campiña ecijana

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viernes, 19 de diciembre de 2014

Travesuras de la infancia





Mi primer colegio.

(Dña. Rafalita Campoy me dio largas.)


 

 Me buscaron otra “miga” y esta fue en la calle Carreras, con Dña. Valle, mujer de la que guardo un enternecedor y agradecido recuerdo,  me enseñó a leer y escribir, mis padres le pagaban una peseta diaria, que por lo que tenía que aguantar de mí, sería poco, pero es que no había más. Allí continué con mis travesuras  y de hacer palotes y palotes, pase a conocer las primeras  letras, mi primera cartilla: mamá, papá, tomate, lechera…  como digo, allí empecé a desenvolverme en la lectura y en la escritura, con mi desparpajo,  la paciencia y supongo el buen hacer de aquella mujer.

 
Por lo  visto me  costaba mantener compostura adecuada de atención y demás a la clase y era imposible tenerme quieto en mi sitio: cuando no estaba  guerreando con otro, miraba por la ventana o aprovechaba las idas al retrete que estaba en un pequeño corral, para incordiar a unas pocas gallinas que tenía Dña. Valle; gastaba las pocas de tizas  que habían haciendo garabatos en la pizarra, movía el “picón” del brasero que tenía la maestra en la mesa camilla, mientras ella  hacía leer a otros niños, cosa que provocaba el sobresalto de la pobre mujer; montaba un tren con todos los bancos en fila, aprovechando cuando  ella marchaba a otras dependencias de la casa a tomarse su leche con Eko, …  en fin, el mismo ritmo que con Rafalita pero “dándole gas”, cada vez más  grande, más travieso y cada vez más malo.

 Es un caso,  pero no lo  echo  de aquí por escucharlo leer…  - así de esta guisa se lamentaba Dña. Valle  a las demás madres comentándoles mi comportamiento -.

Y como era de esperar llegó la gota que colmó el vaso, ya no pudo más la buena mujer y como Dña. Rafalita, me expulsó del colegio.

Cuando llegué a mi casa recuerdo que estaba mi madre cosiendo. ¿Qué te pasa que bienes tan formalito y tan callado? ¿Qué has hecho?  “Náaa”, yo  “ná”  -esa fue mi respuesta-. Casi sin separar la vista del trapo de la costura, solo hizo un pequeño gesto con las cejas como si me mirara, al tiempo que me preguntaba con la respuesta incluida ¿Qué te ha echado Dña. Valle?   A  mí no me digas nada, cuando venga tu padre se lo cuentas a él. Pero, ¿cómo sacaba esas conclusiones? si casi no había abierto la boca.  Muchas veces me he preguntado yo, si las madres  serán adivinas o tienen poderes ocultos.

 Al día siguiente aparecí con mi abuela por el colegio. Recuerdo a Dña. Valle arriba en la baranda del corredor de su vivienda, mi abuela y yo abajo, en la puerta que del zaguán daba al patio. Quieto, bien peinado, arrepentido, serio, formal, cual figura de Sevres  cogido de la ropa de mi abuela y atento, como nunca hasta entonces, al diálogo de ellas dos. La cara mía podría compararse a la del angelito más tierno, más dulce y más bueno que pueda existir en el firmamento, Ni  Ribera, Antolínez o Murillo, ni el más fino de los pintores del barroco italiano habían pintado una carita así, mientras tanto mi abuela  daba el mitin más medido completo y convincente que yo haya escuchado nunca. Lo  basó principalmente entorno al perdón que como cristiano todos nos merecemos, (le tocó la fibra) era mujer de misas e iglesias y mi abuela más lista que el hambre y con la promesa de mi propósito de enmienda la convenció y fui aceptado. 

Poco duró el arreglo y cuando se volvió a colmar el vaso de la paciencia que fue pronto, Dña. Valle   me volvió a echar   del colegio, no sin antes hacerme un encargo: que no venga por aquí tu abuela…

         Montero Bermudo.

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