El pan como debe ser
Evocaciones de un tiempo que dicen pasado, romántico y más puro; una
miradita echada atrás en el recuerdo o un pensamiento puesto en lo sublime.
Imágenes que nos transportan al lugar ideal de nuestras vidas, cuando uno
piensa que era más feliz, cuando todo o casi todo sonaba a normal, a cotidiano
y real e insustituible; cuando no pensabas que las “cosas de comer” cambiarían
nunca ni deberían, pero que la misma evolución fue poquito a poco limando, desgastando,
transformando y cambiando… pero no se
perdió todo, ni mucho menos. El ser humano nace y renace y en lo más insólito de
lo que se dio por perdido, pone sus manos trayéndolo a lo cotidiano y a lo normal
de siempre y nos lo presenta como actual… no se fue, está aquí tal como lo
conocimos, pero los vaivenes de la sociedad parece que juega a provocarnos.
Desaparecieron costumbres o se alteraron y las panaderías en los barrios,
bajarían en sus ventas hasta el punto de dejarlo en una moda que se fue. Sería un
espejismo o trampantojo haciéndole un guiño a lo “progre”, porque la costumbre parece
que no se había marchado… no se fue
nunca, tomó solamente un respiro y aquí anda y para más aliciente con mejores y
mucho más serias intenciones que últimamente; una muestra de ello bien podría
darse en la panadería de mi barrio.
En estos días cuando salgo con mi perrita (cambié un poquito la ruta) y
paso por la panadería de mi vecino Emilio: Forn Luna, miro y observo y me doy
cuenta de la peregrinación constante de personal que desde cualquier callejuela
convocan al vecindario a ese punto donde la tahona. Buenísimo, con sabor de
siempre ¿Para qué cambiarlo? Con un muestrario variadísimo y un punto de cocción
ideal: más blanquito para unos y tostadito al que lo pide; lugar que ya he
comentado alguna vez, donde se da lo correcto, lo que no debe perderse porque
el pan es tan necesario como el agua (el que no come se muere) posiblemente uno
de los más antiguos de los alimentos y universalmente consumido por todas las
culturas.
La panadería de Emilio Ojeda, poquito a poco, ha ido colocando con su
mimado trabajo, un “material” con distinción, con sello propio, con sabor a
siempre y pareciéndonos normal, que no lo es, porque “las costumbres hacen
leyes” y aquí se descuidaron muchos ingiriendo más que degustando. Este pan es
el producto de una plena dedicación, con mimo y cariño al trabajo y la
tradición; un “bicho raro” este hombre, que nos está acostumbrando a lo mejor y
no me extraña de estas colas, de este alboroto en la puerta del obrador, de
este trajín y de este “a dos manos” salir el personal con su pan y risueños por
“lo conseguido” inconscientemente, pero que muchos ya andamos con las orejas
tiesas comprendiendo de la fortuna del regreso de esto que pareciendo que se
marchó, mi panadero lo pone a diario.
Él ha conseguido juntar un equipo, una familia laboriosa que se supera,
investiga, escudriña e indaga en las posibilidades de las harinas y sus
moliendas; fermentos o levaduras y masas madre. Con ello, muchos sudores y
pocas horas de sueño, nos ponen sobre sus mostradores a diario el mejor de los
surtidos: tentador, afrodisiaco y estimulante que nos colocan el organismo en
marcha y a punto para un comienzo ideal, correcto e inmejorable de la jornada.
En esta fecha y hoy muy especialmente siguiendo la costumbre y el rito,
panellets y buñuelos en infinidad de variaciones y gustos y, hasta boniatos,
que chorrean su miel recién salidos del fuego sagrado de las tradiciones,
porque aquí en este bendito lugar se dan esas cosas y más.
Montero Bermudo
Oliendo a “pan de otoño” en S.
Juan Despi, 2.018
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