La libertad de mi perrita
Contenta y sacudiendo sus orejas acude a
la entrada donde le espera el collar para la salida. Corre, anda y se estira
por cualquier lugar de la casa, todo le pertenece, nadie le priva del derecho
que la respalda en moverse a capricho por donde se le antoje. Sin tocar nada
que no esté asignado para ella, respeta a los demás y se limita a vivir “de lo
suyo”, agradeciendo constantemente y defendiendo a todos los que le rodean. Se
entrega sumisa mostrando su cuello por donde la he de abrazar con la correa del
collar, quietecita y estirando el morro hacia mí, con la intención de facilitar
el acto más injusto y dictatorial que cometo con ella; no le importa otra cosa
y no pierde el tiempo en conjeturas ni cábalas del porqué del atadero obligado
para antes de abrir siquiera la puerta. Jubilosa
y contenta solo entiende que sale a la calle, que va de paseo a estirar las
patitas y verse con algún que otro congénere, amén de sus necesidades
fisiológicas.
Yo razono más cosas además de esas, se me queda por momentos el
pensamiento fijo en la acción de mis manos rodeando su cuello con el fin de
llevarla dirigida, controlada y sometida…
arroyando su libertad e imponiendo mi poder sobre ella y mientras cada
uno de los dos con nuestro mundo a cuesta, corremos a todo meter escaleras abajo,
me siento un déspota impostor que de manera hipócrita la engaño con el
aliciente o premio de sacarla de paseo, pero sujeta como un juguete inanimado,
al que dirijo a mi antojo y disfrute sin más sentimiento que el propio capricho
de considerarme “gobernador” de una vida “amaestrada”.
Responsable que no domador, me veo en el compromiso de actuar de forma
que no quisiera y que, en el fondo, a regañadientes acepto, por no encontrar
camino de una revelación con menos contratiempos y faltas, que la propia humillación
a mis sentimientos. Ella, noble y limpia de conciencia e intenciones dañinas,
no merece ceder a mi imposición de salir amarrada, cual preso peligroso,
mientras otros sí, de los llamados personas que ensucian, molestan, provocan,
destruyen o se apropian de todo lo ajeno que llegue a sus manos, por el medio
que sea, justificado o no y que estos si deberían andar sujetos por cualquier
clase de collar, hasta bien no demuestren estar en condiciones para andar
sueltos entre los demás animales que componemos la sociedad.
Mientras no seamos capaces de darle un vuelco a esta sociedad de
inútiles, donde tanto “poderío” hemos adquirido pensando que nadie se ha dado
cuenta, haremos el ridículo más alarmante del mundo ante Dios o la naturaleza,
pasando por la vida cual ráfaga de pestoso aliento y que en el cosmos habrá de
transformarse por el bien de todo lo que falte por llegar. Lola, amiguita mía,
compañera del alma… quiero que sepas que
ando en desacuerdo con estas costumbres o leyes en las que me obligan a
llevarte sujeta; quede claro que el peligro está en ellos y no en ti… terminaré sujetándome yo por la otra punta de
la correa… ¡¡Vámonos a la calle!!
Montero Bermudo
Con ella a los pies mientras
escribo, a 21 de agosto de 2021
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