Mi Lola, yo
y las contradiciones
Al final de la correa que entre su
cuello y mis manos la sujetan, expresa
mi Lola su rebeldía, ahí pelea y disfruta luchando en un tira y afloja por
deshacerse de cualquier tipo de “ataeros”, ligaduras y sujeciones, las que
además de entretenimiento, le supone una lucha o excusa por andar más allá de donde unos escasos metros de distancia conmigo le permite. Misterios de
la vida que incitan y animan a pensar en
ese sueño que todo ser vivo añora o necesita: libertad
¿Dónde se encuentra? ¿Cuál es la medida, porción o parcela? ¿Quién tiene esa potestad de repartir,
ordenar, permitir…?
Mi Lola me provoca tirando con todas
sus fuerzas hacia adelante, apretando contra el suelo sus patas, agachando el lomo,
con la lengua en un mete y saca continuo buscando oxígeno y con el cuello en
tensión hasta cansarme el brazo. De
izquierda a derecha y cuando se le ocurre me cambia la dirección y gira en
redondo cogiendo el camino contrario siguiendo algún rastro descubierto… ¡Lolaaaa!
¿Qué pasa humía? Me llevas loco,
deja ya de tirar que voy a terminar nadando a brazas por el camino ¿Dónde vas con tanta prisa? Hay veces que más
que un paseo libramos un combate, a todo quiere llegar pronto y con exigencia,
cualquier cosa sin cortedad la mira y con descaro; le da igual el camino que
tomemos, aunque algo más le tira el campo, es ahí en contacto con la tierra y
con las plantas donde descubre ella su hábitat…
los cinco años cumplidos que tiene de edad y mi constante observación, me han hecho ver
algunas de sus “maneras”.
En cuanto me es posible y las
circunstancias lo permiten ¡Lolaaaa, para!
¡Párate aquí! Y le suelto el pestillo que al final de la correa sujeta
el collar… como un resorte sale disparada dando botes de alegría unos
metros más de los que hasta ahora teníamos negociados, para volver enseguida
junto a mí y resolver su disfrute no más allá de la misma distancia de que
hasta ahora disponía, dándose la curiosidad de que no siempre la sobre pasa.
¿Y ahora por qué no se va donde aparentemente
pretendía? ¿Quién la sujeta o se lo
prohíbe si le di largas? ¿Le da miedo alejarse de quien la lleva, de quien la
acompaña, le habla, le da juego o la entretiene? ¿Ya no aspira a perderse corriendo donde la
cortedad de la correa no le permitía? Es algo que compruebo muchas veces porque
me llama la atención; cuando la llevo sujeta insiste en ir tensa a todo lo que
de la largura de la correa y cuando va
suelta anda más pegada a mí.
El tirano soy yo, que la he mentalizado
a que permanezca junto a mí, proporcionándole lo indispensable para su sustento
a cambio de mis caprichos con ella y mi distracción. La cargué de miedos si se
alejaba, rectificando su conducta a la fuerza y con engaños con tal de
domeñarla y sometiéndola a mis creencias en forma de vida, porque desde el
principio me erigí en su dueño y con un grado de superioridad e inteligencia
sobre ella… ¿Quién me da a mí esos
razonamientos y ese juicio? Creo que no
soy justo, algo me dice que solo soy responsable de que tenga lo que yo mismo
deseo: libertad; la “invité” a mis
dominios por conveniencia y solo soy el anfitrión obligado a los mejores
tratos. Nobleza obliga.
En el mundo somos muchos los que
sujetos al collar andamos solo hasta la largura de la correa, ya se han
encargado: los poderosos, los políticos y los gobernantes en adueñarse de
cualquier dominio y entre miedos y palos, andamos entretenidos en esa pelea
diaria y a la búsqueda de que se rompa el gancho con el que nos sujetan;
lástima que muchas veces cuando nos
“sueltan” del terreno de la esclavitud
donde andamos “amaestrados”, nos da
miedo despegarnos.
Montero
Bermudo.
Un día
cualquiera de junio de 2.017, viendo las noticias por la tele.
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