“Alcarrriiiiiii,
alcarriiiiiiii… gritaban alcaravanes”
En el silencio de la recién estrenada noche, desde el cercano rastrojo
llegaban hasta mí el sordo golpear de las manos trabadas de la mula. En sus
desplazamientos, mientras comía arrastraba la soga que a la estaca la mantenía
sujeta, siquiera por una distancia o espacio controlado y a dos manos juntas,
de vez en cuando iba cambiando de lugar hasta allí donde la soga le permitía.
Yo, cuando la jornada hacía rato se diera por concluida, permanecía
tendido sobre los arreos de la bestia, ahora ya y hasta el amanecer mi cama y
desde ahí miraba al cielo sin un punto fijo, más recreando el pensamiento
soñaba…. A fuerza de andar largos
periodos de tiempo solo, la imaginación, los sueños y las fantasías terminan
por encabezar la lista de los más fieles compañeros y con ello, un desahogo y
una forma o manera de evadirme y descansar del trajín diario. Pequeños
compromisos y obligaciones que en demasía me eran asignados y a los que atendía
sin otras cavilaciones que las del deber cumplido.
Eran otros tiempos y en ellos quedaba implícita mi vida, la que me tocó
y como tantos que en las mismas se las vieron,
aprendí a desenvolverme a solas las más de las ocasiones. No creo que a
mi edad, la de entonces, fuera lo más razonable, pero la época y las carencias
a todas luces de los mayores que me rodearon, privaron a mi infancia de un
desarrollo más acorde, perdiendo en ello un tiempo de juego y “ensayos” con los
de mi edad y ese déficit, hasta donde pude, a bocados se lo fui arrancando a la
vida de manera autodidacta; a trompicones e ingeniándomelas como Dios me dio a
entender, porque a mi manera, desde bien pronto me empecé a percatar de que
algo o mucho me dejaba atrás.
Hacía rato que en recogida cruzaron el cielo alcaravanes y en su:
“alcariiiiiiiii, alcariii…” como
“piompas” o sirenas sonaban avisos a dar de mano, marcando con ello la pauta en
el día y dejando a las claras un finiquito en lo laboral. La sabia naturaleza
lo tiene todo previsto.
Desde allá en lo más lejos de la noche y de cerca, se escuchaban grillos
cantar y mientras la Luna llena esparcía luz sobre mi universo, a ras de suelo
desde mi camita veía las siluetas de las matas de melón dibujadas con
filigranas de plata; la mula con su
potente dentadura me hacía llegar también el sonido acompasado del masticado de
rastrojos y de cuando en cuando el resoplar “avisador” a la divisa de dudosas
sombras y cualquier topo o liebre en movimiento; la perra, echada sobre el
forraje que conforma uno de los laterales de la estancia, lugar escogido por mi
abuelo como punto de vigía e imaginaria, con un leve movimiento “ pasaba
revista” incorporando las orejas y el morro de manera casi imperceptible, más
volviéndose a “enroscar” dejaba claro con su gesto un escueto informe o “parte”
sobre la situación: sin novedad, todo en orden.
La noche crecía y como zafarrancho y aperitivo para un venidero y
novedoso día, soltaba lastre en forma de
relente y con él, encogía yo mis piernecitas y del pico de la manta, sin pretenderlo,
tiraba hasta el filo de la barbilla mientras a su albedrío, las rodillas
buscaban mejor acomodo replegándose
hasta rozar la barriga.
Banderizas de colores y flores de mil
olores festoneaban el camino por donde se cruza la noche y llevándome a los
mejores sueños, por las puertas de un mundo en “feria” me veía entra. Ahí,
sobre el etéreo e inmenso espacio donde se dan las más grandes de las
fantasías, flotando en una existencia más idílica y hasta confusa que real,
avanzaría ahora ya, completamente dormido, hasta un nuevo amanecer donde me
depositarían mis sueños. Unos sueños en plena libertad, sin metas ni frenos,
sin medidas ni fronteras; mezclado y fundido completamente entre todo aquello
en lo que conformaba mi existencia, incluidos los juegos de mi particular mundo
y la naturaleza.
Montero Bermudo.
S. Juan Despí, otoño de 2.017.
No hay comentarios:
Publicar un comentario