquí la ratita se había avenido al tono más acorde con la cuestión- 

-    ¿Y tú qué harías por las noches?

El gallo, arrogante y vanidoso  dando  ya por su corral aquella linda alcantarilla, dio dos o tres vueltas arrastrando las alas por el suelo, pleno  en su chulería, jactancia y pedantería…   ¡Valiente fantasma!

-   Kikirikííí, kikirikíí, kikirikíí… 

-    ¡Ay! No, no que me asustarás  ¡Por Dios! Los oídos… ¡Qué pitos!

Siguiendo con su tarea, más dándole casi en las uñas con la escoba, dejó claro  que aquello no tenía viso de ningún acuerdo y marchó el gallo herido  en lo más hondo de su orgullo…   otro que no acepta las cosas como son. Y dando por terminado el barrido se encaminó hacia la puerta (hemos dicho que era una gran alcantarilla) cuando en ese momento, cerca ya del lugar, bajaba silbando “La muerte tenía un precio” a lo kurt Savoy un elegante ratón. Venía  compuesto de terno espigado en gris medio,  chaleco de pico bajo por donde asomaba camisa de seda y una tirita “chorrera” en el filo de los ojales y que la cerraba unos preciosos botones color rubí, sobre la que asentada el lazo más salao del mundo en terciopelo también del mismo color. Botines bajos de puntera con tacón cubano y un pellizquito de pañuelo blanco de seda que asomaba por el bolsillito del pecho.

          Una prenda, la elegancia ratonificada; la ratita haciéndose la despistada volvió atrás como si se le hubiese olvidado algo con tal de colocarse de frente y poder ojear al menda.

-           ¡Buenassssss! Preciosa ratita, muy buenas.

-          ¡Hola Silverio! Qué bien lo haces.

-          Bueno, si tú lo dices…  la música es bonita y me gusta.

-          Como a mí, contestó la ratita ya más pallá que pacá.

-          Qué bonito y limpio tienes todo esto ratita; donde esté la limpieza… me gusta.

-          Como a mí, contesto nuevamente la ratita ya con los ojos vueltos y casi  blancos.

-         Ratita, ratita… 

-         ¡Venga ya ratón!  no te atranques, decía la ratita sabiendo lo que se le venía encima.

-         Ratita…   ¿Te quieres casar conmigo?

Se le calló la escoba al suelo y mientras con una mano se agarraba a los barrotes laterales de la alcantarilla, con la otra se frotaba la frente al tiempo que un profundo suspiro se le escapaba sin remedio alguno. La vecina que no perdió puntada, encandilada con la escena se echó al frente y desde su ventana animó a la rata: ¡Venga!  ¡Venga!  Di que sí, te vayas a quedar como yo. Era solterona de toda la vida. Y la rata, ya algo recompuesta del trance… 

¡Señoraaa, por favor… que todo esto ya está previsto.

-          ¿Y tú que harás por las noches?

-          Te cantaré una nana, te arroparé y cuando bajes las persianas de tus pestañas…      dormir y callar, dormir y callar.

La ratita saltó de alegría y con los dos bracitos al aire (parecido a la Heidi, pero en versión ratita)  mientras reía y suspiraba se le abrazaba y decía:

-           Pues contiiiiiigo me he de casarrrrrrrrrrrr

 Y colorín colorado, se fueron felices de viajes por esos mundos y la solterona se quedó emocionada llorando sobre la reja de su ventana….   yo, con las babas barriga abajo por el deleite y el goce de revisar estos viejos cuentos y por  haber sido capaz de contarlo sin cambiar ni una coma del original.

Montero Bermudo,  Verbena de S. Juan del 2.016

 

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