Jueves Santo en Zamoranos
Por
la esquinita de Zamoranos esperaba verlo
aparecer, la Cruz de Guía tiraba de la comitiva y como
punta de lanza, del allá de mi ventana
ganaba espacio adentrándose en el barrio, el Cristo ya había cruzado la Puerta Palma y el murmullo del gentío que
poblaba el recorrido, hasta mi reja donde esperaba sobrecogido me traía a menudeo
noticias de la distancia. Ya era poca, estaba allí y desde la ventanita
ensimismado lo vi llegar y hacer la revira; arriaron con sumo cuidado para
tomar un respiro y me lo dejaron de frente, fue un momento, enseguida llamó el capataz que el barrio estaba
esperando y volvieron a levantar.
Ya no sé cuántos Jueves Santos son,
perdí la cuenta, pero el alma se escapa
de mi reja como si fuera la primera vez y cruza la calle para abrazarlo; lo vi
pasar, le dije adiós con la mirada las palabras no me salían y Él me
correspondió… El eco de los
tambores redoblaban sonidos en la
callejuela del Salto y el vecindario
arracimado e inquieto un año más con sus demandas, con sus súplicas y
expectantes a verlo pasar, cada cual con su “pellizquito” adaptando el mundo a
sus entrañas, cubrían los zócalos de las paredes embelesados mientras yo me
acordaba de tantos que ya me faltan… los
de mi casa, mis amigos, los vecinos…
Benditas manos de aquel Gaspar que te puso en
mi camino y en el de muchos ecijanos tengan la piel que tengan, divina gubia y
el destino que eligieron como un sino a ese Convento hace tiempo perdido y que
dejó ahí como señal a esta huella indeleble y perenne para los restos y que no
es otra que a este Rey junto a sus
hijos.
De boca en boca hasta aquí les ha
traído la tradición y en llegando el Jueves Santo el barrio se engalana: se
renuevan puertas y ventanas, se blanquean paredes y requete-aljofifan zaguanes
y rebates; gitanas guapas, mantones y flores pueblan rejas y mientras la voz
desgarrada de una saeta cruza al viento y en la calleja se entremezcla, con las manitas juntas y el ramito de azahar
al moño rezan las gitanas viejas.
Había entrado por Zamoranos y no se
escuchaba un alma, solo la voz de un gitano que orgulloso martillo en mano a
sus hermanos alentaba. Costaleros de La Sangre que con toda la dignidad llevan
cual ofrenda a su barrio al Cristo que más quieren, a ese “Viejo San Agustín”,
donde a pesar de los tiempos la raigambre de su gente mantiene vivo el
recuerdo.
Arrastrando las alpargatas y abrazando con el
costal un palo, orientando la mirada en el suelo y poniendo “to” las
agallas… con la voz entrecortada tras los faldones se
escucha un suspiro que el eco de la callejuela echa fuera el balbuceo ¡Vamos valiente vamos! Que lo vean llegar bonito.
Y se fueron todos, desde mi ventana
los vi alejarse hacia un Cielo de purpuras y malvas que daban o quitaban color
a la noche, camino de un horizonte que me marcaban Candonga, por donde el sol
se había perdido hacía rato. Jueves Santo entre payos y gitanos, ahí no hubo
deferencias, entre suspiros y sentidos rezos todos pedimos clemencia, lo vimos,
lavamos conciencia, cada uno siguió en lo suyo… yo, en mi penitencia.
A
to los gitanos de Écija, allá donde estén.
Montero Bermudo.
Abril del 16.
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