Hay cosas que no se imponen… lugar de origen
(Ejerciendo de lo que siempre fui y sin ofender a
nadie)
En estos últimos tiempos, con demasiada frecuencia,
en tertulias o conversaciones donde convivo e incluso de forma esporádica en otras,
al margen de participar, se escucha al nombrar los pueblos o lugares de origen
de cada uno, la muletilla adosada de alguna aversión o antipatía con poco
acierto a estas mismas zonas donde nos encontramos, se ha puesto “de moda” … mal asunto, esto, aunque uno lo piense no es
recomendable, los trapos sucios se lavan en casa; algo de contrariedad me insta
a morderme la lengua y me digo ¡Cállate que es mejor! Pero pienso, porque no lo
puedo evitar.
¿Ahora? ¿Después de una vida viviendo lo mismo
y cuando las cosas pintan bastos, te acuerdas de “lo tuyo” y quieres reprochar
hipócritamente, con saña y despecho por encima de donde mismo sembraste con la
savia que traías? ¿O te echas abajo del caballo ganador al que apostabas, antes
de que te tire, cuando al fin descubres que no era tan superior a los demás y encima
no te reconoce como jinete?
Memoria de aquellos tiempos algo lejanos del
63, en plena “onda expansiva” de lo que fuera una expulsión programada o
consentida, donde buena parte de la gente del sur salimos de manera “infeliz” disparados
como salva de fogueo (no era una guerra en serio… ¡Bendito sea el Señor!) hacia estas y otras partes del norte, donde
fuimos recibidos “amistosamente” … ¡Qué
lástima! ¡Allá cada uno donde caiga!
A mí el lugar que la “providencia” me había reservado sería un
pueblecito al sur de la capital catalana, en el bajo Llobregat, un refugio
pagado con penas y eternos agradecimientos, los mismos que hoy, tantísimos años
después, me da la sensación de no haberlos liquidado. No era exclusivo mi caso,
con pocas diferencias sería el mismo que los demás, si bien, al ser población
pequeña, algo aislada de masas y donde lo autóctono predominaba por economía y
posición social, era más visible cierto “dominio o superioridad”, mal
disimulada (la hipocresía en forma de educados modales era lo común) y que al
margen de hacer su particular “agosto” con tanta desdicha como venía aflorando
y cuya raíz no fuera otra, o la primordial, que el eterno apego de los
poderosos para con estos del norte especialmente; se lucieron de lo lindo y sin
tapujos exigieron genuflexiones a cambio de un modus vivendi (el bocadillo) el
que al fin y al cabo nos era vital. De peores fiestas veníamos y la necesidad
imperiosa que a veces da ceguera, junto a la crónica ignorancia impuesta, nos
puso de comparsa o coro al “montaje” de lo que aquí, desde tiempos muy atrás,
se daba.
Siempre me viene a la memoria la extrañeza que me causaba el sentirme
algo aislado, me veía solo… todos eran
de aquí y yo de fuera; me pusieron nada más llegar el “alias” o sobrenombre de
“sevillano”, por el que casi sesenta años después muchos de aquellos niños, hoy
abuelos, me siguen nombrando. Se reían con “mis cosas” y, mis comportamientos
eran “vistos” enseguida; mi acento, costumbres y expresiones o constantes
referencias a mi tierra, además de llamarles la atención, llegado el momento lo
usaban también como punto donde las afiladas flechas de los niños con su
“malicia” apuntaban. ¿De dónde eran ellos si hablaban la lengua mía? Con el
tiempo, poquito a poco me fui enterando que la mayoría no eran de aquí.
Superada la primera etapa, cuando a los doce años recién cumplidos me
incorporé al mundo del trabajo, del que no me separé hasta bien cumplida la
edad del retiro, dieron comienzo: contrastes, choques y también avenencias en
otros ambientes donde “las maneras” de un niño, de forma violenta era arrastrada
a un mundo de granujerías y picardía de mayores, con la desventaja de la edad. Exigían
por las buenas o por las malas (alguna torta o patada en el culo sin
contemplaciones había en el repertorio) resultados y comportamientos impropios
de un niño y a ello, a todo meter hubo que adaptarse, te enseñaron más de malo
que de bueno, aunque los que lo hicieron bien, calaron hasta lo más hondo y a
ellos nunca los olvido. Los demás, con cierta impotencia y mucho de
indiferencia… en el fondo me apenan.
A modo y manera de
machamartillo pretendieron siempre (y siguen) imponerte ciertos criterios
innecesarios y ofensivos para una convivencia, basado en el eterno agradecimiento
debido (vuelta la cabra al trigo) junto a la renuncia y el olvido de lo tuyo
propio, como manera de auto proclamarse en ombligos del mundo. No hacía falta
ni hace, esas formas son destructivas y todo aquello que por presión se
introduce saldrá disparado arrastrando hacia fuera cuanto le pertenece y si de
paso pilla algo más… también. De todo
aquello queda un poquito de amargura y un sentimiento de rabia e incomprensión,
contra el que era y es difícil presentar batalla; con el tiempo, el “enemigo” a
batir, estaría plagado con bastante de tu propia gente, las mismas que al no
saber a quién o dónde pertenecen, andan frente a ti dispuestos a lo que sea con
tal de hacerte ver lo que ni ellos mismos entienden, por pesado y por no ceder
en la defensa a ultranza de tus razones, pero hoy, por encima de todo, me
invitan a sacar la banderita verde y blanca que llevo por dentro desde que nací…
Montero Bermudo
En el día que dicen de mi tierra…
para mí lo son todos. 2022
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