… De los
paseos con mi Lola
“… Al final de este tramo de calle
y ya de la barriada, la masía de Can Po Cardona, haciendo esquina con el cruce
de La Creu d´Muntaner y que nos enseña
por encima y a través de los setos y las
flores que pueblan la extensa y trabajada verja que la rodea, buena
parte de sus vetustos muros esgrafiados. Por lo alto de los jardines, arbustos,
setos y un gran roble que la preside, su
elegante mirador se asoma a divisar el caserío (en estos tiempos, ya más monótono y
“seriado” pues en su mayoría son bloques
y casas pareadas, “conejeras dormitorios” los unos y las otras, de fea
estética) enseñoreando el conjunto, mientras tórtolas, mirlos y demás “parroquianos de
plumaje vestimenta” que residen en el “laberinto”, nos deleitan con sus
“conversaciones”.
Después de darle rodeo a la isleta de en medio de la avenida y que en su
centro es presidida por un bello ejemplar de olivo, a diferencia de otras
tantas “adornadas” con amasijos de hierros denominados “obras escultóricas” y
que tanta sospecha me despiertan…
Seguimos, dejando atrás este “gran caserón” nuestro paseo nos adentra por el Camí del
Despoblat, donde ya prácticamente todo
es campo, casi en abandono de labor, pero campo.
La linde que nos saluda por
la izquierda, anda sembrada hace ya muchos años, de cipreses que parapetan a la
vista de un recinto negruzco y desangelado, lleno de camiones, trastos de
chapa, hierro, algunos maderos, otras garrafas… y manchurrones de grasa ¿Dónde
queda ya, todo aquel vergel de plantas y arboleda que algunos conocimos?
Suavemente ayudados por la brisa, los cipreses hacen gestos de genuflexión a nuestro paso, agradeciendo
quizás la visita y distrayendo la mirada de lo que no nos gusta; por la
derecha, una masa de pinar habitada cual “corral de vecinos”, por
cotorras, gorriones, tórtolas, mirlos…
y hasta muchas veces palomas criadas en
cautividad, cuando les dan su
“día de fiesta” y junto a todo ello, un pequeño muro cubierto de verdor que
delimita con la propiedad de Can Pau Torrents.
Pinos por doquier, algunas
palmeras, sauces, moreras y unos
cuantos cipreses, centenarios diría yo,
no seguro del todo, aunque lo creo. Son
robustos y muy altos, serios como todos ellos, elegantes y verticales como
mástiles de navíos que acompañan en el
tiempo y hermosean la vista. El edificio o Masía, que fuera construida entre el
S. XV y XVI aunque modernamente reformada, antiguo vergel, jardín botánico que
creara el afamado jardinero Jaume Salvador en el primer tercio del XVII, hoy
restaurante y que con sus más y sus menos, hasta nosotros ha llegado; además
del relax que nos ofrece por la gracia y el buen gusto de estas aisladas
edificaciones, rodeadas de tanto verdor, entre tanta belleza natural conserva
un precioso arbusto, de grandes
dimensiones y de origen chino que cuentan como posible reliquia de aquellos
tiempos del Jardín botánico. Por el lado
del camino por donde nosotros paseamos, una gran puerta de hierro con barrotes, nos permite echar la
vista hacia el interior de los
jardines, terrazas y a la capilla
(cercana a esta puerta) neogótica del XIX
con una crestería en el “caballete” de su tejado a dos aguas, de
cerámica en verde muy oscuro y que remata un conjunto, que si no de mucho valor
artístico, si de buen gusto y muy agradable de recrear la vista al pasar.
Continua el muro entremezclado con arboleda y otro, delimita la masía de
mis vecinos Alerms, Joan y Josep, bellísimas personas a las que conozco por
vecindad, hace más de cuarenta años. Una casa grande en medio de huertas, hoy
ya “fuera de servicios”, de estética muy pictórica y de agradable recreo para
la vista; antigua y con mucha historia local, como todas estas y las que ya
desaparecieron, que “sembradas” por los alrededores y dentro de la población,
fueron siempre el verdadero fundamento, apoyo y motor del municipio. La
modernidad con sus “avances”, industria…
dio la espalda a lo rural, a la
verdadera idiosincrasia del lugar y fue
levantando bloques y más bloques de viviendas,
hasta llenar a “tente bonete” cualquier pedacito de tierra de labor,
recreo o jardines de aquel antiquísimo S. Juan de Vicomiciano, el que algunos conocimos hace ya más de cincuenta
años, llenos de casitas de dos plantas y masías repartido lo más nutrido por:
Bon Viatge, Camí del Mig, Catalunya, Carré Majó, Frances Maciá, Las
Torres… y que en forma de espiral avanzaba hasta llegar a estas lindes, las que
a la postre son ya cercanas a las del municipio vecino de S. Feliu.
La competencia con esta parte “moderna”
y recién llegada del nuevo vecindario les hizo perder la partida y hoy son
“bichos raros” colocadas en catálogos, para cumplir “su cometido” expuestas
como antigüedades de colección, donde
los “estudiosos y snobs” degusten
y se entretengan mirando “curiosidades” de otros tiempos.
A la izquierda del camino y frente a Ca
l´Alerm, una enorme explanada, gran parte de ella casi terriza por los
rellenos de derribos y excavaciones (controlado por sus dueños) y que hasta no
hace mucho eran campos de labor, cercado por este lado del camino con traviesas
del tren (aún quedan algunas tiradas por tierra) clavadas en vertical y con
alambres de espino, un pequeño cauce de riego y en buena parte un cañaveral a lo largo del mismo, haciendo linde. Cuando
dejaron de labrarlo quedó baldío y lleno de vegetación y por aquel entonces
apareció mi perrita y su hermano por casa, convirtiéndose tal lugar, en el preferido para sus juegos. Ahora, después de unos cuantos de meses desde
que hicieran el relleno, parece que
vuelve a brotar la hierba por algunas
zonas ¡Cuánta voluntad la de la
naturaleza! Y empiezan a venir los
pájaros a picotear las semillas; entre tantos: algunos jilgueros en bandadas,
palomas también en bandos, gorriones... Desde ese llano se divisa parte del paisaje urbano, de campos de labor
y el fondo montañoso que casi rodea esta
zona de la población; la silueta del
monte de San Ramón y su ermita al otro lado del río; la otra majestuosa del alto de Can Cartró, aquel del recordado
pino que según la historia fuese divisado por marineros que arribaban al puerto de Barcelona y que un rayo echara
por tierra en 1.915; El Puig d´Olorda,
allá donde la antigua cementera y la ermita de Sta. Creu, de tantos recuerdos
para mí por las muchas veces que la pinté; La Penya el Moro por encima de Can
Melich y que en no pocas ocasiones subía de niño en mis juegos y correrías con
los del barrio de la Sansón (ahora Walden) de S. Justo, donde vivía por
aquellos años; San Pera Martir y hasta
empinándose un poquito, el Tibidabo…
así como al fondo del valle que forma el Llobregat, en cuyo
horizonte se adivina en días de
atmósfera clara la imponente mole de Monserrat. Todo esto y unas preciosas
puestas de sol se adivinan desde este rinconcito medio anónimo, del que todavía
es posible disfrutar y que casi a diario mi perrita y yo lo hacemos... “ -
primera parte de este recorrido, sigue –
Montero Bermudo, otoño
de 2.017
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