El rencor y la venganza, que
todo lo estropea
Viene a cuento
por un sinfín de cosillas que uno lee y escucha, allá por donde te muevas. Una
mentira diez millones de veces contadas, no es una verdad, sigue siendo eso, un
embuste interesado además… y no se dan
cuenta.
La intencionada o voluntariosa amnesia del “daporculo” y auto resentido,
que es incapaz de sentirse contento sin aguarte la fiesta, en cuanto te escucha
hablar de tu feliz niñez, negando buena parte de su propia historia, aquella
que corriera casi pareja en tiempo y edad a la tuya, intentando demostrarte lo
indemostrable, porque aquello que tu añoras en términos de felicidad y bonitos
recuerdos, delante de él no pasó, todo fue: malo, dañino, execrable, injusto… es tal la incapacidad, la incongruencia y la
hipocresía que lo retrata desde el primer momento que abre la boca. Cargado de
odio, rencores y resentimientos que fuera adoptando en el transcurso de los
últimos años y que han dado en formar un ser detestable por: hipócrita y falso,
por fingido moderno, adulterado progresista, pedante y sabiondo y que anda
situado, eso cree él, sobre el pedestal de aquellos que “fabrican” razones y en
las creencias de que el don de la verdad, la justicia, lo deseable y acertado,
entre todas las virtudes habidas y por haber, pasa por sus criterios; no hay
otros. Aceptan, porque no les queda más remedio, que pongas tu parecer, pero
quedarás señalado, porque a los que son así, no se les pasará por alto, la osadía
y el atrevimiento de no reconocerle sus “modernidades” llevándole la contraria.
Yo viví aquellos años cincuenta,
sesenta, setenta… si, esa fue mi vida,
porque nací en mitad del siglo pasado y ello lo determinó la sabia naturaleza,
junto a mis padres. ¿Qué tengo yo por renegar de las fechas de mi nacimiento y
de los años de mi niñez? ¿Quién ha de decirme si mi felicidad como niño era así
o “asao”? ¿Por qué habría de negar
aquellos ratitos alegres de juegos en mi casa, en la puerta con otros de mi
edad, o incluso en el campo detrás de mis cabras y con mi perro? Mis
obligaciones laborales antes de tiempo, mi juventud, mis luchas personales por
sobrevivir, mis bailes y verbenas con muchachas y muchachos de mi edad, mi
tiempo de noviazgo, esa afición innata por la lectura, la pintura, la música… la
asistencia a círculos y lugares donde el arte era punto primordial de reuniones
para mí… guardaban y me ofrecían una
parcela, donde nadie me prohibía disfrutar a mi manera y ser feliz. La historia
de mi vida y mis sentimientos, ni los tengo por qué esconder, ni hice mal a
nadie disfrutando de aquella parcela de “libertad”, sí, con condiciones como
siempre lo fue en la vida, pero con un margen suficiente como para no estar
todo el día llorando por las esquinas amargado y seguir estándolo después de
tantos años.
¿Qué la “ruina” circundaba nuestra infancia y juventud?... algo sabíamos ¿o éramos tontos del todo? y, a pesar de ser una época sombría y beata,
no se le debe negar la porción de vivencias que con algo más de “libertad” (la
verdadera libertad no existe, ello va en el resultado de tranquilidad,
esperanza y felicidad en la que te encuentres) que en estos tiempos que vivimos,
nos sirvió para ser felices por mucho que estos agoreros se empeñen en
querernos demostrar lo contrario.
Yo no soy nadie para negar la evidencia de todo aquello tan malo que
pasó, los hechos son los que son y la historia no la cambia ni siquiera estos
poderosos que ahora lo pretenden, pero al margen de aquel muro infranqueable,
contra el que era más que difícil luchar, nos quedaban pequeños vericuetos por
donde discurrir alegres y esperanzados, contentos, felices y con fe en todo lo
mucho que llegaría a no mucho tardar. El hambre despierta el ingenio y entonces
usábamos de los dos.
Hoy nos han quitado las esperanzas, las ilusiones por un mañana, la
intención de ahorrar, las ganas de trabajar, el deseo de superaciones en
oficios, negocios… y todo aquello que en cierta manera representa algo parecido
a la felicidad. Nos intentan cambiar la historia y lo gracioso es que lo hacen
aquellos que ni la han conocido, los que nunca han leído o si algo hicieron fue
siempre: selectivo o indicado con intenciones cobardes o de revancha, además de
incapacidad de comprensión.
Estos “envenenados” rencorosos intentan aclararme cómo fue mi vida de
aquellos años, sin atender a mi propia opinión y negando lo que yo sentí ¿Tengo
yo la culpa de la parte mala por no haberla cambiado…? ¿No serán ellos mismos,
sus hijos, sobrinos o nietos de esos que, en fotos de la época nos colocan por
estos medios de internet, bien vestidos, rebosantes de alegría y con
distinguida elegancia en: ferias, semanas santas, romerías y celebraciones? ¿Y
entonces de qué hablamos? ¿Y ellos, dónde estaban que tampoco lo hicieron? ¿Quién
o quiénes son estos sabiondos (entiéndase ignorantes) que saben de mi interior
lo que ni siquiera vieron del suyo? ¿Cómo pueden ser tan cobardes de mentir a
los más jóvenes, trasladándole datos falseados para dárselas de “modernos y
progresistas”? No comprenderán nunca su incapacidad de convencimiento; la
verdad solo tiene un camino y el tiempo pone las cosas en su sitio. Yo fui y
soy “un nadie”, como diría Eduardo Galeano y no consentiré que otro menos
“nadie” todavía, venga a señalarme cuando fui, soy, o seré feliz; eso corre de
mi cuenta.
Montero Bermudo.
Un poquito más harto de estos, que
del calor. Agosto de 2022
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