campiña ecijana
martes, 14 de junio de 2016
Paseo entre masias
Nuestro paseo diario
El itinerario más asiduo por donde
a diario paseo con mi perrita, menos un trocito, casi todo discurre por el
campo y entre masías. Cuando bajamos las escaleras del piso (son solo un tramito y nosotros no usamos del
ascensor) mi Lola sale siempre con tantas
ganas, fuerza y brío que lo hace “estrellándose contra la calle”; además de algo miedosa es también nerviosilla
y siempre va con prisas, aquí no es cuestión de falta, pues sale a unas horas
parecidas y cuando no son tres, son cuatro, habiendo días que más.
Abro la puerta y sale derechita hacia la alcantarilla que
tenemos justo delante del portal y ahí, hace su primer pipí, la tenemos
acostumbrada desde que nació y no quiero que lo haga por mitad de las aceras o
por donde venga bien. No por eso, de vez en cuando, el segundo o tercero y ya
en pleno paseo, saltándose las normas,
lo hace donde huele algo o le parece. Lo demás, más feo y oloroso, lo deposita
sobre un papel de periódico que le coloco en el suelo cuando da el “aviso”, allá donde se le ocurre
y lo deposito en el contenedor más cercano. Terminado lo más “urgente” salimos
hacia el final de la calle, por donde siempre hay alguien de los vecinos o
conocidos que la saludan: Lolaaaaaa… ella mira desconfiada, se hace la despistada
o ladra como respuesta; es un perro, ellos se expresan así.
Al final de la calle cruzamos el paso cebra y bajo
una hilada de moreras que separan la zona de tráfico con la verde o ajardinada,
ya mismo cargaditas de moras blancas, atravesamos
una extensa plaza donde existe un
parque infantil rodeado de pequeñitos prados de hierbecita verde al que da
sombra y frescor un pequeño, pero precioso pinar y donde existen también tres o
cuatro palmeras, algún taraje y unas cuantas de acacias que están muy altas,
quizás peleando por la luz con los enormes pinos y una del tipo llamado
púrpura, más bajita, cuyas hojas de color rojo intenso dan contraste y colorido
al conjunto; pegado al mismo y partido por una explanadita con bancos por donde
corretean los niños, hay otra parcela
sembrada también de césped y distintos tipos de árboles: pinos, otra
acacia púrpura y entre ellos cuatro o
cinco olivos muy cuidados como todo en general y que sumaran en el total de la
plaza diez; así como dos tarajes más, varios arbustos en grandes maceteros o
parterres, otra gran palmera que está en su lugar de origen, pues pertenecía a
una casa existente antes de la construcción de dicha plaza y que se respetó;
una fuentecita de hierro fundido pintada en negro, más un
monolito o monumento dedicado a un
político del tiempo de la República, cuyo sentido artístico brilla por su
ausencia… lo más feo del conjunto, menos
mal que es discreto en proporciones y
pasa casi desapercibido. Bancos o asientos repartidos de manera estratégica
y todo ello a su vez, delimitado por un
arriate corrido y fileteado por fuera, con una hilada de ladrillos puestos de
canto que da la vuelta a buena parte de la zona ajardinada, sembrado de vistosas adelfas. Plantas muy
toxicas, según tengo entendido y de las que procuro que mi perra toque lo menos
posible.
Conviven y sobrevuelan todo este
“paraje” infinidad de pájaros: gorriones, mirlos, tórtolas, urracas, chochines
o mosquiteros, una especie de lavanderas e incluso jilgueros y algún
petirrojo… de vez en cuando algunas
palomas, aunque estas últimas tienen su libertad condicionada. Conjunto
arbolado y de vegetación al que se suman los pequeños jardincitos de entrada a
las viviendas unifamiliares de las que anda rodeada toda la plaza. Solo sobran
los vehículos ¡Dichosos coches! Que desapareciendo del lugar bien podría
simular un pequeño “Central Paerk” neoyorquino, pero en S. Juan Despi.
