Hay golpes de suerte, que mejor que no vengan
Hoy toca hablar de aquellas cosas que uno se las calla, por aquello del
qué dirán… pero ya pasó un tiempo y además tampoco tiene demasiada importancia.
A uno de mi pueblo, cañatero como yo, le tocó una vez un pellizquito de
suerte y pilló unas perrillas. Pasaba por Colón y como en aquella esquina,
donde está el quiosco, repartían cada dos por tres algo, pues picó… con tan
buen atino, que al día siguiente no cabía en el pellejo por el golpe de suerte
que le llegó. No fue mucho; algo más que la devolución, total… pero acostumbrado a no pillar más que la
ayuda que le daban de vez en cuando en la calle Mayor, pues la ilusión fue de
las gordas y la fantasía se adueñó (como casi toda su vida) de él. No se podía
estar quieto, hablaba por los codos, saludaba hasta al buzón de correos, daba
vueltas y paseos por toda Écija sin ton ni son…
y en una de ellas, al pasar por Puerta Palma, se metió en el Bar el Feo,
donde acostumbraba de vez en cuando a buscar de gañote alguna copichuela y
charlar de cacería, tema que le apasionaba, pero que él, como mucho, había
puesto costillas a los palomos por El Viso o paseos por la carretera vieja de
Sevilla a la hora de la siesta, allá por “los azules”, con la escopeta de
perdigones mirando al cielo a través de los algarrobos buscando gorriones.
Allí, se explayó y nada más entrar dio orden a Manué que llenara a tor
mundo del mostrador… ¿Y éste…? Se escuchó entre la concurrencia mientras
otro respondía “déjhalo porunavé que suerta la guita” y con una miradita
mi amigo lo miró y le preguntó “¿Hah cobrao? No haga ssshite que mo conosemo
eh…” Los parroquianos no sabían lo del golpecito de Colón, pero el
tabernero sí.
Tardaron poco en enterarse ¡Anda niñooooo, qué suerte humío! Y entre
charlas y risas, copilla y copilla, dio en un calentón que lo dispuso a
comprarse una escopeta y salir de caza, pero ¡bien lejos! - decía -
¡Aquí no hay ná! Cuestión que aprovechó un “guindilla” que había venido de
Osuna (por ahí últimamente nos la dan todas) y le vendió un escopetón que
llevaba en el maletero del coche, desde que los cartuchos se cargaban por
delante del cañón. El de Cañatos, cuando se vio con aquel trabuco echao como un
niño chico dormío en los brazos, lo balanceaba y sonriente le decía a un
compadre con el que se había encontrado allí “¡Vente cormigo porahí lejhos
de casería! Yo magocargo de la fiehta y pongo lo jhierro” Y sin darle
muchas vueltas al tema, al día siguiente cogieron la catalana en la puerta del
Pirula y tiraron para el norte; para Huesca iban, que siempre habían escuchado
de aquellas tierras montañosas donde se daba de todo tipo de bichos. Como si
Noé hubiera descargado allí cuando dejó de llover.
Había cogido lo de la lotería y al final, como no le pareció bastante,
por si acaso, le agarró a la mariquita del ropero unas perrillas que tenía
juntadas de lo que había sacado con la costura tiempo atrás, cuando las
pesetas, que las cambio por euros en “El Monte”. Pobrecita ella, con la ilusión
que las tenía guardadas pensando en el día de mañana y que las juntó cosiendo
lo que pudo, de cuanto aprendiera de mocita “an ca Caracuel” y que, recogiendo
bajos de trajes de gitanas para feria, dobladillos de pantalones, cinturillas
en faldas y letras bordadas en las talegas del pan, a base de muchas fatiguitas,
las tenía escondidas en la faldriquera ¡Qué lástima! Y el buitre aquel…
Salieron cargados con la “quincana” y toda clase de pirujos y harambeles,
además del “instrumento” y cruzaron Despeñaperros espantados por la
grandiosidad de la visión en el territorio “Pare… ¡ehto no é lo que se ve, dehe er choso del
Barrero eh…? Decía mi vecino de barrio al otro riéndose y nervioso, ninguno
de los dos había ido más lejos que a la caja de reclutas de Utrera, cuando
fueron a la mili y se quedaron además en Caballería de Sevilla pasando calores
y quitándole moscas a los mulos por las cuadras. Entretenidos, cansados, entre
cabezada y coscorrón contra el cristal de la ventanilla aparecieron al otro
día, lacios del viaje, por tierras donde Fermín Galán y García Hernández, se
sublevaran declarando la República allá por diciembre de 1930 ¿Qué habrían de
saber estos dos gañanes, que solo fueron cuatro días con Rafaelita Campoy en la
calle Marchena y los echó?
