Llegó “La caló”
En estas acaloradas fechas,
cuando a diestro y siniestro el Astro Rey se entretiene repartiendo
cucharaditas de candela para el mercurio de los termómetros haciendo que el
personal se desembarace de ropas y demás atuendos, a veces hasta en demasía. Recuerda
uno aquellos tiempos en los que con poco por quitarse y menos por colocarse,
sufríamos la intempestiva, pero consabida llegada de la “caló” (uno lo sabe
pero no quiere enterarse) con más tolerancia, soportando las inclemencias del
estío y su canícula con otra disposición, parapetándose bajo un sombrero de
palma y procurando que no faltara el agua en el “purrón” ni el melón “amarrao”
en el pozo ¿Qué más se podía ejercer?
Ya no es lo mismo, bueno el
verano sí, nosotros y nuestras posibilidades es lo que ha cambiado; ahora
tenemos: grifos de agua por doquier, ventiladores, aire acondicionado, nevera y
congelador como alhacena, vela en el patio o balcón, ropas más adecuadas,
accesos a playas y baños con facilidad, bebidas refrescantes, polos, helados,
vacaciones para salir huyendo algunos días en los “peores momentos”…
Entonces, en el tiempo en el
que yo pongo el recuerdo y la memoria evocando estas cosas, nos adaptábamos a
las fechas veraniegas y a nuestras propias circunstancias únicamente con la
sabiduría de la experiencia y la obligada necesidad, era lo que había. A las
horas del medio-día se evitaba en lo posible deambular por la calle o el
exterior, el sombrero era imprescindible compañero, el agua se respetaba y
valoraba como lo que era, vital; en la mayoría de las casas las macetas
refrescaban los patios y las velas sobre
el mismo se colocaban nada más levantar el vuelo Lorenzo, se procuraba el
mínimo de luz exterior (calor) hasta bien pasada la siesta, en cuyo periodo los
más menudos y algunos más, aprovechaban para chapotear en el baño de hojalata
que estuvo puesto desde pronto algo al sol, para contrarrestar el bochorno;
agua que serviría al final para atemperar el suelo del mismo patio o el
de la puerta de la calle. Pasado lo peor, no todo, pues en Écija ya sabemos que
hay calores que se juntan con las del día siguiente, se pone todo el mundo en
marcha: las madres a los avíos de la cocina, los niños a la puerta, las mocitas
a la fuente…
Las noches daban comienzo
con unas tertulias a la puerta de la calle en las que los mayores dialogaban y
compartían penas y alegrías, no faltaban el recuerdo del novio de fulanita que
se fue dejándola, ni del que servía en África; del manijero que te daba vidilla
ni del que te la quería quitar; de fulanita que anda por Barcelona, con lo
lejos que está eso; de la “Velá del Puente”; de la pasada boda familiar en “ca
Rivera”; de la Feria que está por llegar, de la Semana Santa, de la última
“arriá”… los palillos de las sillas de
anea crujían al volcar la misma sobre la pared, lo mismo que la mecedora
acompañaba el gesto de la muñeca que le daba al abanico, artilugio “refrescador”
este último que hasta durmiendo el portador seguía moviéndose… manotazo o siseo de vez en cuando al
chiquillo que no paraba y una música celestial procedente del alero de tejado,
donde grillos residentes orquestaban aquellos “teatros al aire libre”.
Poco a poco iban callándose
bocas y el tono de las conversaciones aminoraban, los niños se acurrucaban, los
grillos continuaban y un puñado de chinches en los palos que sostenían
remendados colchones de sayos, andaban a la espera en aquellos calurosos
cuartos donde había que pernoctar.
Montero Bermudo.
S. Juan Despí, Junio
de 2.013
(De hace un par de
años, pero andamos en las mismas)
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