campiña ecijana

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domingo, 7 de junio de 2015

A Veiga a los veintitantos años.


Viaje a Galicia, una experiencia.

          “… hasta el cruce de  A Gudiña, ya estábamos cerca,  precioso lugar donde ya empezaría a encandilarme. Estaba lloviendo un poco y de forma intermitente, fina y fresquita, pero caía bien; ahí llenamos el depósito y  continuamos la aventura por los más hermosos parajes que vi en todo el camino (las vistas desde Pancorbo y algunas otras no se me pasaron por alto, pero esto es de una particularidad tan especial que a mí me tocaron la fibra especialmente); de vez en cuando tras de una curva una aldeíta: Bouza, un recodo, una ermita, un regueiro, Pixeiro, O Castro, Pradocabalos, una subidita y al fondo izquierdo el rio Camba y Bembibre, Caldesiños, Seoanes de Abaixo a la derecha, San Cimbrao y Viana do Bolo y agua, mucha agua, por momentos se apartan nubes y sale sol…  Punxeiro, otra subidita hasta Mourisca y desde ahí vistas preciosas de campos y unas cuantas aldeas hacia la derecha y por fin Covelo y el Alto, a más de mil metros.

          Desde el lugar se contempla y se participa de   tal   espectáculo, que por mi parte  me es imposible  descifrarlo y por momentos entré en un estado emotivo, que hasta el alma se me salió de dentro colocándose junto a mí en el salpicadero para no perder detalle, Miguel sonreía viendo la cara y el nerviosismo indisimulable que de la emoción se denotaba comentando  ante tanta belleza…  ¿A dónde miro?  A la izquierda una panorámica de ensueño, impresionantes vistas y entrañable territorio, una sensación de libertad inusual y por momentos da la impresión de que todo el oxígeno de globo terráqueo está allí a tu disposición. Entre pequeños núcleos poblacionales salpicados como  adornos  por doquier y envueltos en una  vegetación exuberante y muy particular;    “telón de fondo” digno de la mejor representación teatral de una vida, lugar para meditar  ¿Qué hace uno por esos mundos buscando…¿Qué?  ¿Por qué se va la gente de estas tierras?...  como en tu Andalucía, a buscarse la vida huyendo de la situación  - Me dijo Miguel sentenciando, más que aclarándome – Porque esto no es entendible.  Ahora comprendo esa “morriña gallega” no me extraña que esta gente por lejos que vayan sueñen con volver, no  puede uno morir tranquilo en lugar alguno que no sean estas tierras habiendo visto la luz primera por  parajes como estos.

            Siguiendo la vista al frente más de lo mismo, si es que se puede repetir esta grandeza y girando a la derecha…    ¡Ooooooooh!   ¡Qué maravilla!  ¡Qué bonito!  Allá donde se ponga  la mirada te encandila lo que ves. Ganas inmensas le dan a uno que es del “gremio” de tirarse del coche en marcha si hace falta y ponerse a pintar, dibujar o comentar con el “boli” en una cuartilla, que es algo que también me gusta, aquello que sientes o ves y nuevamente vuelve a lloviznar y el paisaje se baña de plata, grises finísimos, verdes y azulones, unas manchas al fondo sobre las laderas de la montaña de un pardo-granza- rojizo como la piel del melocotón de agua…  fascina y asombra esta especial naturaleza que aún en estos momentos cuando escribo después de unos cuantos días transcurridos y a mil kilómetros de distancia (física) miro hacia mi ventana por si hay algo, pero no, no hay nada de aquello. Aquello está allí… esas piedras “bolos” graníticos que quizás sean los que dan nombre a  la zona, las plantas, especiales, muy especiales, la arboleda que aunque se ve joven (posiblemente consecuencia de incendios de no hace mucho) muy bella y pictórica, la tierra, el cielo azul, azul entre nubes que habían cuando llegamos y una bruma delgadita que no llegaba a cubrir casi nada, pero que se presentía y en tomando dirección a Pradolongo, Carracedo, Castromao…   dio comienzo otra vez, si es que había parado,  esa fina y suave lluvia,  fresquita, muy fresquita. Ahora ya, bajando algo el desnivel  en el terreno hasta llegar a destino: A Veiga, con una vista maravillosa que ya antes de llegar a la Playa de los Franceses se divisa desde cualquier recodo del camino. Sobre ese pequeño “mar dulce” que es el Encoro de Prada se refleja el caserío y bordeando sus aguas se rodea hasta coger el puente que permite cruzar el cauce y adentrarse en la población, al otro lado, arriba de casi todo, porque buena parte  de  las casas están en una especie de ladera y en bancales, el lugar de destino: “O Bailarín”, casa, capricho o refugio de mi cuñado Miguel, que vivió su primera  infancia por estos lares, entre Carracedo y A Veiga y que en honor y memoria a su padre le puso tal título, porque de esta guisa tan alegre y cariñosa lo “bautizaron” amigos y convecinos.  Ingeniosa, trabajadora  y más que  agradable persona  a la que conocí y que luego de hacer su mundo allá donde pudo darle futuro a sus hijos, también dejó en A Veiga, además de su cuerpo en reposo eterno,  un regalo-trabajo digno de arquitecto y artista para orgullo de los suyos y de toda la comarca: “As Pedriñas” … “

          Montero Bermudo

Finales de Mayo de 2.015

 

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