El paseo del domingo
Al
final se arregló el día. Esta mañana
temprano cuando salimos al paseíto diario mi perrita y yo, hacía más bien
“biruji” o fresquito con algo de humedad y como habían nubes al retortero, sin
orden ni concierto, pues no sabe uno al final en qué pueda quedar la cosa.
Se fueron los nublados y en esta gira
pasado el Ángelus de medio-día, ya andaba Lorenzo a pleno rendimiento
calentándonos el camino, las plantas y a nosotros. Mi Lola no es muy friolera y
más bien le huye parapetándose allá donde los rayos sean más débiles o ande la
sombra, no le teme pero lo evita si puede escoger; no me extraña, pues con ese
abrigo de pelos rizados que tiene le sobran calorías.
Buscaba ella, porque conoce el terreno, alguna
que otra almáciga de avena de las que se
crían al borde del sendero por donde caminamos, le gusta comerse las puntitas frescas de eso puñaditos
verdes que por lo visto su organismo le demanda. A veces ni echa cuenta, pero
otras, como estos días, se vuelve loca masticando deprisa porque le urge o
porque le digo que deje eso y aprovechando mi voluntario despiste… ¡Ya
está Lola! ¡Más no que nos pegan! Yo creo que lo necesita y con moderación, la
mía, dejo que coja aunque en casa nos miran con cierta desconfianza.
A lo largo del camino, junto al
cañaveral que circunda buena parte de él, los setos que demarcan propiedades y
bajo los árboles que de tramo en tramo adornan nuestro paseo, echamos nuestro
ratito entre charla y jugueteo, le voy
diciendo cosas y ella a su aire va olisqueando y mirando todo cuanto le señalo,
es muy lista y como andamos bastante compenetrados nos entendemos de
maravillas.
Hoy festivo, más relajados y con tiempo nos
entretenemos allá donde nos parece bien, cogiendo alguna flor o ramita del
vallado o en medio del campo libre que a
modo de un cuadro de Rothko la naturaleza nos ofrece. Grandes rectángulos de
color que son delimitados por difusas líneas, haciendo el juego a la visión de
que todos son uno y la unión de los mismos hacen su realce. Así somos mi Lola y
yo en medio de este paisaje que hasta de forma religiosa, como entendió su
pintura el pintor de Letonia, porque la naturaleza es sagrada.
Mira Lola – le decía a mi perrita en
una de mis parrafadas – ese sol del que te escondes, es el que conocí cuando
chico en el melonar, Él me despertaba y daba compaña todos los días cuando mi
gente se iban al pueblo a vender los melones y mientras andaba con mis cabras
por Benavides o El Segador dibujaba figuritas de colores en el aire y con eso y
pocas cosas más me distraía. De Él me hablaba mi abuelo porque ya lo conocía “el sol es bueno, pero ponte el sombrero
“Curriqui”… “ y no te digo más, está
puesto en medio de la bandera de Écija como símbolo de su grandeza y la del
pueblo claro, en cierta manera somos amigos porque nos conocemos de siempre y
cuando nos vayamos, Él se quedará y acompañará a otros como nosotros.
Es de suponer que mi Lola entenderá
algo de las cosas que hablamos, yo sé que soy un poquito raro, pero los perros
son inteligentísimos.
Montero Bermudo.
Primavera del 2.016.
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