En los niños
está el futuro, son lo más sagrado.
Venía con mi perrita de dar el paseíto por el
campo y me senté en uno de los bancos que hay al principio del paseo… Lolita ven aquí que te quite cuatro
hierbecitas secas y espiguitas de cebada que llevas pegadas a las patitas y en
la barriga, que cuando lleguemos a casa no me peguen a mí.
Mientras la iba “espulgando”, en otro banco no muy lejos del nuestro, tres
o cuatro chavales de no menos de
diecisiete o dieciocho años
andaban en sus cosas. Botella de ginebra (me pareció ver) en el suelo, junto a
unas cuantas de latas de refrescos, unos vasos de plásticos, bolsas de papas
fritas y ganchitos o pirujos de esos…
se iban pasando una colilla del uno al otro y entre chupetones y
exhalaciones mirando al cielo, “disertaban” sobre “futurismos”; un móvil
panza arriba en una esquina del asiento
amenizaba el particular ambigú o “botellón” con música de la que ellos
entenderán. No presté demasiada atención
a la charla, aunque es imposible tan
cerca, no escuchar algunas de las pamplinas
que iban soltando ¡Bien está! Ni me va
ni viene, allá cada uno con su vida.
¡Vamos Lolita!
Y justo cuando me incorporo para
salir andando…
“Yo de todas maneras - le decía uno de ellos a los demás - ahora
con esta calor ni muerto voy a buscar trabajo ¿Para
qué, para que te exploten y se aprovechen de ti? ¿Y ahora con todo el mundo de vacaciones, voy a ser yo el “pringao”?... te mueves te pones hecho un asco y no paras de
sudar ¡Venga hombre! Cuando llegue septiembre me moveré y si hay suerte empezaré en lo
que salga…”
Miré de reojo al menda, mientras me
incorporaba y salía andando…
El niñato poniendo pegas para empezar
a trabajar, después de los casi veinte años que lleva colgado de lo que el
padre con muchos sacrificios pueda sacar
en alguna obra, o donde pille y la madre apañe con la aljofifa; con un
cuerpo lo mismo que un quiosco de cupones, unos
pies como mesitas de noche; con
más pelos en las piernas que un perro de agua; un tío que se
comerá todos los días la barra entera llena de chope como bocadillo o tente en pie; las latas de
refresco que pille, el chocolate, las galletas, los donuts, el yogur… un
niñato que “limpia” la nevera como si la fuera a pintar por dentro, que se fuma el paquetito de cigarros, más el “chupete
de yerbas” o lo que caiga… ¿Y tiene
calor si va ahora, a mirar algo que le habían dicho de trabajo? ¿Para “pedir el aguinaldo al compás de la
música”, seguro que a diario, no se acalora? ¿La vergüenza que se debe sentir
viendo salir a los padres a “buscar pan” mientras andas tirado en el sofá, hecho
polvo de una noche de fiesta, no da calor y bochorno? ¡Por Dios qué futuro! ¡Cuánto abuso de una parte de la juventud, que
siendo tan listos para unas cosas, qué torpes para otras! ¡Cuánto malo hemos hecho dándole las llaves de la casa y del “frigo”
por la cara! Menudo futuro nos espera.
Mezclado
lo escuchado, con todo aquello
que me venía a la memoria de cuando uno tenía muchos años menos que estos “prendas”,
venía haciendo comparaciones ¿Quién ha dicho que son odiosas? Todo en la
vida se mueve en una pura comparación ¿De
dónde sacamos lo feo y lo bonito, lo
bueno y lo malo, lo negro y lo blanco…?
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Sobre
finales de aquellos últimos veranos que me pillaron en Écija, yo tendría 8, 9,
10 años, cuando todavía hacía calor en Écija “pa pegarle fuego al agua”, metía mi abuelo la
paja de las bestias para el año. Por la tarde a última hora del día acordado, ayudaba a mis tíos a dar viajes desde el carro en la puerta, al pajar; metiendo paja con un angarillón, una sábana,
un esportón o lo que pillara cada uno y cuando al cuarto le iba llegando la
paja a la misma puerta, se cerraba y por un agujero en el techo (cuatro o cinco tejas que había quitado mi
abuelo con antelación) se continuaba echando hasta dejarlo repleto. ¡Venga un
esportón! Y otro, otro, otro… vamos
que esto pica… Curriqui aprieta hasta el rincón… el niño, que era más chico y cabía mejor por
las estrechuras, o sea yo, me metía por el agujero y pataleando y dándome
coscorrones contra las vigas y las alfangías del techo, hasta ir llenado desde el fondo a la
abertura lo mejor posible, siempre había más paja que sitio y se tenía que
apretar que el año era largo. No creo que fuera menos de una hora y media
bregando, más el rato dentro, enterrado en paja y a oscuras… salía como un higo chumbo, lleno de
espinitas, desolladuras, arañazos… y rascándome
como los monos, empapadito de sudor. Me echaban en el corral un par de cubos de
agua del pozo por encima y listo, ya estaba el “tío puesto”
Aquello era el otro extremo en
comparación con estos que planeaban su futuro en los bancos del paseo, pero con
lástima de solo pensarlo, por lo mucho que perdí de mi
niñez con aquellas obligaciones laborales, creo que fue menos
malo y más constructivo que lo de ahora. En todo caso, un mar de dudas me ahoga
los razonamientos y ya no sé “pa qué lao volcarme”.
Los niños son sagrados, vienen limpios
y son el futuro, nadie tiene derecho ni
queda exento o libre de obligarse para con ellos. Los del “porrito” que me
tropecé en mi paseo, ya son algo más que niños y a estos, o quizás a los
padres, habría que leerles la cartilla.
Montero Bermudo.
Recordando cosillas de mis veranos en Écija, pero aquí en S. Juan
D. Julio de 2.017
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