Por setas a la
Boquería
Hoy sábado me tomé la mañana libre y de “correteo” por Barcelona, hace
días que pienso en las setas y dando por hecho que andamos rondando la
temporada, he querido acercarme a “La Boquería”, ese magno mercado donde
encuentras de todo lo que en el mundo se coma… si aquí no está (hasta hace bien poco esto
ha sido así) difícilmente lo encontrarás, a no ser en su lugar de origen.
Con el tren en un santiamén nos plantamos en Plaza de Cataluña, mejor y
más cómodo que haciéndolo con el coche; lo que además te permite deambular por
donde te apetezca sin tener que retornar al punto de partida y a la búsqueda
del vehículo. Bajamos Puerta del Ángel hasta desembocar en Puerta Ferrisa y dar
de frente con esa esquinita a calle del Pino, lugar de tan buenos ratos vividos
durante unos cuantos de años: el Circulo Artístico de San Lluc, mi
“confesionario artístico” particular. En el que a diario descargaba mis
ilusiones plásticas y me preparaba en uno de los lugares de mejor ambiente de
la Ciudad Condal, rodeado de tantos que, como yo, soñaban y vivían este
mundillo del arte; unos como distracción y desahogo o entretenimiento y los
más, como necesidad espiritual, de encuentro y diálogo con tu propio ser. Años
de ilusiones artísticas, sueños y encanto por un futuro próximo en el que uno
pone todo el empeño en la propia aventura, sin lo cual no sería posible una
existencia de ilusiones ni proyectos: rodeando ese balcón del primer piso que
hace esquina a la del Pino, paso por donde hice amigos y conocí un mundo muy
especial y que ya no me abandonaría nunca y lo hago deteniendo hasta el
resuello, por esa puerta entre la chocolatería y la bodega, donde tan buenos vermuts se podían
hacer cuando a uno le llegaban los “hierros”; clavando la mirada en su interior
por donde accediera entre aquel zapatero del hueco de escalera y el tablón de
anuncios “Feria de propósitos” con la
mejor de las informaciones en: exposiciones de toda índole y presentaciones de
libros, conciertos, teatro… ¡Ay esa calle! Donde Martínez Altés tuviera su
estudio mucho antes de yo nacer y donde tantos pasaran soñando con lo mismo;
las Galerías Maldá y La Xicra (ya desaparecida) con el buen chocolate y las
ensaimadas que siempre tenía; la Plaza del Pino donde tantos conocidos
mantenían los fines de semana sus tenderetes para vender algunas notillas (hoy
no sé qué será de ellos) desembocadura de Petritxol donde la “sala
Maragall” nos enseñara tanta muestra de los “ya consagrados” y siguiendo por Cardenal
Casañas, “Vicente Piera”, comercio que
surtiera a “tutti plen” de materiales y utensilios para los “artistas”; el
recuerdo de los inicios de Documenta allá
por el setenta y tantos, cuando nos sorprendía
desde el escaparate, por sus puestas en escenas e ingente surtido literario… (hoy desaparecida también del lugar) hasta
salir por el Pla de l´Os, sobre el mosaico de Miró ya en Las Ramblas.
Paseo de recuerdos que trastocan las cabezas porque fue una época
tremendamente imbuida en lo que más me gustó siempre: la pintura (al margen de
mi pueblo, que esto va por otros derroteros) … bueno, vamos a por las setas que cierran.
Cruzamos la arteria más bulliciosa, concurrida e internacional de todas
las que forman esta gran Ciudad, siempre cosmopolita y multirracial y que hoy,
por cosas de la vida, no sabe uno si anda entre los visitantes o visitados… dejémoslo
ahí. Nos metimos por el mercado de San José, La Boquería, vuelta por aquí, por
allá… comprobando lastimosamente cuánto se ha ido con el paso del tiempo. Hoy,
donde tanto puesto de frutas verduras, de carnes, embutidos… que dejaban admirados al más pintado por su
calidad y variedad, han brotado “tenderetes” de refrescos y “tutifrutis”
varios, donde los turistas echan fotos y toman un refrigerio mientras siguen la
marcha “móvil en ristre” mirando y remirando encandilados los “colorines
impersonales” y que no son, ni mucho menos, lo que le diera nombre y categoría
al lugar. El tiempo dirá, pero si sigue por ese camino…
Entre un hormiguero de gente que ya a esas horas concurrían por
cualquier pasillo, cruzamos por el centro en busca de la parada de Petrás,
donde tengo por costumbre desde hace muchos años comprar de lo que pillo, en
cuestión de setas; aún no está la temporada fuerte, pero había las suficientes
como para no terminarlas. Llenamos las alforjas con: Rosiñols, trompetas,
rovellons, camagrocs… un buen porte
surtido de cada una de ellas, un hermoso puñado de piparras o guindillas
frescas de las que no pican y unos cuantos de ramilletes frescos de hierbas
aromáticas. Una compra de esas que te entran hasta prisas por llegar a casa.
Luego mi compañera sabría ponerles el punto y en la cocina, transformaría la
compra en uno de esos hermosos banquetes de los que quedan historias y
recuerdos por tiempo. Tengo que reconocerlo: ella es también artista.
Salimos con las bolsas, contentos al tiempo que desconcertados mientras
veíamos las “novedades” de los tenderos y nos fuimos a desayunar de “segundo
turno”, el primero lo haríamos algo insulso y en lugar que no acertamos.
Por detrás del mercado, en la calle Xuclá, hay una granja más que
centenaria y conocida por nosotros, con regusto a lo antaño: Granja Viader,
donde se puede degustar un excelente chocolate, ensaimadas… entre otras muchas lindezas, cuya familia fue
la creadora del famoso Cacaolat y que es un gusto poder tomar ahí el desayuno.
Lo haríamos como remate del paseo-compra y salimos en la búsqueda del tren
mientras surgían los recuerdos al paso, como “el bar de los toros”, justo de
frente a la granja, rodeados de fotos de figuras del toreo tomaríamos muchas
veces la cervecita o el vasito acompañados de anchoas o aceitunas. Hoy
desaparecido, por no ser “políticamente correcto” con los momentos que se viven
y la Industrial Bolsera, que nos surtiría de papel por kilos para los apuntes a
muchos de los que andábamos en el Círculo.
Montero Bermudo
San Juan Despí, a mitad del mes de
septiembre de 2.018
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