A Don José Antonio Rico “mi maestro”
La más de las veces que uno se sienta
a escribir cosillas, se agarra casi inconscientemente al rinconcito de los
recuerdos; mira que después de darme cuenta procuro evitar siquiera que ello
sea en demasía, pero no lo consigo. La memoria (la mía por lo menos) es una
maquinaria empapada de “Tres en uno” y solo rozarla se pone a dar vueltas a
toda prisa, revolviendo cosas y no hay quien la pare. Seguiremos teniéndolo
presente y a ver si somos capaces.
Hoy, por aquello de las fechas,
metidos ya en el veraneo y porque tengo maestros, profesores o docentes… (ni sé como les gusta que les nombre) en la
familia, pienso en aquel profesor que tuve allá por los años: 60 (creo que
desde mitad de curso) 61, 62 y otro poquito del 63 y que se llamaba y seguirá
llamándose: D. José Antonio Rico. No es la primera vez que cito su nombre, su “oficio”
ni sus virtudes por escrito, ni será la última; fue “mi maestro” y el
agradecimiento por su labor hacia mi persona (yo fui uno más, de tantos contra
quienes “se enfrentó) me hace tenerlo presente en muchos momentos de la vida,
máxime en ocasiones y temporaditas cuando tan revuelto se pone el tema de los
colegios y colegiales.
Yo empecé con tres añitos allá en la
calle Marchena con Dña. Rafalita Campoy, unas “migas” donde más que escuela,
era lugar de recogida de niños para, al menos irle haciendo la idea de que
aprender cosas y convivir con los de tu edad era ya de por sí interesante, pero
ahí más o menos quedaba la cosa. Por mi comportamiento… (????) fui inquieto y
travieso desde muchas fechas antes de aparecer por Cañatos, donde me parió mi
madre, Dña. Rafalita me mandó a casa por falta de paciencia (ella, yo no me
hubiera cansado) y mi madre me “colocó” en la calle Carreras esquina a Avendaño
con Dña. Valle, otra “migas” aunque creo ahí había alguno más grandecito y esta
buena mujer si consiguió además de hacerme poner: palotes, palotes, palotes,
algunas letras más y con cierto orden; un poquito aprendí a leer y sobre todo a
comprender lo que leía (esto ya era más difícil, pero yo siempre fui raro) lo
que no consiguió la pobre mujer, fue meterme en vereda o domarme, esto andaba
fuera de su alcance y oficio. Cuando no pudo más me dio la receta de Rafalita;
me perdonó por mediación de mi abuela, recogiéndome otra vez, pero a los pocos
días la sentencia se hizo firme y quede expulsado sin derecho a réplica. Recuerdo unos días después en la calle
Carreras, casi frente a calle Gameras, donde duré quizás una semana y me volví
a ver por mi casa: asustado, cabizbajo, preocupado e incomprendido. A no mucho
tardar aparecí por la calle Tello, detrás de la zapatería del Calvo y ahí
parece ser que entendí la “lectura de la cartilla”. Unos días con D. Domingo
(creo que se llamaba así y era el director) y entré directamente con D. José
Antonio: un muchacho joven, recién empezado a ejercer y que D. Esteban Santos
(director espiritual y cura de Sta. María, de donde creo dependía el colegio y
persona que nunca me gustó) trajo de Herrera o el Rubio (de esto no recuerdo
bien) y que supo “colocarme en la horma” desde el primer momento. Ahí, con él,
aprendí todo lo que pude aprender en un colegio y algo más; me enseñó lo que se
conocía entonces como: las cuatro reglas, quebrados, raíz cuadrada, mezcla,
tantos por ciento… me habló de dibujo,
historia, sociedad, aseo personal, comportamiento en grupo, respeto por la
naturaleza y por los mayores, algo de humanidad…. Sí es verdad que en temas religiosos y “políticos
de la época” había que meter la “cuñita” de vez en cuando, pero siempre lo
recordé sin abuso ni extremismos. Promovió, junto con otro profesor jovencito
que llevaba la primera clase juegos y deportes y supimos de lo que se trataba
(más o menos) el futbol, balonmano, balón volea… y un sinfín de cosas importantísimas y
novedosas para nuestro entorno en aquellos “oscuros años”. Nunca más tuve otro
maestro, un poco de tiempo que estuve aquí en Barcelona, fue perder el tiempo y
“borrar” lo aprendido y es por ello que hoy, pensando en el tema por las fechas
que son, he querido desahogarme gustoso nombrándolo siquiera.
Gracias profe (como dicen ahora) que
Dios te bendiga y que sepas que no me olvido.
Montero Bermudo.
S. Juan Despi, en las vacaciones del colegio de 2.018
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