El “yo” como tarjeta de presentación.
“No es bueno que el hombre este solo” no, es mejor que ande junto
a otros, por todos los bienes que ello comporta y porque de ello deriva su
propia naturaleza, pero hay “compañías” tan insanas como dañinas y son estas,
de las que habría que huir y andar alejado lo más posible, aún en contra del:
“valor, la utilidad y el aparente provecho”.
Sin necesidad de entrar en citas tan profundas como las existentes en el
Génesis del Antiguo Testamento, al principio de todo, donde el mismo Dios habla
de la necesidad de la compañía cercana al hombre, ahí Él, hacía referencia a la
mujer como “cómplice y compañera insustituible” para la propia existencia… esto queda tan principal que es obvio
mantener al margen de la “peccata minuta” a la que debo referirme, aunque no
por ello para echar en saco roto.
Dios sabrá desde cuándo, aunque
es posible deducir que esto puede venir del “principio de todo” que cito, o sea, desde que
andamos de pie; el hombre en demasía acostumbra a darse una compañía muy
personal y cercana, en la que confía como en nadie, porque no le falla ni
traiciona (pobre iluso) y a la que le extrae muy buen provecho a cambio de nada
(por lo menos muchos se lo creen); se lo da todo y lo lleva de la mano por
donde quiera que comparece, lo presenta en “sociedad” como nadie, ofreciéndole
el mayor de los rangos y vendiendo de él las mejores de las virtudes, que son
casi todas.
Nadie como ese “Yo” abre con mejor y más esmerado protocolo, al paso
“Triunfal de la victoria” de ese ego al que me refiero y que usan tantos como compañía
infalible, porque el apoyo es incondicional, más sin darse cuenta de la
traición implícita en el mismo ridículo, la misma que los coloca al pie de los
caballos de cualquiera que tenga dos dedos de frente y por suerte o
inclinación, sea más sensato. El ególatra tiene la “virtud y la capacidad” de
hacer desaparecer de la realidad ante sus ojos y solo dejar a la vista (la
suya) lo que queda más bonito, aunque ni exista. Su creencia y avaricia restan
importancia a la capacidad de ver de los demás…
“esto es lo que soy y esto es lo que ven, porque yo, cuando yo, y yo,
pero yo, yo, yo…” retahíla de lo que con anterioridad a todo, va por delante del
séquito de la “inseparable compañía”, a modo de alfombra floral “a lo Corpus”,
abriendo la “Cabalgata-fiesta del
Orgullo Narcisista” que anuncia “la llegada” de ese otro yo real y, que a la
postre, en la mayoría de las ocasiones no aparece nunca, simplemente, porque no
existe; todo es: vanagloria, engreimiento, pedantería, petulancia, altanería y
“postureo” (palabra de moderno cuño y que no queda desentonada con el caso)
pero, sobre todo: complejo de inferioridad. Tanto más, cuanta más presencia de
ese “Yo”.
Ahí pienso que estriba la verdadera “soledad” en la que tantos andan
inmersos, sin embargo, aún sobrados de espejos donde reflejos de imágenes (ficticias)
pueblan su alrededor, andan necesitados de compañía y como esto se convierte en
círculo vicioso, donde el complejo por no sentirse nada ni nadie que tenga algo,
de lo que los demás admiren (esto es lo que se adivina desde su egoísmo, porque
todo le parece poco) les hace buscar compañía, se lucha en la consecución de lo
“más fácil”, el recurso mal averiguado del ego: el “Y0”
“El que no tiene abuela…” de encontrarse en ese listado de:
acomplejados, “fantasmas”, “presumidos sin conocimiento” o “personajes del postureo”
… en definitiva, persona disconforme con lo que es, por ignorancia o por
egoísta… “quiero más de lo que tengo
o soy” intenta ponerse en su lugar, en el de la abuela, pero con menos
dignidad y valor humano, porque la madre de nuestros padres es un bastión
sagrado de donde emanan las raíces de uno mismo, amor ciego que ve más virtudes
que maldad o perversidad y que proclama orgullosa y rebosante de generosidad
cuanto le pertenece y el “Yo” que intenta sustituirla, hiere y enturbia la
sagrada visión de la abuelita de cada uno. Dicho desde otra perspectiva: este
tipo de personajes son como aquel, que por no consentir que su señora cuando
van en el coche, ande sentada a la misma altura, porque él, es más, acuerda a
escondidas con el mecánico de su barrio un arreglo en el coche, para que su
lado corra más.
Montero Bermudo.
Esperando el verano de 2.019
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