Cosas de cine en Écija
Aguantando el tipo y calculando las pisadas para no dar un traspié y con
los huesos a retortero, bajaba por aquella carretera bacheada y pedregosa del
Barrero, lo que bien podría ser un guardia civil “completo”, con sus botas y su
tricornio incluido, iba solo, no lo hacía en pareja ¿”Pa qué”? pero con unos
aires… “ves a darte una vueltecita y que
se te haga el traje al cuerpo, que se quiten las rayas de la plancha de los
perniles y que se avenga a lo natural…
cuidaíto con estropear nada de la ropa que no cobras” - le dijeron - allá arriba, por encima de la laguna y la cantera,
pegado al chozo, donde Ana Mariscal, según tengo entendido, andaban a la briega
con la grabación de unas escenas de película. Era un extra…
Cruzaba el paso a nivel… ¡Ay el
tren!, aquel tren de Écija que se nos fue, cuya historia habrá que contar algún
día, con toda la carga que supuso de beneficios, alegrías, sin sabores, e
historias particulares cargadas de tanta tristeza como penas, pero que fueron
nuestras y el tiempo parece borrarlas irremediablemente… a lo que íbamos: ya de cara a las tapias de la Doma y los niños
de “Los chozos” que se distraían de todo, incluido el hambre, mientras jugaban
a piola ¡qué tiempos! corrían a resguardarse, porque el miedo es libre (quizás
lo único en la época) y aquella figura “verdosa” con tanta diligencia y
taconeo, no era paisaje para degustar. Algunas madres se resguardaban a medias,
agarradas a una mano de la cortina de saco y la otra en una “hiladilla” de
pelotes que daba forma al quicio de la puerta, mientras con el cuerpo dentro,
dejaban solamente asomada con disimulo la cabeza entre los pliegues del yute,
fuera del habitáculo… “esse e nuevo, no
e daquí” murmuraba una, mientras casi dando la espalda tendía ropa en un
hilillo sujeto con dos palos entre chozo y chozo; el alfiler pillado entre los
dientes ayudaba a no descifrar bien las palabras, aunque entre ellas se
entendían… “po tiene cara de esaborío y tó, por mu tiesso que vaya”.
Dejó Los chozos y el mosqueo entre aquellas criaturas atrás y a la
altura del fielato, donde quizás alguna que otra vez cruzara bien ligerito y encogío
por mor de las cuatro vainas de habas o garbanzos que cogiera del allá de la
Prensa Vega o el Cucarrón, no lo delataran; miró confiado y orgulloso, dando
unos buenos días que sonaban más a desafío, que a un saludo respetuoso. ¡Buenos
días mi teniente! Le respondería con guasa y una mirada de reojo, el inquilino
de aquel “quiosco de hacienda”, que sentado en la puerta y liando un cigarro a
la manera que ahora hacen muchos un porro, pero con mejor traza, aquel que
supiera ya de sobras de qué se trataba el asunto, estando al corriente desde
días antes del tema de la película en cuestión y cruzó entre lo que fuera parte
del huerto San Agustín, dejando atrás la Doma y “Rastra higos” a la búsqueda de
Zamoranos.
“Los garbanzos niña… guardá los
garbanzos” se escuchaba desde los rebates de algunas puertas, donde las mujeres
aljofifaban o quitaban cagajones de los borricos de mitad de la calle. Los
garbanzos que tantas fatiguitas costaban rebuscar y en las peores horas, con
tal de que no te vieran y no te los quitaran después de tanto sacrificio por dar
de comer a los niños. Él, ensimismado y metido en el personaje, taconeaba por
el caño de la calle, sintiéndose observado y “temido”. Entre macetas de
gitanillas, claveles y hierbabuena, alguna que otra mano de uñas pintadas se
agarraba con disimulo a las rejas apretando por no gritar… ¿er solo y tan bien maqueao?... “Ese payo
no e ceví” -dijo otra a la altura de
Caleros - reconociendo algo el panorama y el semblante del “figura” … ¡marditasalamarequelapar…¡ e elermano sssshico
de Pepa “la leona”, er que trabajha en lo ayúa de La Comarcá; er suhto que moa
dao… “quillóooo… ¿ande a sacao er trahe
humío?, verá turmana cuando te vea aparesé pol la tienda… er sarto que va pegá va sé menúo”.
Iba a “pasar revista” a casa de su hermana la mayor, la que hiciera de
madre desde bien chico, porque el pobre la perdió y era ella la que nunca dejó
de echarle “la miraíta” que a todos nos hace falta en muchas ocasiones y hacer
las veces siempre que pudo. Se reirían todo lo que pudieron y más y aquello,
quedaría como una anécdota que se recordaría siempre en la familia.
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Apoyado justo en la esquina de María Guerrero, de cara a la tienda de
Luis González y al ensanche de la barrera Compañía, esperaba turno porque su
cuadrilla se encontraba de puertas; trabajaba en la carga y descarga de La
Comarcal, cuyas oficinas quedaban allí pegadito, en lo que era conocido por “El
sindicato” y mientras llegaba la llamada de turno, esperaban en el patio de
dentro sentados, en la trasera del Casino, el “bar Chico” o por la acera de
aquella corta calle distrayéndose con el ambiente. Alguien que no era de allí, paró en un coche
y le dijo que, si quería vestirse de guardia civil, que se presentara en El
Barrero y allí haría de extra en una película y le pagarían bien…
“Actuación”, trabajo o anécdota que pasará de manera anónima por la
historia del séptimo arte, cuyo nombre no constará por no tener cabida en los
créditos de dicho film, por eso lo pongo yo aquí y, porque era mi padre.
Montero Bermudo
…en tiempos de calores y de
pandemia. 2021
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