No muy lejos, algo antes de
llegar a la carreterita que va a S. Feliu y dejando en la esquina y a la
espalda a Can Po Cardona, masia catalana del S. XVIII y reformada a principios del S. XX se accede a
un camino que llaman del Despoblat, a trozos medio alquitranado, entre masías
con sus huertos y campo abierto, por donde nosotros acostumbramos hacer el
paseo. A la derecha enseguida que se adentra uno en dicho camino, pegadito a él
una capilla neogótica, perteneciente al Restaurante Can Pau Torrent, masia
construida entre el S. XV y el XVI donde
en 1723 la familia Salvador (importante dinastía de botánicos catalanes desde
principios del S. XVII hasta mediados del XIX) fundó el primer jardín botánico
de España o uno de los primeros que se tienen noticias; delante y al otro lado
del camino, campo, barbecho desde hace años, por donde mi Lola corre y se
desfoga disfrutando sobre todo cuando viene su hermano Selu; lindando con ésta, otra masía: Ca L´Alerm, donde viven dos excelentes personas con las
que tengo cierta amistad: Josep y Joan Alerm,
masovers actuales y cuya familia
ha vivido y trabajado ahí desde 1,877;
desde delante de esta hasta el cruce del camino con el que llaman:
Diseminados, un “festoneado” de cañas que separa el camino de las tierras de
labor, hoy barbechos como dije. Al final de las cañas nos encontramos con el citado cruce de caminos, muchas veces hacemos un
trocito de la parte izquierda hasta la carretera por ver los huertos de
melocotones de Can Tous, masía cuyos
terrenos se ven muy bien cuidados, donde a menudo veo alguien trabajando y con
cuyas vistas me deleito siempre que pasamos, además es donde mi Lola encuentra
las hierbecitas que más le gustan (según
las ganas o las prisas) giramos a la
derecha por donde haciendo esquina con
la anterior masía, una más: Cal Pau Ventura, ahí mi Lola es saludada siempre
por una perrita “Pastor alemán” muy juguetona y escandalosa y que creo se llama
igual; por el mismo camino frente a ésta, a mano derecha Cal Rei en cuyo camino, además de una enorme y bonita
higuera junto a la entrada, hay plantas y flores que cuelgan de los muros
haciendo unas vistas muy agradables. Por la parte de arriba de la masía, hay
otra entrada y unos huertecitos muy cuidados y bonitos, la valla llena de
campanitas azules y de frente rosas de pitiminí en abundancia y una especie de
yedra que descuelga casi a todo lo largo de ese tramo de muro; algo más
adelante, frente a otra entrada por la parte de arriba de dicha masía, una gran
acacia blanca de la cual estos meses de primavera descolgaban por el peso enormes y preciosos ramos
de florecillas blancas, las que ofrecen un perfume especial cuando paso y que me traen recuerdos de mi Écija; ahí muchas
veces veo abubillas, siempre están y no
hace mucho vimos una especie de erizo de color gris blanquecino, algo más
pequeño que un gato, lleno de púas y del que mi Lola no se fiaba, limitándose a olerlo sin arrimarse mucho y
mirarlo hasta que se cansó. Por la parte arriba de estos huertos que limitan
con la autopista, una amplia zona de hierbas, con algún que otro garrofero o
pino y que por estar en alto, nos permiten disfrutar del paisaje sin que la visión de los coches nos estropee la
perspectiva. Hay conejos y suelen verse por la mañana muy tempranito, sé de
algunos que llevan al perro a esas horas expresamente por ello, pero mi Lola va a lo suyo, corretea por toda esa
falda del terreno sin problemas ya que arriba del todo hay la alambrada.
Todo el recorrido en general es muy bonito,
tranquilo, distraído y relajante; la
naturaleza ahí es generosa y estando tan cerquita del núcleo urbano es
excepcional. Nosotros: mi perrita y yo, más su hermano cuando viene lo seguiremos disfrutando mientras nos lo
permitan. Una vez pasada esta acacia el camino hace un gesto de subida y
pasamos delante de una puerta hecha con tabloncillos terminados en punta de
lanza a modo de reja que cierra un huertecito, ya algo abandonado y que hasta hace poco de vez en cuando había un
hombre mayor que lo traían en sillita de ruedas y lo dejaban debajo de una
especie de parra que hay en la entrada o tomando el sol según la época del
año y creo que era el dueño, al que ya
no veo. Junto a dicha puerta una chumbera, ahora preciosa de flores y que luego
se llenará de higos y detrás un granado enorme, precioso también de flores y que
después de las calores del verano estará cargado de granadas; al otro lado
acompañando la alambrada rosales de varios colores, de donde a veces le traigo
a mi mujer algunas que salen por fuera y dentro, ahora cubierto de hierbas una
preciosa arboleda frutal… ¡Qué pena!
Vienen algunas fiestas gente que veo por dentro, pero solo, rompen el silencio
y la tranquilidad del rincón, hacen comidas y se van.
Ahí en ese punto, un antiguo
puentecito sobre el canal que desde hace años ya está cubierto, giramos a la
derecha dejando a un lado una casita junto a la cual hay más huertos, desde
hace tiempo dejados de cuidar, con dos grandes higueras que nos perfuman con su
olor cuando pasamos y donde los pájaros se dan buenos festines. Todo el canal
cubierto es un bonito paseo con dos hileras de árboles, un carril bici y lleno
de bancos para sentarse, lugar elegido por muchos para hacer ejercicios,
caminar… o lo que los “modernos”
denominan “footing”, los niños y los
perritos juegan y las parejas “pelan la pava”. La acera de la izquierda, casi
toda ella es un colegio, con su patio por donde se ven muchos niños en horas de
recreo y a medio día, desde donde piropean a mi perrita… a los niños les gustan los perros, al final
hay un trocito cuyo edificio es el ambulatorio del barrio. A la derecha todo el
tramo es una alambrada, que por estar algo elevado el terreno, permiten que se vean los campos y las masías
que hemos pasado y al final de ese tramo, haciendo esquina con la Creu
d´Muntaner (el paseo del Canal sigue) hay un Restaurante en una casita que recuerdo prácticamente
destrozada pero con sabor artístico y que lo arreglaron dejando toda la esquina
con muy buena presencia… y de ahí,
bajando un poquito junto a la moderna valla que cierra una terraza y el
aparcamiento del lugar, llegamos nuevamente a la plaza de donde partimos mi Lola
y yo y ahí, empieza nuevamente a tirar a “todo gas” seguramente con el ánimo de explicarle a mi
mujer todo lo que haya descubierto de nuevo.
Montero
Bermudo, en puertas del verano de 2.016
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