Arnedo en el recuerdo (3)
Llegué al amanecer como tiempo atrás
cuando fui por primera vez, iba cargado de cuadros, marcos… solo y en el coche de mi padre, un Renault 12
familiar. No recuerdo ahora por qué no fui con el mío… quizás por espacio. Ya
conocía el terreno, coloqué el vehículo en lugar apropiado y me fui a tomar
café, era tempranito pero ya había alguno que otro deambulando de aquí para
allá; empezaban las fiestas y las peñas preparaban desayunos, reuniones,
ensayos… ¡Qué sé yo! y se
notaba en el ambiente.
Había dejado parte del material allí
en Arnedo, pero llevaba unos pocos que me traje para enmarcar, darles un
repasito y algo de barniz, más unos apuntes de desnudos a la cera de los que
por aquellas fechas venía haciendo en el Circulo Artístico de S. Lluc, de donde
era socio y asiduo asistente, con ello completaría un poquito la sala y
aportaba algo de variedad al conjunto.
Me ayudaron Julio y el padre de
Elvira, un buen hombre, muy atento, callado y servicial del que guardo gratos
recuerdos y aquello se montó enseguida y sin dificultad. Julio me había hecho
un pequeño catálogo o prospecto con un poco de reseña que le mandé por correo y
que lo subvencionó la Caja de Ahorros de Zaragoza, era poquita cosa y sin
pretensiones… por poner algo, más una
lista de precios en un portafolios bien presentadito. Bien estaba, yo no
pretendía mucho.
La exposición sería la última semana de Septiembre y estaría abierta de 11 a
2 y 7 a 9. Hasta la hora de abrir vería los encierros,
típicos de estas fiestas y en los que me reí como nunca viendo a muchísima
juventud y no pocos mayores delante de las vacas. En general había muy buen
ambiente por el pueblo y se escuchaba música de charangas que en las peñas (habían varias) tocaban pasodobles y temas típicos de estos
acontecimientos; por la sala a ver los cuadros pasaron todos los amigos y buena
parte de sus familias, los de las huertecitas de los alrededores de La Casa del
Cura y mucha gente desconocida para mí. El resultado fue bueno en todos los
aspectos, vendí unos poco y regale algunos también, la mujer del alcalde me
encargó que le pintara la Virgen de Vico, Patrona de Arnedo, dos veces, lo que
le realizaría en Barcelona y luego se la llevé; algunos me pidieron que volviera
con cosas pintadas que me comprarían, pero la distancia y las complicaciones
con el trabajo me lo puso algo complicado y quedó pendiente.
Si por las mañana el pueblo estaba
animado desde bien pronto, después del almuerzo a medio día aún se animaba más;
por la calle principal subían la gente de las peñas con sus bandas de música
tocando camino de la Plaza de toros;
pasacalles, pasodobles y canciones populares interpretadas con
alegría… botas de vino y ¡vivas! Al
aire, cánticos y risas, palmas y ¡oles! Que surgían de aquella muchedumbre desembarazada, sin tapujos y en fiestas que
disfrutaban de lo suyo y nos lo hacían
bonito a transeúntes, viajeros o “turistas”
como yo.
Pude asistir una tarde a la Plaza, ya
que el padre de Elvira me relevó y aquello fue indescriptible, si bien es
verdad, no era el ambiente de S. Isidro en Madrid o La Maestranza de Sevilla, ni
el desmadre de lo que se ha convertido S. Fermín, era otra cosa… pero de un contagio festivo y taurino-popular
del que yo no tenía conocimiento. Aquella tarde en la presidencia de la Plaza
recuerdo vestida de negro a Mariví Romero, conocida periodista taurina que además
llevó un tiempo programas de toros en TV; el
“Zapato de Oro”, trofeo muy cotizado en la época por los novilleros, según he
mirado en mis papeles (de memoria esto
no lo recordaba) lo ganó Luis Miguel Campano. Terminado el festejo,
muchos se iban al Hotel donde había tertulias y charlas de aficionados y los
toreros… muy bonito aquel ambiente y sobre todo para el que le
han gustado siempre los toros como a mí. Y eso que últimamente he tenido que
escuchar dirigidas a mí y a todos los que nos gusta esta fiesta: asesino,
retrógrado, cateto, antiguo, inculto, insensible…
y muchas “perlas” más de bocas ignorantes que hablan como loros, lo que
de otros escuchan, pero que no comprenden.
Cuando terminé con mi cometido,
recogí lo que quedó después del reparto y me marché camino de Soria. Quería
aprovechar el retorno aunque fuese dando un rodeo y pasarme por Tejado, un
pueblecito cercano a Almazán donde tenía
un amigo que era el cura del pueblo y de otras aldeas alrededor. D.
Florentino, con el que hice amistad en una de sus estancias en Barcelona (Él tenía familia por aquí) y con el que estuve en Paris en un viaje junto
con otros amigos aficionados también a la pintura. Se alegró de verme y me
invitó a café con leche y tarta, pues estaba de celebración de cumpleaños de
una muchacha hija de la casa donde paraba (Él no pagó claro, los curas…) luego
marchamos a su casa, la que tenía en
obras e iba arreglando a capricho y sin
prisas, allí me enseñó una colección impresionante de fotos y libros de arte,
más un montón de fósiles que iba recogiendo (todo el que encontraba algo por
los alrededores se lo traía). Volvería
por Tejado alguna vez más a visitarlo, pero andaba haciendo ejercicios espirituales
en el Burgo de Osma y no nos hemos visto desde entonces; supongo que se habrá
jubilado, porque era algo mayor que yo
Por Arnedo hace ya muchos años que no
voy, la última vez seria con mi esposa de retorno de un viaje por tierras de
Castilla y desde Soria por Numancia me llegaría a visitarlo, pero estas dos
últimas ocasiones que paré en Calahorra a comer de paso para Galicia (“…paramos a comer sobre
las dos y algo cerca de Calahorra, frente al cruce de la carretera que va a Arnedo ¡Ay Arnedo! Y “La Huerta del Cura”, Autol, Arnedillo,
Munilla, el abandonado Turruncún…
hermosa tierra riojana que tantos
y buenos recuerdos me trae, porque ahí pasé una buena temporada pintando y
guardo el mejor recuerdo que pueda guardarse de gente maravillosa, que me
trataron como no es normal, aunque debería serlo, pero el mundo está hecho así;
por esas tierras andan algunos amigos que hice, otros quizás ya no estarán
porque eran mayores y unos cuantos de cuadros de los que pinté y que quedaron
repartidos… “) me han hecho recordar todas aquellas
vivencias, las que del todo, ni mucho menos, tenía olvidadas.
Montero Bermudo, Junio de 2.016
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