Cuento o relato para un día de Reyes
…Abueloooo, abuelo, abuelo…
- corría dando voces un angelito de pocos
años en busca del abuelo que, entretenido leía junto a la chimenea las pamplinas
o trolas del periódico –
- ¿Qué le pasa a mi chiquitín? - Contestó
parsimonioso, sin apartar la mirada del “diario”, habituado al trajín de los
nietos que ajetreaban en sus juegos.
- Abuelo, dice mi hermano que los Reyes
son los padres, se lo ha dicho uno del colegio, que lo sabe – Le soltó lleno de
asombro y con los ojos como el que se echa gotas. Aquel “guindilla” dudaba del
hermano y ahora… del abuelo… -
- La madre que trajo a estos sabiondos y
al que los enseña tan pronto. – se le escapó mascullando - Van a desbaratarme
el asunto, después de invertir parte de la paga del día 25. Les quitan a ellos la
ilusión… y a mí.
- Diles a tus hermanos que vengan y
sentaros aquí, que os voy a contar con detalle quienes son los Reyes Magos –
Y como siempre, se dispuso en aclarar la
historia, esta vez poniendo interés en no salirse del guion ni un pelo que,
aquellos polvorillas se la jugaban. Y empezó el relato.
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Eran días de Navidad y los dos más pequeños
andaban enfrascados en sus cartas a los Reyes. Otro más grandecito, desarmaba juguetes
del año anterior averiguando y transformando; era más vivo y lo de la carta lo
tenía claro. Ya la empezaría. A él le bailaba el asunto por su cabeza, pero aquí,
cuando hay interés todo el mundo duda.
Pegaditos
a la chimenea, en un momento los tuvo el abuelo embobado. Este hombre, de haberlo
pensado mejor, en vez de pasarse la vida pintando pisos, techos aceitosos de
cocinas y escaleras de vecinos buscándose el bollo, podría habérselo ganado
como ilusionista o prestidigitador. ¡Qué arte! Era ponerse…
Junto al abuelo, escuchaban atentos y
boquiabiertos toda historia o relato que, aquel hombre con tanta capacidad e
“información” les contaba. ¡Lástima! Que estas costumbres se van perdiendo. Siempre
fueron las mejores maneras de transmitirle a los que vienen detrás y solo
algunos conservan con interés. ¿De dónde aprenderán mejor las generaciones
nuevas, que de sus mayores? Él se distraía “informando” a sus nietos de esta forma.
Si las emociones deformaban algo el asunto, sería “peccata minuta”, ya lo
entenderían de mayores.
Empezó
contándoles que fueron tres magos, avisados por una estrella que les hizo
señales y los encaminó hasta que llegaron a Belén. Melchor, el mayorcito, con
una barba bien poblada entre gris y blanca, era de Persia; Gaspar: entre morenito-dorado
y el cutis cardenillo-bronce, era de la India y Baltasar, el más oscuro de
piel, ya casi negro, que venía de Arabia.
– Con los ojos de par en par y un hilito
de babas vertido por la comisura de la boca que discurría barriga abajo,
atendían ensimismados los tres angelitos –
Ellos, como Magos que eran – continuaba el
abuelo – estaban avisados de la llegada en cualquier momento de quien vendría
en nombre de Dios y que sería el Rey de los judíos. En aquella ocasión, la
estrella avisaba de algo importante y la siguieron con entusiasmo hasta que se
detuvo en Belén.
- Vivían lejos unos de otros, como ya os
cuento, pero atentos al asunto cuando recibieron el mensaje de la estrella quedaron
en verse en punto del camino y orientándose por donde ella les guiaba, se
plantaron en Belén.
La
estrella se paró en un lugar emitiendo destellos que llamaban la atención ¡Era
allí! ¡Por fin! Y preguntaron a unos pastores acampados por la zona ¿Dónde está
el rey que ha nacido?... Los pastores fueron los primeros que llegaron a adorar
al niño y fueron quienes corrieron la voz por los alrededores, llegando la
noticia a todo lo conocido. Les dijeron dónde estaba y juntos se acercaron.
