campiña ecijana

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lunes, 3 de diciembre de 2018

Las Meninas para mí




 “Velázquez en el Museo del Prado

(hablando de cositas en el curso, terminado y aprobado)

          “… La primera vez que me vi frente a Las Meninas fue allá por 1.975, en primavera, mientras me encontraba cumpliendo mis obligaciones militares y como soldado fui a participar en un desfile por la Castellana madrileña. Aproveché en aquellos días para conocer el Prado…   lo mismo que cuando me acerqué a pedir la mano de la novia, me temblaban hasta las piernas, mientras embobado encaraba “mis pretensiones artísticas” por aquellas escaleras que dan acceso (puerta de Goya) a este “Santuario español de Arte”.
          Cuando me presenté ante Velázquez, justo delante de Las Meninas…    rarezas, sensaciones extrañas, choque emocional, incomprensión, cierto vacío o falta de aderezos ¿Dónde estaban las lucecitas, las guirnaldas, lazos, ramos, cintas o musiquilla de acompañamiento para acceder a tal evento? No hubo de entrada a la Sala ningún arco, ninguna alfombra o “petalada” al acercarme a la obra más famosa de la que había escuchado hablar, con muy poco conocimiento, también es verdad, pero era frecuente nombrarlo siquiera como algo: grande, lejano e “inmedible” en aquella especie de escuela de pintura donde acudía desde hacia un tiempo.
          Quedé ciertamente algo defraudado, no lo niego y, aunque me da hasta un poco de vergüenza contarlo, en aquellos momentos viendo un cuadro de esa envergadura y lleno de figuras, todas ellas muy bien pintadas y con el cartelito al lado, aclarando que era de Velázquez y luego de tanto escuchado… yo esperaba más.
          Aquello es enorme, muy serio, una obra de ingeniería artística, científica e intelectual, para la que hace falta un mínimo de conocimiento y yo andaba verde, muy verde. Esperaba quizás algo más “pomposo” y bien hecho que Sorolla, Monet, Fortuny…    y hasta un Joaquín Mir a lo grande (pintor local de estas tierras catalanas donde me encuentro y el que era referencia para lo que hacíamos) No, allí había un mundo tan avanzado, que me era imposible el acceso y extrañado, cabizbajo y lleno de dudas regresé, no rendido y si con el propósito personal de “hacer los deberes”, volviendo en una próxima ocasión, más informado.
          Medité a la vuelta, ya instalado en casa y en los círculos donde me iba introduciendo, detrás de esa búsqueda que siempre me interesó y poquito a poco, con muchas idas y venidas al Prado, más la lectura y la propia practica con mis pinceles, fui pacientemente escarbando en esa historia y al menos llegué con el tiempo a una clara conclusión: no me hacen falta arcos de entrada, alfombras, cintas, guirnaldas ni lucecitas, todo lo que hay que ver está dentro del cuadro, no existe nada alrededor (quiero referirme al cuadro) que me interese ni que tenga sentido, aparte de la propia pintura. En ella hay “toros, ferias y circo” para no terminar nunca.
          Hoy, cuando me enfrento a Él y digo bien, porque es un reto arrimarse de nuevo a sabiendas de las “novedades” que te esperan, acercarse a Velázquez siempre aporta novedad, lo hago a pecho descubierto y con toda la humildad de la que soy portador, es lo más para mí este Hombre y si no me persigno al pasar ante sus cuadros, más será por la timidez o el sonrojo ante la concurrencia (siempre hay un gentío alrededor y…) que no por que fuese incorrecto.
          A un “novato” y teniendo la experiencia de lo vivido por mí la primera vez, le explicaría lo poquito que se, o aprendí con los libros, de su historia como retrato de familia, sus personajes, la misión que Él se propuso, el recinto y algo del historial personal del autor (hasta donde fuese capaz de abreviar). Intentaría señalar trocitos siquiera, de pinceladas maestras y atmósfera conseguida como ese pelo de la Infanta Margarita; la luz tamizada en ciertas zonas y lo bien distribuida en otras donde el artista quiere, sirva de ejemplo la infanta, punto central y de interés en la composición y que recibe la más clara, olvidándonos ya  de aquellas soluciones del tenebrismo de principios, tan efectistas y de buen apoyo para los volúmenes, pero que aquí se resuelven con unos conocimientos adquiridos muy superiores, donde se tratan los elementos y los modelos con una naturalidad magistral y de la que hizo gala el artista en esta, quizás, “el, no va más” de su trabajo.  Es una obra maestra, porque nadie antes ni después, ha sabido expresar con esa síntesis de pinceladas, aparentemente incompletas…   ¡Qué barbaridad!  Y hasta lo achacan como impresionista ¡No! Que Él iba por otros derroteros; recuerda, parece, aprovecharon muchos cuando lo vieron para corregir “su número”, pero él no se planteó el impresionismo como normalmente lo hemos entendido con el “Movimiento Impresionista de: Pissarro, Manet, Renoir, Monet, Degas…”, esto último fue otra cosa. Con el pincel supo extraer con exquisitez la mirada y expresividad de los personajes, por donde Él, Velázquez, accede al alma del propio retratado, a los que nos presenta para el diálogo del que seamos capaz.
          Esto sería importante hacérselo ver a esa persona que nunca se vio ante esta joya, para que comprenda de alguna manera ciertas diferencias y no espere “lucecitas” como yo. Las pinceladas sueltas, “volátiles” y hasta vaporosas con las que trata los adornos de los vestidos, el de Margarita…   puafffff ¿Y la flor del pelo? Y el aire, el aire que todo lo envuelve y rodea, el aire que nadie pintó y que aquí a poco que uno se detenga en observar, lo aprecia…     ¡La puertaaaaaa!  ¡Nieto cierra!  Que la corriente espesa el “médium” y reseca los pinceles del “Sevillano”.
         Perdón, perdón…    se me va el santo al cielo.”

Montero Bermudo.     A primeros de diciembre de 2.018

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