campiña ecijana

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martes, 21 de octubre de 2014

El día que la conocí


El día que la conocí


 

Con el sombrero en un rayo la Luna se descubrió brindándome con el gesto y con el más sublime  de sus reflejos, la mejor luz  para que la viera y en aquella nochecita de otoño, algo lejana  en el tiempo, aunque fresco  como una rosa, que aún ni  entreabierto está siquiera en el ayer de ella y mío. Se fueron las sombras de la oscuridad y quedó reflejado el semblante de una sorpresa guardada, de un regalo misterioso he inmenso que vale en la eternidad  una  locura y yo…  ay yo, como persistente  niño que sigo siendo porque la vida no me dio esa oportunidad casi de serlo,  continúo  peinando  el flequillo de una frente  con más signo de alopecia que de pelo alguno, como  guerrero incansable plantando  cara a ese paso en el tiempo  porque  no me entrego, soy feliz soñando con esa juventud que me pertenece por muchos años que pasen y mantengo los recuerdos puestos al día, dándole lustre y revisando de continuo para que ni se empañen, y Ella…  ay Ella, como aquella noche  sigue,  con igual lozanía y frescura;  gracia y tesoro de perenne juventud que Dios le aportara y la finura de sus rasgos junto al timbre de su voz, a mi vera los contemplo aunque andemos laboriosos en nuestros quehaceres  cotidianos.

Como perplejo quedé hasta el día siguiente en el que volví a verla, eterna, extensa  e interminable noche aquella, la que hubo de pasar por medio mientras aparecía un nuevo día y me marché para casa con el mentón a medio lado y apoyado sobre  el hombro sin querer ni poder variar la mirada de aquel “altar” a modo de  ventana,  el que  me señaló como su morada. Me costó dormirme  y lo hice como si de una Noche de Reyes se tratara, mirando a la ventana del cuarto a la espera quizás de una aparición, más el empeño  en el deleite solo me sirvió para extender la noche más allá de donde hubiese sido deseable.

A partir de entonces se convirtió en romería el ir y venir a buscarla, a diario como “Miracielos” andaría bajo su ventana, una vez cumplido mis horarios de tarea,  con la boca abierta y vertiendo babas cara al cielo esperaría una respuesta a mi demanda para que bajara y entre  plática  y coloquio, conseguimos un dulce premio y con el laurel de la victoria hemos llegado hasta aquí,  con el más que firme propósito de seguir.

 
                                                                     Consolación de  Utrera

Dile a “la niña del Rubio”

Aquella   “de la Corredera”

Que lo mío ya es un delirio

¡Ay! Si tú me quisieras.
                                                                                                                                                           Montero Bermudo.

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