“Velázquez en el Museo del Prado”
(hablando de cositas en el curso,
terminado y aprobado)
“… La primera vez que me vi frente a Las Meninas fue allá por 1.975, en
primavera, mientras me encontraba cumpliendo mis obligaciones militares y como
soldado fui a participar en un desfile por la Castellana madrileña. Aproveché
en aquellos días para conocer el Prado…
lo mismo que cuando me acerqué a pedir la mano de la novia, me temblaban
hasta las piernas, mientras embobado encaraba “mis pretensiones artísticas” por
aquellas escaleras que dan acceso (puerta de Goya) a este “Santuario español de
Arte”.
Cuando me presenté ante Velázquez, justo delante de Las Meninas… rarezas, sensaciones extrañas, choque
emocional, incomprensión, cierto vacío o falta de aderezos ¿Dónde estaban las
lucecitas, las guirnaldas, lazos, ramos, cintas o musiquilla de acompañamiento
para acceder a tal evento? No hubo de entrada a la Sala ningún arco, ninguna
alfombra o “petalada” al acercarme a la obra más famosa de la que había
escuchado hablar, con muy poco conocimiento, también es verdad, pero era
frecuente nombrarlo siquiera como algo: grande, lejano e “inmedible” en aquella
especie de escuela de pintura donde acudía desde hacia un tiempo.
Quedé ciertamente algo defraudado, no lo niego y, aunque me da hasta un
poco de vergüenza contarlo, en aquellos momentos viendo un cuadro de esa
envergadura y lleno de figuras, todas ellas muy bien pintadas y con el
cartelito al lado, aclarando que era de Velázquez y luego de tanto escuchado…
yo esperaba más.
Aquello es enorme, muy serio, una obra de ingeniería artística,
científica e intelectual, para la que hace falta un mínimo de conocimiento y yo
andaba verde, muy verde. Esperaba quizás algo más “pomposo” y bien hecho que
Sorolla, Monet, Fortuny… y hasta un
Joaquín Mir a lo grande (pintor local de estas tierras catalanas donde me
encuentro y el que era referencia para lo que hacíamos) No, allí había un mundo
tan avanzado, que me era imposible el acceso y extrañado, cabizbajo y lleno de
dudas regresé, no rendido y si con el propósito personal de “hacer los
deberes”, volviendo en una próxima ocasión, más informado.
Medité a la vuelta, ya instalado en casa y en los círculos donde me iba introduciendo,
detrás de esa búsqueda que siempre me interesó y poquito a poco, con muchas
idas y venidas al Prado, más la lectura y la propia practica con mis pinceles,
fui pacientemente escarbando en esa historia y al menos llegué con el tiempo a
una clara conclusión: no me hacen falta arcos de entrada, alfombras, cintas,
guirnaldas ni lucecitas, todo lo que hay que ver está dentro del cuadro, no existe
nada alrededor (quiero referirme al cuadro) que me interese ni que tenga sentido,
aparte de la propia pintura. En ella hay “toros, ferias y circo” para no
terminar nunca.
Hoy, cuando me enfrento a Él y digo bien, porque es un reto arrimarse de
nuevo a sabiendas de las “novedades” que te esperan, acercarse a Velázquez
siempre aporta novedad, lo hago a pecho descubierto y con toda la humildad de
la que soy portador, es lo más para mí este Hombre y si no me persigno al pasar
ante sus cuadros, más será por la timidez o el sonrojo ante la concurrencia (siempre
hay un gentío alrededor y…) que no por que fuese incorrecto.
A un “novato” y teniendo la experiencia de lo vivido por mí la primera
vez, le explicaría lo poquito que se, o aprendí con los libros, de su historia
como retrato de familia, sus personajes, la misión que Él se propuso, el
recinto y algo del historial personal del autor (hasta donde fuese capaz de
abreviar). Intentaría señalar trocitos siquiera, de pinceladas maestras y
atmósfera conseguida como ese pelo de la Infanta Margarita; la luz tamizada en
ciertas zonas y lo bien distribuida en otras donde el artista quiere, sirva de
ejemplo la infanta, punto central y de interés en la composición y que recibe
la más clara, olvidándonos ya de
aquellas soluciones del tenebrismo de principios, tan efectistas y de buen
apoyo para los volúmenes, pero que aquí se resuelven con unos conocimientos
adquiridos muy superiores, donde se tratan los elementos y los modelos con una
naturalidad magistral y de la que hizo gala el artista en esta, quizás, “el, no
va más” de su trabajo. Es una obra
maestra, porque nadie antes ni después, ha sabido expresar con esa síntesis de
pinceladas, aparentemente incompletas…
¡Qué barbaridad! Y hasta lo
achacan como impresionista ¡No! Que Él iba por otros derroteros; recuerda,
parece, aprovecharon muchos cuando lo vieron para corregir “su número”, pero él
no se planteó el impresionismo como normalmente lo hemos entendido con el
“Movimiento Impresionista de: Pissarro, Manet, Renoir, Monet, Degas…”, esto
último fue otra cosa. Con el pincel supo extraer con exquisitez la mirada y
expresividad de los personajes, por donde Él, Velázquez, accede al alma del
propio retratado, a los que nos presenta para el diálogo del que seamos capaz.
Esto sería importante hacérselo ver a esa persona que nunca se vio ante
esta joya, para que comprenda de alguna manera ciertas diferencias y no espere
“lucecitas” como yo. Las pinceladas sueltas, “volátiles” y hasta vaporosas con
las que trata los adornos de los vestidos, el de Margarita… puafffff ¿Y la flor del pelo? Y el aire, el
aire que todo lo envuelve y rodea, el aire que nadie pintó y que aquí a poco
que uno se detenga en observar, lo aprecia…
¡La puertaaaaaa! ¡Nieto cierra! Que la corriente espesa el “médium” y reseca
los pinceles del “Sevillano”.
Perdón, perdón… se me va el
santo al cielo.”
Montero Bermudo. A primeros de diciembre de 2.018
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