Otro de esos pellizquitos.
…Empezará todo con una mañana soleada de palmas y olivo, de caras nuevas
por El Salón, de zapatitos de charol para un infantil estreno en el
que, cualquier “ditero” financiaría sin miramientos porque es
“matiné devocional para angelitos” y aquí no habrá uno que quede
atrás; mañana de un lazo al pelo bien fulgurante y hasta de
unos zarcillos nuevos para esa menuda “Reina” que va con chupe o con
taconcitos, de un tambor o una trompeta para esos
querubines que van a ver la “Borriquita”, de cochecitos de niños
chicos y chupes extraviados por el suelo o colgados en los filos de cualquier
reja de ventana, de globos y “sonoros”
martillitos a todo plástico, de vuelta a encontrarse un año más con los
perdidos o viajeros, de risas, saludos,
abrazos y de paquetes de “arvellanas”
… de celebración religiosa y hasta pagana, porque
en ello degenera cuando todo se entremezcla, de alegría y estreno, de
carreras en el último momento a por ese capirote de rejilla que pesa poco y da menos calor que el de cartón, de últimos
toques a esa cabeza de Cristo pintada sobre el costal para que seque, y recosidos
a la morcilla del mismo porque el año pasado ya se salía el relleno, de
madres limpiando zapatos y planchas a todo meter, de botones colgando en el último momento, de besos
tiernos y amorosos en el filo del
rebate al salir por el zaguán, mientras con el brazo estirado a pellizquitos
se busca la inexistente
pelusilla sobre el hombro,
pretendiendo mejorar lo que no da más de sí y la
compañía de la mirada casi llorosa con una emoción desmedida calle abajo hasta desaparecer.
Al cobijo de una hermosa tradición, brotaran sobre
el terreno abonado de muchas almas,
una esperanza de juventud fajada en sus “nuevos costales verdes” ¡ya está aquí la primavera! Y en
el porticado patio de cualquier iglesia,
mientras las cigüeñas allá en
todo lo alto del minarete, entre revoloteos y “acomodaciones”, tomen nota de aquel que falta o del que viene
nuevo, rondará nerviosa una juventud
que alentada de vieja sabia, va a
dar comienzo rodilla en tierra haciendo
costales de amor; atirantada y
ajustada faja en cinturas escurridizas que como juncos cimbrearan seguras y
fibrosas, sujetando y meciendo con una cadencia a un mismo son, a ese ritmo y
ese compás que ya han mamado desde chico
para ese peso elegido por voluntad y con
el deseo insolente de esa juventud fresca e inocentemente descarada, la que alrededor del pilón de la acostumbrada fuente dará inicio ahí, hasta con “bautizos a los novatos”, de una celebración nueva y desbordante, con la alegría de la alborada
incipiente que sueña ilusionada lo mismo que
sus mayores.
¡Semana Santa!
¡Semana grande donde las haya!
Para litúrgicas celebraciones en
una tierra, la nuestra, donde el Cielo,
que siempre es el más azul y el más alto, parece acercarse en estos días de
voluntades sanas y “cofradieras” para
escucharnos.
Sudorosa pléyade de
costaleros, trajeados y
presumidos capataces y contraguías que participan en el evento, porque quieren
estar donde tantos de los suyos estuvieron y que son ángeles de la guarda que, como lazarillos,
les van marcando a los primeros un camino
más que sentido, pero que no ven.
Amalgama de gente que ahí
los lleva buena parte de unos sentimientos y una tradición de la que
todos formamos uno. Todos ellos y ellas,
ecijanos en su mayoría, de nacimiento o de adopción, residentes y venidos de
fuera, conformarán ese mundo hecho tradición contrariando no pocas de las
normas, aunque grosso modo
aceptada, donde la religiosidad
entendida como nosotros la solemos entender tomará muchas veces el camino del
folklore y en momentos hasta pueda aproximarse a una especie de anarquía
colectiva. Esas maneras y formas de entender la Semana Santa,
que a muchos de nosotros mismos nos descoloca cuando en el recogimiento
repasamos lo hecho.
¡Vamos a andar…!
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