Loquitos por contarnos sus vacaciones
Ya andan por el barrio los del síndrome postvacacional, los pregoneros de exóticos
lugares, viajeros esporádicos del desespero a la busca y captura del retrato
ante escenarios desconocidos (para ellos sobre todo) pero que molan, porque lo
cuentan otros e incluso, porque salen por la tele y… ¿Dónde va la gente? Donde va Vicente.
Te los encuentras por la panadería, por
el “Súper”, por las terrazas de los bares
y hasta en cualquier esquina; algunos incluso procuran elevar el tono de voz en
cuanto te sienten llegar o se dan cuenta que los de alrededor miran o creen
ellos que andan interesados. Es otra forma de “viajar” y a veces da la
impresión de que esta es la parte más interesante, si no ¿Qué chiste tendría
deambular por esos desconocidos mundos como una maleta haciendo kilómetros y
kilómetros y tirando fotos como locos a todo lo que se pone al paso? ¿Qué se busca o se pretende encontrar dándole una vuelta completa a la ciudad que
sea, cámara en ristre en un rato? Incluido el comprar recuerdos, postales,
desayunar… esto por la mañana, por la
tarde, otra si hace falta y a dormir a la siguiente. En un hipotético caso en
el que no se pudiera contar ni enseñar
fotos del lugar donde se pasan las vacaciones muchos de mis vecinos, se
quedarían aquí y no se darían esa soba
de kilómetros. ¿Pa qué?
Sé de muchos que en la mañana visitaron el
Prado y el Reyna Sofía y por la tarde les dio lugar a ver algo del Thyssen, la
Plaza Mayor, el Palacio Real y El Retiro.
Nunca anduvieron en esos menesteres, pero con ello, vienen luego hablando
de los cuadros de Murillo y de Velázquez, de Felipe III a caballo, de las
tiendas de Serrano y cómo no, de los bocadillos de calamares del Brillante o de
La Campana.
Hace unos años me encontraba en el Museo de
Bellas Artes de Bilbao, sentado mirando
un cuadro y escuché llegar a un grupo de unas cincuenta personas, estiradísimo
y con un guía que les explicaba, sobre todo anécdotas, que es lo que muchas
veces les interesa al grupo. Yo me encontraba sobre la mitad de un largo y
amplio pasillo, como especie de nave; el guía llegaba al cuadro les decía
cuatro cosillas y cuando seguían para el siguiente llegaban los últimos
hablando de sus cosas, paraban en el próximo y la misma: los últimos llegaban
cuando ya se iban los de la cabeza con el guía. Yo no podía contener la risa y
el asombro que me causaba aquella escena que no era para menos que filmarla
¿Qué pinta aquí todo este personal? ¿Qué busca, si la mitad de ellos no estaba
en el sitio donde se explicaba algo? ¿Qué contarían de su visita al Museo?
Nada, cualquier ocurrencia: el brillo del suelo, un vigilante de sala que
pegaba cabezadas, las escaleras muy monas… les costó cruzar todo aquello menos de cinco
minutos, que con eso no da lugar ni a saber si era una exposición de cuadros o
el mercadillo del jueves.
Una que conocía del barrio, se fue
junto con unos cuantos a Florencia un verano de vacaciones y cuando vinieron,
como soy un enamorado de la ciudad, su historia y sus obras de arte, le
pregunté qué le había parecido esto, aquello y lo otro; Después de un momento
de reflexión se confesó y me contó que ellos se fueron a un camping en las
afueras de la Ciudad y que las noches se la pasaban en esta o aquella discoteca
y por el día durmiendo hechos polvo. Luego postales y fotos traían a porrillo
algunas echadas desde el coche. Esto es lo que hay.
Lo importante es salir a pegar golpes de
maletas por donde sea, aunque no se
llegue a ningún sitio y vuelvan hechos polvo y loquitos por estirarse en sus
cuartos… ¡Ayyyy! No hay lugar donde se esté más a gustito… mi cama, por fin mi cama… - dirán para sus
adentros - pero echarme el retratito y contárselo a mis vecinos para que vean
mi “poderío” eso no tiene precio, a ver si van a pensar que yo soy un cualquiera… ¡¡Vamos hombre!!
Montero Bermudo.
Desde
donde no me muevo este verano, Agosto de 2.015
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