Haciendo picón.
Entre la bruma de una inminente mañana y cuando la noche recogiendo
trastos se despedía, volaban serpenteando a toda prisa “aleluyas” aún candentes,
desde un fuego a tierra que a llamaradas las levantaba hacia un cielo que
apuntaba cierto azul reconocible… ¡”Húrrio
de aquí”! Parecía escucharse en la pelea de un ramón ardiendo a todo meter, mientras
crujía inmerso entre tiritos de ciquitraque en pleno fuego allá en el medio del
corral y salían las hojitas de olivo como disparos en llamas cual cohete rociero,
dejando tras de sí un hilito de humo blanco que de inmediato desaparecía mientras
buscaba las alturas al tiempo que se retorcían y eran devoradas hasta convertirse
en pequeñas partículas de ceniza, para enseguida tomar el camino de vuelta e ir
bajando “haciendo la barca”, si no es que se volatilizaran allá en lo alto
finiquitando su recorrido.
Hacía mi abuelo muchos días su
poquito de picón, aprovechaba las taramas que restaban del ramón que se comían
las cabras durante la noche. Lo tenía todo estudiado: “este queso para este pan
y este pan…” eran otros tiempos y se vivía más cerca de la naturaleza,
aprovechando los recursos y beneficios que siempre nos ofrece. Hoy somos “más
listos” y nos calentamos con aquello que nos mandan por cables o por tubitos hasta
la casa sin mancharnos de negro… andamos
haciendo la carrera de inútiles y más pronto que tarde terminaremos todos como
peritos; otra cosa será: enterarnos de que el camino es corto y vamos de prisa.
Con mucho orgullo, aunque con cierta pena, porque hace mucho que ya no
está, recuerdo la silueta de mi abuelo cual centinela junto a la candela,
proyectando su alargada sombra sobre un empedrado suelo del corral, sembrado de
boñigas por toda una noche de ramoneo y vueltas de aquella piara de cabras, que
era bastión donde se ocultaba alguna parte de las necesidades de la casa. Con
rectitud y elegancia que denotaba cierto gracejo fruto de un porte masculino
cuidador de su figura, por presumido sí, pero con masculinidad gallardía y
presencia de hombre serio… cabal a todas luces, que también lo fue; apoyado sobre
las piernas algo abiertas, las manos unidas sobre la baja espalda y dando la
misma al fuego, con aquellos ojos limpios y azules bajo la visera de la gorra miraba
mi abuelo al frente desafiante y seguro de su control, no había nada que temer
y yo… yo que nunca llegaría en la vida a
esas cotas de grandeza, imitaba su compostura en mi inocencia, queriendo seguir
el ejemplo y las enseñanzas de quien más confiaba, al tiempo que nada temía
tampoco. Muchas veces me llegué a preguntar, si esa actitud o planta se debía
al interés por calentarse, que también, pero en él, esos “aires” no eran más
que sus maneras o formas de ser y ante la vida se comportó siempre de esta
guisa.
¡Curriqui un poquito de agua que ya está! Y rociaba agua con gracia y
justo reparto mientras volvía con la horca la candela para echarle otro
espurreado y otro más… así hasta que lo apagaba dejando las ascuas enteras y en
su punto. Luego esperaba el enfríe mientras dábamos cuenta de un tazón de café
migado y al saco que ya estaba listo.
Si me está viendo, se alegrará
del recuerdo que guardo de sus amaneceres haciendo picón, como de otras tantas
cosas bonitas que supo inculcarme.
Montero Bermudo.
En primavera 2021
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