Un
cambio, hace falta un cambio.
Es probable que en la vida se den momentos en
los que uno, por cansancio, desaliento, hastío, apatía… deba decir: para, basta
ya, hasta aquí hemos llegado, no puedo
seguir con tanta carga y hay que soltar lastre o esto se va a pique.
Periodo largo, muy largo o así se me
hace, en el que aguantando y poniendo todos los recursos que uno cree
disponer en favor de la lucha contra ese
muro de las contrariedades y te vas
dando cuenta que no es suficiente o no
van por ahí las posibles soluciones y de cómo, poquito a poco, todo lo que te
rodea se altera, cambia o se difumina, evapora o volatiliza. Tú en el mismo
empeño mantienes contra viento y marea la fe en superarlo y el muro
inconmovible, ahí también.
La tremenda crisis que nos ha tocado
de lleno (a unos más que a otros, esto
es la vida y siempre lo fue, e incluso otros gracias a ella se “ponen las botas”)
nos llevó por momentos a situaciones que
ya no pensaba uno a estas alturas te
rozarían siquiera. No, no rozaron, dieron de lleno y lo más triste de ello
quizás ni sean esos apuros en lo material o laboral tan necesaria y que ya
sería problema suficiente, sino que ha aportado, un desbarajuste en lo
concerniente al tema humano, que te hacen
ver a diario y hasta con cierta “normalidad” cómo se desenvuelve una
sociedad entre escorias y porquerías, donde no se le hace ascos a nada y se
llevan por delante al indefenso o al débil, siempre al débil.
¿Cuánto hay de responsabilidad en
quienes nos manejan? Ley del cobarde que es la del político sin oficio (si es
que ello se puede llamar así) que son por desgracia en mayoría los que nos
desgobiernan y digo bien, porque el que tiene el poder como no es justo (pocas
veces lo fue) se ensaña con el que más fácil lo tiene. Contra el poderoso o el
que amparado en grupo numeroso o bien parapetado no acostumbra a demostrar su
“fuerza”, ahí tiende a venirse a razones. Se ha impuesto la manera del
sinvergüenza y sin escrúpulos que para ocupar el cargo que sea y le aporte los
más posibles estipendios, miente y se cambia la camisa sin inmutarse, donde
dije digo dije Diego y aquí no hay tío páseme usted el río; cada cual se ha ido
forjando su línea de salvación y nadie quiere saber nada de nadie, se perdieron
los mínimos valores casi en todo y aquí todo vale, así que la desmoralización
en el que todavía le queda dignidad es patente.
Llegaron elecciones y aun llevándose a
unos cuantos (no muy lejos como hubiese sido deseable) de la primera línea, no
parece ser que a los que se trajeron sean el ideal; no hay para escoger de buenos,
la situación y el “montaje” nos ofrece más de lo mismo, es más, de lo que ya
teníamos, pero de la parte mala. Cada
vez que mira uno atrás da la sensación de que hemos bajado otro escaloncito; no
era posible ir a peor, pues bien, sí se va a peor, sobre todo en las personas
que se ponen al frente, a esos que dicen
“a tirar del carro”, escuchándolos cómo se expresan y lo que transmiten
con sus explicaciones hay para echar a correr, no puede ser que este tipo de
personal con tan poca preparación (así se desprende de sus comentarios y en
muchos casos de sus actos) sean los que tengan que encontrar soluciones para
todos.
¿Hasta cuándo aguantará uno con esta
situación? ¿Cuánto tenemos los demás de culpa por aceptar que esto sea así?
¿Nos relajamos y haciéndonos comodones esperamos que otros arreglen las cosas,
mientras esos otros aprovechan para su “agosto”? Malos tiempos nos tocaron vivir,
a ver en qué termina todo esto.
Montero
Bermudo.
Afectado por los calores
de Junio del 2.015 y por tanto cuervo que nos sacan los ojos.
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