Recuerdos de Ainsa.
Mi hermano, el niño chico, me trae
recuerdos de unas fechas que no mucho, pero quedaron atrás, porque los años van
que se las pelan. Nosotros, aún y así, nos mantenemos jóvenes. Cada uno a su
medida guarda en la memoria todo aquello en lo que encontró algo de interés y puso
atención y para mí este rinconcito del Pirineo Aragonés, por muchas razones y
vivencias las tuvo y las tiene.
“La Perla del Sobrarbe”, Ainsa y su entorno tan pintoresco, espectacular
y entrañablemente evocador, cargada de historia y que nos traslada al medioevo
con solo nombrarla. Balcón donde se participa del abrazo enternecedor del Ara y
el Cinca; dos hermanos como nosotros que se juntan para un caminar más animoso
y que con la opulencia ganada por su
unión, se abren orgullosos a un Mediano como gran
laguna, dando con ello un mejor provecho
de las tierras que los esperan.
Alrededores por los que disfrutamos
respirando hondo y “gravando” bellezas inolvidables para una vida en futuro y
que hoy damos muestra de ello, como aquél rinconcito de Banastón, donde la
ilusión diaria daba comienzo con el café con leche y un surtido plato de dulces y magdalenas en la desaparecida Fonda Julia. El Pueyo de
Araguás y la Peña Montañesa, con aquella panorámica donde disfrutara con los
pinceles; Las Cambras y Gerbe, donde pinté la iglesia desde unos sembrados en uno
de ellos y que ahora no recuerdo cual;
Fiscal junto al río, done haría noche alguna otra vez cuando fui solo, a la vista del cuartel de los civiles cuando
estaba ahí y para más tranquilidad; Javierre de Ara… Boltaña precioso mirador al Ara y desde donde se divisaba la torre de Siese, algo más alto y al otro
lado del valle; entre ellas y la de Ainsa, junto con otras encadenadas, hacían
de vigías y se comunicaban o avisaban de
los posibles peligros o necesidades, por aquellos tiempos remotos donde la
soledad y el aislamiento invitaba u obligaba a ello.
… Tarde aquella maravillosa, la que
empezara bajo los arcos de la plaza y que al cobijo de aquellas antiguas piedras que eran amparo de la tormenta nos
resguardamos y llovía, llovía torrencialmente y el gran espacio ante nuestras miradas,
centro y punto de reunión cotidiano de los lugareños, era un mar para nosotros
y entre la bruma se divisaban arcos y más arcos de la otra orilla y bordeando
aquella “playa” de ordenadas piedras cargadas de historia, paseábamos a la
espera de un amaine y mientras embobados comentábamos tal aventura viendo llover, alguien que nos escuchara salió al encuentro y nos dio aposento
provisional para aquel trance.
Por una pequeña ventana que daba al
valle por donde el Ara discurre, veíamos llover hasta con prisas, caía agua, mucha
agua, mientras sentados al pie de la lumbre de aquella vieja chimenea hacíamos tertulia. Entre bocado y bocado de aquella invitada e
inesperada merienda, asistíamos a una
clase de historia improvisada, la que
nos diera algo de conocimiento de aquellas tierras y junto al confort y la distensión de la charla o coloquio, atendíamos
casi embobados mientras los unos a los
otros ofrecíamos sin pretenderlo, fantásticos semblantes donde eran reflejadas
las llamaradas de aquellos troncos incandescente de la chimenea y que nos daban calorcito como el vinillo de
la bota tan selecta que aquella familia guardaba solo para contadas ocasiones…
¡Cuántas historias sabrán aquellos “mayores” que nos la contaban!
¡Qué ratito junto a la lumbre aprendiendo
historia! ¡No hay mejor escuela que la propia vida! ¿Qué
será de todo aquello y aquella gente?
Algo sacamos de provecho poniendo atención y lo disfrutamos cada uno en positivo y como
pudimos.
Montero Bermudo.
S. Juan Despi, mañana de
recuerdo, Julio de 2.017
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