¡Qué flojos somos!
Con el rollito
del “Galeno” y un trocito de gasa en una mano y el frasco de la mercromina en
la otra, mirando al cielo y a tierra va la gente esperando el anunciado golpe,
sin saber por dónde, ni de donde caerá el coscorrón.
“Ya está ahí
el solecito caliente preparado… ¡Ay, ay…
Dios mío!” Así expresaba sus
“miedos” y cuitas y suspiraba desconsolada al inicio del día una buena señora
mirando al fondo de la calle, por donde empezaba el cielo a iluminarse y
colocaba unos reflejos bellísimos sobre el alto de las fachadas preciosas de
luces, entonación y color, de la que ella era incapaz de descifrar; los
presagios la hacían pensar en lo mucho de malo por ocurrir en la jornada, de
bueno nada… todo fatal.
Serían las siete
y media, más bien cortas, de la mañana, cuando en el cruce de calles por donde
iba con mi perrita dándole su paseo y en busca del pan diario, recibíamos el
saludo reconstituyente de una brisa deliciosa que nos alegraba el inicio de la
jornada a los dos y a mí, por lo menos, me hacía pensar: ¿Por qué no salimos
antes? … lo que nos estábamos perdiendo metidos en el piso Lola… es un momento
que te carga de optimismo, de ilusión, esperanza… todo cuanto te rodea lo compone un color
agradable que aporta una sensación de ánimos, del que te surgen ganas de
saludar a cualquiera, aunque vaya por el otro lado de la calle y ni lo conozca;
menos a esta mujer, a la que ni conocía, ni ganas, la que se encargó con su
angustia y lamento de hacer desaparecer rompiendo en un santiamén el aura del bienestar
del momento en la climatología. Miraba al frente boquiabierta, con desgana y la
cara en trance, por la agonía y el desconsuelo en un augurio que transmitía,
además de pesimismo, atraso mental o poquísima capacidad de comprensión. Que me
perdone ella, por esta expresión mía, pero en el semblante le vi “cara de loca”
y esto es dicho con ironía, porque no es verdad.
Estamos a
principios de agosto, el termómetro marcaba entre veinticinco y veintiséis
grados, pero agraciado con una brisa que circulaba dando alegría y confort al
momento que invitaba a olvidarse de lo demás y cerrar los ojos de vez en cuando
(con la precaución de no tropezar) para deleitarse y disfrutar.
A estas horas
ya del Ángelus, cuando en el acerado de la calle las sombras de los arbolitos
dibujan caprichosas formas, e invitan al personal en ese juego a la “rayuela”,
donde saltando de sombra en sombra casi a “pie cojito”, vamos de una en otra en
acelerones y echamos la vista al próximo por medir distancias… ¡Dónde andará esta mujer? a la que pongo de
ejemplo y que representa a mucho personal acomodado y endeble, que venido a
menos en cualquier resistencia se ve vencido por lo mínimo. Veintiocho grados
marca ya el mercurio (pabermomataotó…) y hay “amenaza” de subir hasta los
treinta y… ya veremos.
Cuando lleguen
los nubarrones de principios de septiembre y suene algún trueno de tormenta, la
veré pasar con el paraguas en aptitud de “presenten armas” y preparada por si
acaso, mientras irá en su letanía lamentando: “Ya veremos con las dichosas
tormentas las que nos puede liar el agua…”
El verano,
según escuché siempre, es tiempo de calor y yo que soy de Écija, veo algo
normal que el personal se encuentre incómodo cuando aprieta, pero menos de
treinta grados y con el grito en el cielo, dando por hecho que ya no hay más
resistencia disponible… para mí que algo
falla.
¡Vamosssssss
que es veranooooo!
Montero Bermudo.
Con el abanico en el
botón de rápido puesto, refrescando a mi perrita. Agosto de 2022
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