…Lo que tú
quieras, pero un peo no
Había salido con mi perrita mientras mi mujer andaba
en preparativos del almuerzo de medio día…
Y crucé la plaza riéndome sin otra preocupación que el pensamiento
entretenido en aquello que terminaba de ocurrir.
De la memoria extraía un
“recorte” que nunca olvidé y que ello me acercaba a los años cincuenta y
tantos, cuando ya teníamos una cocina-comedor, allá en calle de Las Flores de
Écija, donde nací. Siete años tendría y andaba
brincando de silla en silla acomodando postura para dar entrada al momento
esperado de la cena, en aquel habitáculo, al que recuerdo alegre y amplio,
todos alrededor de la mesa, sobre la que pendía una bombillita de 40 que nos
alumbraba de sobras ¿para qué más? y mientras mi madre terminaba de repartir en
platos aquella olla con su pringá, sus papas y habicholones o con su arroz y un
cachito de calabaza, en el “Iberia” que mi padre comprara el mismo día que
nací, sonaba el contagioso y alegre silbidito que Pepe Iglesias hacía de
estribillo a su presentación de “Las
alegres zorrerías”… “yo soy el zorro
zorrito, para mayores y pequeñitos…” canturreaba; mi padre sentado con su vasito de
vino sujeto a la mano sonreía, como mi madre desde el poyo donde el
infiernillo, todos escuchábamos el tararear y la musiquilla, aunque el
silbidito quizás para mí era lo más “entendido”. En ellas estábamos, cuando en
un cruce de una silla en otra se me escapó un peo… se hizo un silencio que durara lo mismo que un
sonoro palmetazo de mi padre en la mesa, nada.
¡¡Ehhhhhh…!! ¿Eso qué es? … Lo que tú quieras, pero un peo no.
Sentenció con voz recia, de mando y dicho en
un tono severo y conciso, con genio también y que mi padre expresara con una
mirada hacia mí, que aún veo el brillo de sus ojos sobresaliendo de un rictus
en el semblante que diera por terminado el ambiente jocoso que sembrara aquel
que por la radio era compañía… sirviendo como correctivo a “mi desmadre”; ni
del zorro, ni de la olla, la pringá y sus habicholones recuerdo nada, solo el
susto en el cuerpo me cabía y ya era apretar.
Iba por la acera atento y entretenido,
esperando a ver dónde pondría la perrita “el quiosco”, por la otra orilla junto
a los jardines, donde una acera más ancha hace de camino o paseo a los
estudiantes que van y vienen del instituto, un jolgorio entre alegres charlas o
conversaciones de muchachos y muchachas que iban como en manifestación, una vez
terminada la jornada, a la búsqueda de la olla que sus madres tuviesen ya
dispuestas en sus mesas de casa… de pronto, se escuchó entre risas un enorme
peo, como una caída de tablón en obra que al rajarse retumbó entre la arboleda,
los bancos, los coches… y llegó a esta parte.
¡¡Hostia tío…!! un peo no, dijo uno con decisión y en nombre
quizás de los otros, más por la “invasión” de matices nuevos en la conversación,
que por otras cuestiones de urbanidad o zarandajas… “sigue el royo tío ya
cagarás luego”, pienso yo que sería lo que quiso aclarar aquel compañero
del “peón”. El conjunto y la armonía en
la conversación ni se inmutó; una docena de niños y otra de niñas, entre trece
y quince años todos revueltos y metidos en conversaciones varias, continuó
acera adelante como si tal cosa. Naturalidad en un hecho que siéndolo, muchas
veces no lo consentimos. Lo que quieras, pero un peo no, que diría mi padre en
aquella ocasión.
¡¡Por Dios qué
puerco!! Escuche decir a una buena
señora que, sentada algo más allá en un banco, esperaba junto a otra a que su
perrito que olisqueaba suelto por el césped del parquecillo de los niños,
hiciera sus necesidades. Y qué poquísima vergüenza – añadiría su acompañante –
Esto es lo que nos espera niña, qué juventud más asquerosa se está
criando… Yo me reía siguiendo el desarrollo de aquel
teatro, desde la otra acera.
Vivimos en una sociedad en la que el
vocabulario, el respeto y el comportamiento en sentido ético se aleja a toda
velocidad de las formas y maneras de hace nada. Hoy, en todo medio de
información y las televisiones dominan los programas donde estas vecinas se
distraen hasta altas horas de la madrugada, ahí todo es porquería y
permisividad en temas de porros y porras, donde revolcarse los unos con los
otros es poco menos que un saludo cariñoso; las blasfemias, las palabras mal
sonantes y a destiempo o el sacar los trapos sucios de cualquiera, junto a la
falta de respeto por todo bicho viviente es sinónimo de libertad y modernidad… se lleva, es moda y si no quieres quedarte
atrás hay que sacar a relucir hasta el tamaño de ciertas cosas que a nadie
debería importar, junto a un cúmulo de aptitudes de mal gusto que hacen y
producen cualquiera de ellas solas, más estropicio a la conducta que un simple
peo.
Aquí lo que cuenta es la
postura que te permita andar en medio del “bulto”, nunca mejor dicho, pasar
desapercibido y sin necesidad de esfuerzos en pensamientos que obliguen a
correcciones propias y con ello que no lo traten a uno de cateto, atrasado,
acompañado de algunos calificativos más que me reservo por no caer en lo mismo
que niego… lo que tú quieras, pero un peo no.
Montero Bermudo
Con Utrera en Feria y Écija en
preparativos de esta de 2022
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