Las golondrinas por mi casa
Son estas mis convecinas: golondrinas
ecijanas; nacidas en Puerta Palma, astigitanas como yo y no hay quien les quite
el gentilicio. Cuando llegué en estas
fechas anteriores a Semana Santa, andaban laboriosas con sus nidos e incluso
algunas ya con algunos huevos puestos; iban venían, se perdían por los tejados para
volver al poco rato gritando y pidiendo
paso para entrar en picado derechas: unas al salón, otras al zaguán o a la
cuadra y por el hueco de las escaleras o la cocina que la tengo abierta “cada
mochuelo a su olivo” y mi perrita a sobresaltos (los primeros días son así,
luego ni se inmuta, las mira y pare usted de contar). Un total de siete nidos
hay en mi “fonda del Piufi”, aquí todo el mundo es bien recibido y ellas,
porque nacieron en las dependencias, con derecho a escoger sitio.
Estos días andarán preguntándose dónde me
abre metido, no saben las pobrecitas que también soy migrante y debo de
desplazarme a lugar donde encuentre los “insectos” con los que me alimento. Es
menos distancia la que yo hago, pero hay que contar que soy más torpe y esta ya
me viene larga; ellas, según tengo entendido, se alejan de Écija hasta el sur
de África… son las aves que más
distancia recorren en su migración, aunque últimamente me han dicho que incluso
algunas si encuentran suficiente a la entrada del Sahara, se conforman y se
alejan menos ¡Qué barbaridad! Hasta setenta mil Km. leí que recorrían al año y
me quejo porque hago tres o cuatro en dos viajes. Cruzan casi todo el
continente africano, las sabanas y el desierto, bordean el Atlas, saltan el
Estrecho, Doñana, Utrera y su Santuario, donde Consolación las ve pasar porque
allí, por cortesía, lo hacen bajito y la Virgen les dice adiós con una mano,
mientras con la otra sujeta el barquito; rodean Sevilla y pasan Carmona,
Marchena y suspiran por encima del Castillo de La Monclova, “La madre Fuentes”,
La de los Cristianos y desde los Olivos Candonga se dejan caer en tobogán hasta
La Calzada y besando Puerta Palma entran por mis tejados,
que son los suyos y sin tropiezo alguno se posan en los tendederos del corredor
del patio ¿Quién les ha dicho a estas “pequeñas monjitas con cola” cómo se hace
esto? Yo cuando chico me fui de Cañatos a Puerta Palma perdío y si no me lleva
el municipal que había regulando el tráfico al Ayuntamiento, todavía estoy en
La Perla comiéndome los rosquillos de las tapas que me daban los parroquianos
para entretenerme.
Allí, junto a unos pocos de gorriones y tres
o cuatro salamanquesas que andan siempre donde finiquitan los muros al abrigo
de las tejas buscando su “pan” y que algunas son del tamaño del dragón que mató
San Jorge (a estas que no las toque nadie tampoco, ni siquiera el mismo santo a
caballo y con lanza que viniera, porque me cargo el cuento) tienen previsto
quedarse hasta que termine el “mes del rosario” y según la climatología, que de
esto saben más que “El tío del tiempo”, dejaran o no, que transcurra algo de
noviembre. Ellas son el símbolo de la fidelidad y la lealtad y tengo entendido
que dan buena suerte en el hogar donde habitan… en mi casa no cogemos ni los finales en los
cupones, pero sí es verdad, que cuando ando por mi casa siento tal felicidad
que no la suple lotería alguna, será esto. Tienen una memoria que me superan
abismalmente y eso que yo presumo y viven, si no me engañan los entendidos,
hasta catorce o quince años.
Volveremos a vernos, si Dios quiere, antes
de que se vayan huyendo del invierno; mientras tanto, que vivan y disfruten de
sus “niños” y al igual que este tiempo que estuvimos juntos, que sigan al
amanecer con sus cantos y conversaciones, intercalando tiempo con las dulces
campanitas de Santa Florentina y Santa Cruz que doble, redoble o toque a
difunto, esparciendo en el Cielo azul astigitano la musicalidad de sus bronces.
Yo seguiré soñando.
En San Juan Despí, hipando por lo que dejé atrás en esta primavera de
2.019
Montero Bermudo.
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