El día que la conocí
Con el sombrero en un rayo la Luna
se descubrió brindándome con el gesto y con el más sublime de sus reflejos, la mejor luz para que la viera y en aquella nochecita de
otoño, algo lejana en el tiempo, aunque fresco
como una rosa, que aún ni entreabierto está siquiera en el ayer de ella
y mío. Se fueron las sombras de la oscuridad y quedó reflejado el semblante de
una sorpresa guardada, de un regalo misterioso he inmenso que vale en la
eternidad una locura y yo… ay yo, como persistente niño que sigo siendo porque la vida no me dio
esa oportunidad casi de serlo, continúo peinando
el flequillo de una frente con
más signo de alopecia que de pelo alguno, como guerrero incansable plantando cara a ese paso en el tiempo porque no me entrego, soy feliz soñando con esa
juventud que me pertenece por muchos años que pasen y mantengo los recuerdos
puestos al día, dándole lustre y revisando de continuo para que ni se empañen,
y Ella… ay Ella, como aquella noche sigue, con
igual lozanía y frescura; gracia y
tesoro de perenne juventud que Dios le aportara y la finura de sus rasgos junto
al timbre de su voz, a mi vera los contemplo aunque andemos laboriosos en
nuestros quehaceres cotidianos.
Como perplejo quedé hasta el día
siguiente en el que volví a verla, eterna, extensa e interminable noche aquella, la que hubo de
pasar por medio mientras aparecía un nuevo día y me marché para casa con el
mentón a medio lado y apoyado sobre el
hombro sin querer ni poder variar la mirada de aquel “altar” a modo de ventana,
el que me señaló como su morada.
Me costó dormirme y lo hice como si de
una Noche de Reyes se tratara, mirando a la ventana del cuarto a la espera
quizás de una aparición, más el empeño
en el deleite solo me sirvió para extender la noche más allá de donde
hubiese sido deseable.
A partir de entonces se convirtió
en romería el ir y venir a buscarla, a diario como “Miracielos” andaría bajo su
ventana, una vez cumplido mis horarios de tarea, con la boca abierta y vertiendo babas cara al
cielo esperaría una respuesta a mi demanda para que bajara y entre plática
y coloquio, conseguimos un dulce premio y con el laurel de la victoria
hemos llegado hasta aquí, con el más que
firme propósito de seguir.
Dile a “la niña del
Rubio”
Aquella “de la Corredera”
Que lo mío ya es un
delirio
¡Ay! Si tú me
quisieras.
Montero Bermudo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario