Astigitano, ecijano y
cañatero, mi divisa.
(A todo ecijano que la
quiera, allá donde se encuentre)
Con
el pensamiento puesto allá donde nací, no hay día que no recuerde ni visualice
entre sueños tus callejas y rincones, tus barreras y plazoletas, tus fuentes,
jardines y paseos, tu aroma, color y perfume, tu piedra, ladrillo, la cal y el
propio salitre que emerge de ese hermoso grado de humedad aportado por el río,
tu gracia y tu luz, tu sol, tu gente…
hasta tus almorrones plagados de jaramagos, malvas o margaritas y que
tantos recuerdos me traen.
Tú
que en medio de esa privilegiada campiña enseñoreas todo el valle con tu
presencia y sobre ese gran pedestal que es tu propia historia, haces de punto
de fuga en el horizonte, donde la reflexión de tantos como queremos seguir
observando con el corazón las líneas que convergen en lo más bello que nos dio
la vida: Écija
Manojo de torres barrocas con sus campanas, con su historia, con
su belleza y gallardía; singulares construcciones o fábricas a base de
ladrillos magistralmente trabajados por no menos ingeniosas manos y que con
reminiscencia de una rica y finísima cultura empapada de otro interior
doctrinal, llenaron de arte la Ciudad desde aquellos tiempos en los que dieron
llamarse de “Oro”. Todas apuntan un Cielo como lanzas defensoras de una
estirpe, repartidas a capricho, porque eso es Écija: fantasía, ilusión, entelequia y hasta utopía… cada una en su lugar es minarete o torre vigía
desde el que se avisa y divisa al caserío de esta impresionante urbe, lugar primoroso donde se asentaran los
más pudientes de otros tiempos por el
privilegio de elegir a lo mejorcito de las Españas, como pago a “su labor” y
aquí hicieron asiento y morada construyendo
inmensos y bellos palacios y casas solariegas de las que la población presume.
Bellísimo renglón de ese prólogo
en la historia del sur, ese sur
incondicional donde España entera se confiesa aunque lo niegue o lo ignore. De mucho abolengo y gallardía de sobra más que
demostrado y que de un tiempo a esta parte, abatida anda en el olvido, en la
ignorancia hasta de los suyos, por la desidia propia de sus moradores y por la inducción
interesada de tantos que siempre quisieron que esto fuese así para su mejor
provecho.
Pero han de saber los que
interesados estén, en lo uno como en lo otro, que no caerá Ella en el olvido por tantos
como la soñamos, ni decaerá el amor que se le profesa desde allá donde nos
encontremos y continuaremos cual hormiguitas juntando y acopiando amores en pro
de su labranza. Palabra de cañatero.
Montero
Bermudo. Otoño de 2.015.
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