campiña ecijana

campiña ecijana

sábado, 5 de diciembre de 2015

Mis amigos: Selu y Lola


El paseo con mis perros.

        

           El nuevo día y el “Circo” de la calle me esperaba  ver llegar con la cuadriga a lo “Ben Hur”, aquel príncipe que en su venganza diera castigo doblegando con su victoria en la más célebre carrera del séptimo arte  al Mesala,  viejo jefe militar con el que se las tenía prometida.            

          Cuando todavía por la hora las gradas andaban vacías de público alguno,  en tropel bajamos como a diario por las escaleras…. Con los collares puestos y las correas tirantes  saltando escalones de dos en dos, no aludiendo a la elegancia de Charlton Hestón, no era posible, más luchando por mantener la compostura siquiera hasta llegar a la puerta…  que se mean, que se mean, vamos, vamos …   Puede que suene a broma pero es tan real como lo cuento.

           Hoy llevaba a los dos perritos a: Lola y su hermano Selu que estos días anda también en casa; en la suya, porque ésta  en cierta manera es tan de él como de los demás,  aquí llegó primero y además de vez en cuando nos lo traen y porque él lo sabe que esto es así.

          Tempranito que las obligaciones laborales lo requieren, era de noche aún y al abrir la puerta a la acera un ligero y fresco vientecito nos dio el saludo de buenos días y que fue como un zarandeo o pequeño cachete en el cogote para quitarnos el sueño,  el que llegando a la esquina se tornaría  en  racheado,  algo más fuerte  y más fresco, no molesto pero si de obligado encogimiento de cuello, hasta clavar la barbilla sobre la cadenita de la medalla que cuelga sobre el pecho, dejando asomar como dos medias galletas pinchadas en un bizcocho  las puntas de las orejas por encima del cuello de la chaqueta. Ellos resoplaban y saltaban tirando de mí, pues el ritmo del paseo en esos momentos demandaba algo de “meneo”  por aquello de la temperatura  a la que hago referencia.

           La aurora con sus primeras luces nos  ofrecía un canto  alegre y esperanzador  y el fresquito airecillo de esa alba otoñal además de llevarse el  rocío depositado sobre las plantas, nos traía el nuevo día  que no es poco. Las largas ramas de la arboleda se iban meciendo al compás  de la brisa y mientras   al final de donde  alcanzaba la vista el oscuro azul del cielo amainaba su color,  con elegancia y cortesía se despedía la noche.

          Los pajarillos aposentados en el viejo  ciprés que demarcaba la linde en  el cruce  del camino daban comienzo en su despertar con un ruidoso pitear, cual orquesta sinfónica preparando y calentando instrumentos antes del concierto;  de unas y de otras brancas del arbolado, a puñados  bajan las  hojas  a las  que el  continuado soplido de la naturaleza  convidaba  y el suelo del camino iba quedando poblado todo él de ese humus  ocre  tostado y amarillento que se iba descifrando al mismo compás que la luz iba llegando. Las hojas se arremolinaban sobre recodos del camino y a golpes de suaves rachas  iban formando  pequeños almiares   que a modo de mujeres en rebajas se movían…    ahora aquí, ahora allá. Mis perritos, miraban entretenidos y correteaban tras  las hojas  por cogerlas, guerreando y dando bocados aquí y allá como a la vida que eso es jugar   (o tú o yo, parece que se decían) mientras seguían cayendo otras tantas. Saltaban y miraban arriba y a mí  y yo de un brinco los  invitaba a no pisarlas ni desparramar lo que ya por doquier  nos encontrábamos al retortero.  “… Lola, Selu, saltarlas, yo no le doy patadas  ni las pisoteo, que mira que bonitas son…”    les decía intentando transmitirles el gozo de verlos a ellos y a mí también,  entregados e imbuidos en tal  naturaleza  y ellos queriendo imitarme brincaban sobre ellas pisoteándolas... los animales, por mucho que uno pretenda, entienden lo que les parece, pero a diferencia de los humanos, lo hacen sin maldad.

Montero Bermudo, otoño de 2.015

         

No hay comentarios:

Publicar un comentario