Hoy era su día, Rosario se
llamó.
No hay día en el
mundo que no piense en ella, pero hoy… hoy la he llevado como único rumbo, solo ella
ha sido quien con sus muchos recuerdos ha llenado mi alma y mi pensamiento. Lo
cotidiano, lo rutinario, todo aquello que uno labora o en lo que se aplica
desde que echa pie a tierra al despertar, salió de forma mecánica y como un
autómata fui gestionando lo material que
la vida requiere a diario y hasta algo más, pero en mi “campo de visión
espiritual” solo la veía a ella.
Hoy era su día y
aunque hace tanto que ya no lo celebramos juntos, me sigo acordando como si el
espacio entre el ayer y el hoy no hubiese existido o se hubiese quedado escondido
en la alhacena o en cualquier otro rincón de la cocina y que junto a la pila de lavar, la mesa de la plancha o la sillita de la costura
que era donde siempre andaba, se le paso su corta vida. Ahí la cabeza me la
juega, me hace un quiebro para que no vea la distancia del mismo, pero la realidad, por mucho que me duela y los
sentimientos no me permitan verla, es que voló.
Cayó
en sábado aquella última onomástica en que pasamos juntos un buen rato y aunque
ya estaba independizado, aun hacía poco y no me hallaba sin pasar por donde considera
todavía mi casa y como siempre la felicité, estaba contenta de vernos a todos… besos de unos y de otros junto con algunas
flores de mis hermanas (hay cosas que las mujeres aprenden antes) formaron su
compañía aquella última vez, que para colmo de todas las penas fue la víspera
de su marcha.
Se despediría con
una sonrisa de sus nueve vástagos horas antes sin saberlo y esa felicitación
sería el adiós entre ella y sus hijos, pero nunca el olvido tapará su recuerdo
para ninguno de los que atrás dejó.
Felicidades pues, a “Rosarillo la de Gaspar” que fue mi madre.
Octubre, día 7 del 2.015.
Montero Bermudo.
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