Esto lo cuenta San Lucas, lo he leído -
decía el abuelo – no vayáis a creer que me lo invento. El niño Jesús nació en
Belén de Judea, cuando el Rey Herodes. El rey más malo y envidioso del mundo.
Eran otros tiempos, aunque la envidia y la codicia entre los poderosos era la
misma que ahora. Herodes, molesto, temeroso y celoso, por lo que se comentaba sobre
“nuevo rey”, se puso en marcha y quiso “fastidiar el invento”. Intentó hacer
desaparecer al niño de allí, y si tenía que matar a todos los recién nacidos,
lo haría, pero no lo consiguió.
Al ver a los Reyes Magos que lo buscaban,
quiso saber del dichoso niño y les pidió cuanto supiesen algo que le informaran,
porque él, también “iría a adorarlo”. – Eso era mentira, aclaraba el abuelo a
los nietos. - Ya me diréis cuando lo
encontréis, insistió Herodes, deseoso de matarlo - ¿Os imagináis no? ¡Qué malo!
– apostillaba el abuelo – Y esto se lo leí a San Mateo hace años. San Mateo,
sabía de estas cosas. Vivió con él luego de grande y estaba informado.
Los Reyes Magos en un sueño, como el que
tuvo José, con el asunto de las vacas gordas y flacas, les avisaba de tener
cuidado con Herodes, que este no iba con blanduras, la envidia era mucha y el
resultado podría ser peor. Así que una vez hicieron su visita, le ofrecieron el
oro, el incienso y la mirra, como los mejores presentes de aquella época, se
marcharon de puntillas sin que Herodes lo supiera, volviendo por otro camino y
evitando cualquier encuentro.
A partir de aquí – seguía el abuelo,
mientras los nietos cada vez más encima se lo iban comiendo con la vista – Los
Reyes acordaron con el niño Jesús… pero echaros un poquito para detrás que nos
vamos de cabeza todos a la candela… – avisaba conteniéndose la risa, mientras
los veía entregados y continuaba con el relato –
Como decía, acordaron que les llevarían
regalos cada año, a todos los niños, en conmemoración de aquella fecha, a todos
y de cualquier lugar. Jesús les dijo que a Él no hacía falta, ya tenía
bastante, ahora tocaba a los demás niños. Así que se impuso la costumbre, de
llevarle a los niños sus “Reyes Magos”. Los juguetes que pidieran… bueno los
que se podían.
Todo estaba muy bien – comentó el abuelo
– pero, como siempre, empezaron los problemas. Al principio, entre los Reyes,
los Pages y los criados (los Reyes siempre tuvieron criados, nunca trabajaron
en obras como yo, ni hicieron nada. Para todo tenían quien se lo hiciera… como
ahora) se encargaron de ir repartiendo los juguetes por todas las casas. Enseguida
se desbordó también y entonces, tuvieron que ayudar, los padres de los niños.
Los demás se fueron cansando y como los padres no se cansan nunca, pues ellos
solitos se las apañaban. Así que fue quedando la costumbre de llevar los
juguetes a los niños, pero siempre en nombre de los Reyes Magos, que estos eran
los que mandaban y controlaban que así fuera.
El orden en las cosas es lo ideal, cada
padre o madre controlaba los suyos y así nadie se quedaba sin sus juguetes. Por
eso hay que escribir la carta dirigida a ellos, los padres no pintan nada, son los
Reyes quienes mandan a los padres a que lleven a los niños aquello que han
pedido. En definitiva, los padres son los servidores o como queráis llamarlos.
Y ese niño repelente de tu colegio, que
“sabe tanto” – le decía dirigiéndose al menda que estaba “envenenando” el
ambiente – que lea cuentos o historias bonitas y no invente o escuche pamplinas
de esos politiquillos recalcitrantes y tercos, que además de inventarse la
historia, solo buscan la discordia, borrando tradiciones y poniéndoles mal
cuerpo a las personas.
Montero Bermudo,
navidades 2022
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