Pintor de “brocha gorda”
Se estira el tiempo como la goma y
poquito a poco, te va alejando de tus inicios laborales en el oficio, del que has
malvivido durante los últimos cincuenta años, porque era lo que más te gustaba:
pintor de “brocha gorda” (los anteriores,
dedicados al trabajo en el campo y en otros oficios varios, para otra ocasión) unos
inicios que se dieran por voluntad, afición, curiosidad… (Ese he sido siempre) porque la cosa tira pero no era necesario, ya que en marcha estaba el trabajo de diario,
de gusto también por ser tema artesanal y afín a la pintura, el dibujo y la
harmonía con los colores. La estampación textil, manual, rudimentaria y
trabajosa como lo fueron todos esos oficios de los que ya solo quedan los
recuerdos, era la “colocación fija” donde
me ganaba el pan con regularidad (ya legalizado, con todos los derechos
(¿?) y cotizando a las arcas públicas) y
que al margen de consideraciones laborales, me gustaba… pero esto se acercaba un poquitín más, lo
de mojar la brocha en el recipiente y distribuir la materia, utilizando el
contacto directo y dirigido con las propias manos, la mayor de las veces
impregnadas de pintura y que era como asomarte por encima de una tapia para
ojear un campo atrayente y que tus instintos reclamaban.
En aquel otoño del 67 al cambio de
nuevo barrio, llegaron nuevas amistades y ahí conocí el ambiente de la pintura
en la construcción. Mientras seguía con lo mío, después de terminada la
jornada, a última hora de la tarde, algunos fines de semana, puentes y todas
las horas que pillara libre las emplearía en moverme dentro de ese entorno.
Conocí de cerca a los que todavía
pintaban los techos y las paredes con una brocha grande (quizás de ahí lo de brocha
gorda para nombrar al oficio) parecida a las de mojar el papel para
empapelar; dos escaleras y un
tabloncillo y sobre ello se iban dando brochazos, no sin cierta habilidad y
muchísimo esfuerzo, así se cubrían los techos con pintura a la cola generalmente.
Me fui impregnando de los olores de: la
pintura a la cola, el temple, los
aceites de linaza, de nueces, la cola de pescado o conejo, el aguarrás y la trementina, el yeso de
pintor, los esmaltes y el disolvente, la acetona, el minio y la selladora… algo pillé de los estucos antiguos y las
imitaciones con tierras, aceites y demás mejunjes, aunque de poca calidad; del
pintado con rodillos de caucho estampando dibujos; estucos proyectados con
tirolesa, compresor de aire, rulo o llana y pronto empezaría con los revestimientos a
base de papeles pintados, vinilos, moquetas, corchos, tejidos con soportes,
“sintasol”, plásticos, pvc… puse algo de
pan de oro con mixtión, goma laca, pátinas, charol, alcohol, barnices,
muñequilla… recuerdos, muchos recuerdos... rotulé algo, aunque nunca me gustaron las
letras y terminaría haciendo dibujos y pinturas figurativas en grandes soportes
de madera, muros y vehículos comerciales con esmalte sintético, de poliuretano
o acrílicos.
Ahora que rondan los cincuenta años,
medio siglo que se dice pronto, de aquellos primeros escarceos en el
oficio solo quedan muchos recuerdos y la
eterna duda si valió para algo. Cada día peor mirado y desprestigiado el oficio.
De esa lucha constante por la superación y el aprendizaje donde siempre te
respondías a ti mismo “venga que hay que
preocuparse porque esto no ha salido bien” y que hoy generalmente siempre recibes la
misma respuesta “hay otro que lo hace
porque cobra menos”… desmoralizante
situación, aplicable a casi todos los trabajos de artesanos (lo demás: mecanizado, en serie, competición…
se justificará posiblemente por ese hecho) donde se están perdiendo valores,
sentimientos, espíritu de superación, orden, durabilidad en el tiempo y
garantía de bien hecho, estética, personalidad…
y un sinfín de conocimientos reunidos con el paso de muchos años y
dedicación (cuando no sufrimientos) ¡Nada! No ha servido de nada, la sociedad
demanda baraturas y poco se puede hacer contra ese muro construido por la
dirección interesada de quienes mandan, que no gobiernan. Hoy cuando a los “entregados” nos comen las moscas, los
empresarios sin escrúpulos se ponen las botas explotando a los extranjeros y a
todo el que ande desahuciado, mientras los políticos miran hacia otro lado, la
sociedad, o sea los vecinos de mi calle, de mi pueblo… quieren que les hagas un servicio de criado
como en la edad media y te consienten que le dejes una porquería (total han
perdido todo gusto y dignidad) con tal de que no le cobres. ¡¡Hipócritas!!
Solo me queda una corta temporadita
para “quitarme de en medio” y lo haré gustoso, cosas inimaginable no hace mucho tiempo. Yo dejaré de cotizar después de
toda mi vida y además me tendré que apañar con la miseria que “me pertenezca”,
pero la dignidad, que es de lo poco que me queda, no me la quitará ningún
sinvergüenza. A partir de ahora que cotice y haga patria otro.
Montero Bermudo.
Hasta el gorro de pintor, de aguantar y en puertas del verano de 2.017
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