campiña ecijana

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jueves, 9 de junio de 2016

Recuerdos de Arnedo (2)


ARNEDO  en el recuerdo  ( 2 )

            En aquel rinconcito privilegiado de Arnedo, como era y será la “Casa del Cura”, me instalé con la familia dispuesto a pasar unos días de recreo veraniego. Cargado de ilusiones, telas, pinceles y pinturas, llegué dispuesto a comerme aquel paisaje  riojano que ya viera en el viaje-reconocimiento del año anterior y que fue un obsequio- invitación de mis amigos Julio y Elvira.

          A esta buena pareja  los conocí mientras andaba dando clases de pintura y dibujo en Cornellá, uno de tantos pueblos que forman el cinturón industrial barcelonés y más concretamente en el  Bajo Llobregat. Elvira, mujer sensible a las artes plásticas, venía a las clases en días alternos; del promedio de cincuenta personas que asistían, la mitad eran adultos y los demás niños, partidos pues en dos grupos a los que intenté transmitir todo lo que podía saber y sentía…   quiero suponer que algunos  aprenderían algo, pero no sabrán quizás, lo  que yo aprendí de todos ellos, que no fue poco. Julio, hombre educadísimo y preparado además persona de muy agradable trato, venía a buscarla al salir del trabajo. De ahí surgió aquella amistad y cuando se volvieron a Arnedo, lugar de donde procedían, de vez en cuando en alguna llamadita por teléfono me hablaban de su tierra y de lo bien que lo pasaría si fuese a verlos y a pintar por allí…     aquí me encontraba, aceptando su invitación y agradeciéndole siempre lo mucho que hicieron porque lo pasara bien con mi familia incluida.

          La Casa del Cura era una huerta, “Yasa”, como les llaman por estas tierras a estos terrenos que forman o han formado parte de una torrentera, por donde baja el agua generalmente solo  en épocas de tormentas y La Casa del Cura comprende un buen trozo de la orilla de una rambla.  Una parte era propiedad de Santiago, un señor muy servicial y  agradable, que se portó muy bien con nosotros,  lo mismo que su señora y que regentaban una tienda y bodega en el centro del pueblo. La otra parte de Juanín,  encantadora persona, amable y cariñoso que nos atendió como si fuésemos sus nietos, ya mayor entonces y que si vive aún será casi centenario, cuyo hijo, uno de ellos,  trabajaba con Julio en la Cooperativa de calzado y  por mediación de esta amistad, la de ellos, me brindaron este hospedaje.

          La huerta estaba amurallada por un tapial  de cantos rodados, cascotes, arena y cal casi en todo su perímetro, salvo en la parte que lindaba a todo lo largo de aquella rambla o torrentera y que se acotaba con arbustos y plantas. Se accedía por una verja ante la cual existía un pinar a modo de pequeño bosque, por donde cruzaba un arroyuelo canalizado de agua cristalina que brotaba no lejos de allí y que entraba a la huerta bajo el muro por una oquedad usándose para el regadío, junto con otra que manaba dentro de la misma propiedad, en una fuentecita unos metros más al fondo junto   a dicho  muro.  Una vez dentro del recinto, a la izquierda estaba la casa, que era mitad de cada uno y a la derecha se alargaba una especie de paseo alameda con una gran mesa  y dos bancos corridos en la zona del centro;  a pie del muro la fuente que nombro rodeada de arbustos y helechos, más un lugar adecuado y preparado para hacer fuego con su leñero.  Todo ello paralelo al citado muro  y algo en alto con relación a la huerta, a la que se accedía por una pequeña cuestecita salvando el desnivel en cuyos laterales había macetas con flores.   

          Pinté dentro de aquel vergel  y  además desde fuera, a distintas horas y en distintos formatos. En no más de dos horas por sesión, para mantener el estudio de las luces de cada momento, habiendo días que hice trabajos en cinco telas distintas. Casi a diario venían aquellos amigos y algunos más, con los que a pie de caballete,  en la hora del almuerzo o al final del día platicábamos sobre el tema y lo que surgiera. Era lugar de sesteo de un pastor que a diario con sus ovejas andaba  un ratito bajo aquellos álamos refrescándose y de paso alegrándoles  con su presencia la estancia  a mis hijos. Además de La Casa del Cura pinté los alrededores, fuera de la finca. Otra huerta parecida  denominada “La Yasa del General”,  igualmente amurallada y no lejos de allí, rambla arriba, preciosa también y que la plasmé en una tela, cuyo cuadro me compraría uno de los propietarios, entonces director del Banco de Santander de Arnedo; la huertecita de Adolfo, un hombre encantador  y de especial ternura con el que me entendí de maravillas y le regalé lo que pinté en su propiedad: una pequeña huertecita con unas pocas de viñas, verduras,  cerezos  y  una pequeña casita, cuya perspectiva me ofrecía de fondo  Arnedo con su Castillo…  precioso rinconcito por donde bajaba otro arroyuelo de agua y del que dieron buena cuenta mis niños jugando.   La casa rodeada de otras pequeñas parcelas, el camino y parte del tapial de piedras la pinté también a cierta distancia desde  otra propiedad y allí pintando entre un sembrado de espárragos y patatas  charlando de historias locales con David, el propietario, disfruté de lo lindo y cuyo cuadro terminaría en Logroño.

          Saldría por los alrededores y alejándome algo,  pinté en Munilla, precioso pueblecito, como casi todos los de la zona; en Arnedillo,  Enciso, a orillas del Cidacos entre Quel y Autol. Algún que otro garabato con las ceras que hice por las cercanías del Monasterio de Vico, donde me acompañó Juan de la Cruz, un amigo de Julio, creo que abogado y gestor de empresas, con el que mantuve en distintas ocasiones unas pocas de charlas muy interesantes sobre historias de la zona y de las que quedé fascinado. Recuerdo rincones encantadores como Turruncún, una especie de Belchite, pero por otros motivos. Precioso enclave por todo lo que le rodea, maravilla de la naturaleza…   “El Carrascal”, un bosque precioso de viejos  y frondosos árboles donde nos comimos un “Rancho”,   lo que en mi pueblo llaman un “Guiso de papas” y que estuvo de gloria  y Muro de Aguas lugar de privilegio para pintar, hermosísimo desde que se comienza la bajada, cada curvita de aquella carreterita es un motivo donde hacer estudio; pasado Sta. Eulalia cruzando el río para ir a Préjano recuerdo unos parajes muy bonitos, donde la arboleda junto al agua daban notas de color para disfrutar…

          Con todo lo hecho volvería para finales de Septiembre, que son las Fiestas y en la Sala Parroquial de Sto. Tomás me organizaría Julio una exposición, pero bueno esto lo dejo para más adelante.

Montero Bermudo, Junio de 2.016

 

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