Volviendo a Galicia
¡Hola Galicia! Murmuré con la conciencia
dispuesta y los ventanales de la mirada de par en par, mientras observaba a
través del parabrisas cuanto me salía al paso cruzando las callecitas de A
Gudiña ¡Ya estamos aquí! Te dije que volvería y ya ves, ansioso y entusiasmado
vengo, dispuesto a comerme este mundo integrándome en tu paisaje, cuantas
jornadas me sean posible y adelanto, porque me conozco, que al no darme tiempo
de tanto como deseo, esto se repetirá. Y
con una incontenida sonrisa, pleno de satisfacción después de un largo viaje,
tomé el camino algo más cuesta arriba, por si lo anterior hasta allí era poco y
me encaminé a la búsqueda de: San Cimbrao, Viana do Bolo, Mourisca, Mamede y
Cobelo y una vez en el Alto, desde donde se disfruta de enormes “extensiones”
de cielo y tierra, lugar extraordinario para una meditación y disfrute a todo
pulmón de algo tan “simple” pero de tanta grandeza, que la vista se desparrama
y recrea con enorme satisfacción, mientras los bronquios se ensanchan y
“sanean” con profundas aspiraciones de un oxígeno, sino puro, muy cercano a lo
más limpio que pueda darse… a la
derecha, casi en forma de tobogán se deja uno llevar serpenteando entre bosques
hasta dar con el Xares, donde A Veiga mora en su orilla como Dama ante el
tocador de afeites delante de ese gran espejo de plata, cual Encoro de Prada,
formado en el lugar por dicho río; por cierto, que andaba estos días pobre de
“azogue”, por mor del trabajo al que destinan sus aguas, pero pronto se
repondrá.
Hasta ahí el trayecto del viaje, del que hacía tiempo esperaba y que al
fin estas Pascuas pudo ser. Luego vendrían excursiones o paseos de
reconocimiento, visitas y disfrutes en contacto con la naturaleza, con esta, la
de aquí en este rinconcito orensano, donde ando casi seguro en una de las
mejores que conocí nunca. Lejos anda uno de capacidad descriptiva, para contar
qué se siente y qué se ve y, con los ojos del alma, se recogen datos y se
archivan en lo más hondo de donde se pueda, porque algún día han de
transmitirse a quien te escuche y aunque sea a trompicones, contar del exceso,
aglomeración y amontonamiento de tantos matices en belleza y que ahora,
bloqueado por la conmoción y falto de cauce para vaciar el alma describiendo,
solo atino a decir con cierta claridad ¡Qué bonito! ¡Cuánta grandeza! ¡Qué
bello!...
La emoción contagiada hasta las mismas entrañas, asedian el llanto, el
desasosiego, la exaltación y la risa de toda sensibilidad y no permite expresar
con fluidez cuanto veo o percibo; me contengo como puedo, miro y observo,
respiro hondo y sonrío, no lo puedo evitar y pongo cara de niño a mis años,
cuando ya tan lejano en mis correrías a pleno campo, esto, me lo trae de nuevo
y con alegría parecida.
Montero Bermudo, empezando el año
2.019
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