Tomaron café en Ayerbe y ya, a campo través, por Murillo de Gállego y
los Mallos de Riglos, cruzaron el Pantano de La Peña y por Puente La Reina a
Berdún, que alguien de la zona viendo el pelaje de los mendas, quiso evitar que
cruzaran Jaca con aquella facha, por si acaso. No daban una, no había ni
ardillas, los dos más mosqueados que un pavo por Pascuas, se miraban extrañados
y seguían andando “ni un palomo siquiera niño…ná” - comentaba el de Cañatos - “pamí, que
to ehto que hablan mussho sabiondo en er Feo, e cuento…” se lamentaba el
otro. Tres días subiendo cuestas y bajando barrancos, con las botas de barro
hasta las rodillas… que ya quisiera algún ceramista de la Rambla de Córdoba y
dieron en parar por los alrededores de las pistas de Candanchú ¿Dónde van
Hombres de Dios? Les dijo un abuelo que se cruzaron por una senda tapada de
arboleda, con ese rifle, si aquí no se puede cazar, está prohibido, además ¿qué
quieren, pegarle un tiro a un esquiador? Vayan ustedes al otro lado de ese alto
que ya no pertenece al país y a lo mejor encuentran donde disparar y si se
equivocan…
Sin darse cuenta ni entender lo que escucharon ni por donde se metían, cruzaron
la frontera y se encontraron con otros dos cazadores que, descansando bajo un
abeto, reían al verlos llegar
¡Bonjour! - Dijo uno mirándolos
a la cara –
¡Anda niño que mo emo colao en Fransia! …Y ara qué?
¡Déjhametuamí! Que macuerdo darguna cosilla de cuando mi pae estuvo
poraquí cojhiendo papa y traía mussssha palabra escrita enunpapé.
¡Mu güena Mesiésss! Y se lanzó sin cortedad hablando el francés que
aprendió hacía años. ¡Bendito Dios qué
figura!
“¡Que buena escopeta tiene er gassshó…! dile que te la venda y pa mí”
– aprovecho el compañero intentando sacar tajada y dar el golpe cuando
volvieran por Écija.
Mesiéssss ¿Cuánto queré su mersé pol la pihtolé? - Y se quedó tan
pancho, convencido del dominio del lenguaje y a la espera de respuesta –
Aquel hombre, con algo de mundo corrido y descendiente de alguno de
cuando en el treinta y nueve cruzaron la frontera como lo hace hoy el AVE, pero
a rastras, entendió de sobras y le respondió claramente en francés,
comprometiéndolo.
“Je ne comprends rien à ce que tu me dis”
– Y se quedaron los dos boquiabierto, pero sin entregarse a una parte
del ridículo siquiera, el de Cañatos le dijo al compadre:
“Dice que no nos la puede vender, porque es un recuerdo entrañable de
su abuelo…”
Hoy no hay quien les hable de cacería y
sentados con la cabeza gacha, jugando a “los chinos” o a las damas, andan los
dos por el parque de “Picha floja”, uno en una esquina y el otro en la otra
punta.
Montero Bermudo.
Aquí al fresquito de agosto,
hablando por no callar 2022
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